SOCIEDAD
MIRADAS

Los "boludos" de la mesa

Cómo se resignifica la palabra boludo.

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En pocos años, se ha convertido en la palabra más repetida por los argentinos. Especialmente los que no superan los 40 años. Los chicos la pronuncian estilo ametralladora. Hoy ha perdido todo contenido ofensivo. Y contribuye, nada sutilmente, a aumentar la pobreza del vocabulario de todos los días.

Tres hombres de entre 30 y 40 años entran a una confitería céntrica.

Ya vienen conversando a un nivel bastante fuerte, aunque sin gritar. Enseguida se nota que son empleados jerarquizados de una empresa cercana al local, y posiblemente alguno de ellos sea el jefe de los demás.

Discuten. Alguno se exalta. Otro trata de calmar los ánimos. Y el tercero parece gozar de la situación. Tanto, que intercala un par de veces algún minúsculo chiste. Pronto se descubre que sólo quiere que se rían de sus humoradas, pero que sigan discutiendo. Y que lo miren como a un interlocutor válido.

Cerca de esa mesa, y sin proponérmelo, empiezo a contar. Es inevitable. Empiezo a contar los boludos de la mesa.
–Pero sí, boludo. Son 300 tipos, y quieren cobrar cash.
–No, no, cash no, boludo. Los arreglamos como antes. Una factura a 90 días con todo incluido y se van contentos.
–No, no es así. Ya no quieren más esperar tres meses, ni tampoco dos, boludo. Te lo digo porque hablé con ellos, y se pusieron duros.

La discusión sigue. Y el boludo, mágica palabra neutra, despojada ya de toda la connotación ofensiva o negativa que supo tener en el pasado, salpica casi todas las frases del trío. Cuando aparece al final, sale disparada casi saltando sobre sus vocales. O-u-o. Con suave acento sobre la u. Ha habido un asombroso proceso de imitación, muy veloz e indiferenciado, a lo largo de los últimos años. Como suele ocurrir con las palabras de moda.

En cambio, cuando el boludo aparece al principio de la frase, parece más intencional. Pero nunca es intencional. Es una simple boludez, digamos, repetida y vaciada de boludez propiamente dicha, que sirve para llenar espacios y tiempos, reafirmar alguna cosa (pero no tanto), y hasta para teñir la conversación de un poco de cariño.

Porque el boludo del porteño de hoy es casi cariñoso.

Y es que existe una confraternidad sutil que se crea a través de llamar boludo al otro. Como una coincidencia generacional. Los más grandes siguen recordando que alguna vez se pelearon a la salida de la escuela primaria porque alguien los llamó boludo en un recreo. En cambio, hoy demarca una suerte de cofradía. No importa que los queboludeen en Buenos Aires sean millones. Será, en todo caso, una cofradía de millones.

* * *
Entra al café una mujer y se dirige de inmediato a la mesa, donde siguen discutiendo por el cash, las tasas de interés, los cheques voladores y algún misterioso personaje que mencionan en voz huidiza.

Uno de los tipos, el que parece el jefe, la ataja apenas se sienta: “¿Y, boluda? ¿Fuiste a verlo a ese Gómez esta mañana?”. La mujer lo mira sin mucho entusiasmo y le contesta con cierta dejadez: “No, boludo. Ya te dije que los lunes no va a la oficina”.

Pronunciada por mujeres, la palabreja de moda adquiere un toque ligeramente distinto. Y dirigida hacia las mujeres, suena con un toque de extraña imposibilidad que la hace divertida. Pero es absolutamente neutral: casi se diría que boludo, en masculino o femenino, es el equivalente actual del decadente “che”.

Millones de “ches” han pasado a ser boludos en los tiempos que corren.

* * *
Seis chicos están jugando a la pelota en un parque. Gritando, como siempre han hecho en esos casos. Pero ahora el diálogo es un poco más monocorde:

–¡Pasála, boludo!
–¡Pateá, boludo!
Y el chico patea.
–¡Bien, boludo!!
Porque ser boludo hoy no significa absolutamente nada.

* * *
Los hombres y la mujer se levantan de la mesa. Siguen discutiendo, pero ya con menos ganas.

A pocos metros, tengo ganas de decirles que les conté 123 boludos.

Pero me callo. Hubiera sido un boludo.