Enseñada de forma similar durante décadas, la historia también se adapta al siglo de los cambios vertiginosos y adopta nuevos formatos. Y para los encargados de enseñarla, investigarla y difundirla, ese cambio representa un desafío, que es tomado con distintos niveles de entusiasmo. Luis Alberto Romero, por caso, recuerda que “los primeros libros de historia que recuerdo haber leído son Los tres mosqueteros, de Dumas, y La Ilíada. Homero cuenta una historia en la que los dioses y los hombres conviven movidos por las mismas pasiones. Dumas toma hechos ocurridos, y les agrega un condimento fantasioso considerable”. Y arriesga: “Hoy, el vehículo no son los libros sino las historietas, como Asterix, que popularizó a galos y romanos. Instituciones muy serias se dedican incluso a contar en historietas cosas tales como la vida de Ortega y Gasset”. “Siempre es bueno buscar nuevos caminos. Una vez encendida la curiosidad, quizá venga el interés de buscar la verdad tras las imágenes que cautivaron nuestra fantasía”, asegura.
Un poco por herencia familiar y otro por gustos propios, Felicitas Luna confiesa que no es fanática del género. “Hacer héroes de los hombres que construyeron la patria me parece exagerado”. Es enfática en que, para poder incorporarlos como superhéroes, “es necesario que haya un guión histórico, con una investigación documentada y sin falsedad en los hechos narrados o dibujados”. Hugo Maradei, director del Museo del Humor (MuHu), dice que es un “entusiasta de las vanguardias”. Y así define a este tipo de iniciativas: “Hoy, los jóvenes no saben bien quién era Laprida, y pueden tener una primera aproximación con sólo buscarlo en su teléfono. Si están incentivados por cómics bien trazados, todo vale”.