Desde Córdoba
Después de formarse durante años en los Estados Unidos, Pedro Dunn quiso aplicar todo lo que sabía de ecología en el país, y para eso viajó al interior de las sierras de Córdoba y fundó La Lucena, un complejo educativo ambiental donde chicos de todo el país podían aprender a respetar la naturaleza. Allí, en el departamento de Totoral, Pedro y su mujer Nicole lograron cumplir su sueño tras veinte años de trabajo, en medio de un paisaje ideal. Esta semana, el fuego lo destruyó todo.
Las llamas del incendio que azotó las sierras no tuvieron piedad y en veinte minutos derrumbaron el trabajo de dos décadas. “No me quedó nada. Es un dolor enorme, demasiado esfuerzo y trabajo, y volvimos a cero”, dice a PERFIL. La impotencia fue tal que, ante la imposibilidad de salvar algo, Pedro descorchó dos botellas de vino y se sentó a tomarlas mientras el lugar se consumía. “Tomé casi una botella entera de un malbec que tenía guardado desde hacía mucho, con lágrimas en los ojos. Era un espectáculo dantesco ver cómo se quemaba todo lo que construí con mis manos”, dice. Para él, la frustración y la tristeza de ver desaparecer todo se mezcla con la pérdida de árboles que eran históricos y la gente que se queda sin trabajo, porque “somos muchos los que creíamos en esto”.
Como Pedro, muchos vieron derrumbarse todo en minutos. En Villa Yacanto, Calamuchita, Miguel Rodríguez reconstruye lo que vivieron él y su familia, dueños del complejo de cabañas Ristau –que empezó su suegro, uno de los primeros en llegar a la zona–, un corralón de materiales y una estación de servicio, que no llegó a ser alcanzada por el fuego. “Es la experiencia de vida más horrible que te puede pasar”, dice. “El lunes abrimos el negocio como siempre, pero empezamos a escuchar por la radio reportes de los bomberos de la zona, y a la tarde avisan que tenemos que evacuarnos”, cuenta. Miguel, su mujer y un sobrino intentaron juntar las cosas que consideraban valiosas para llevarse: “Las que entraban en el baúl del auto, en ese momento pensás que es lo único que te va a quedar”, agrega. Dos de las cabañas, de sus cuñadas, se quemaron por completo. Su casa se salvó, pero el galpón en el que acopiaba los materiales del corralón donde trabaja también se quemó. Ahora, con ayuda de vecinos lo reconstruye con ladrillos.
No es el primer incendio que los vecinos del pinar enfrentan, pero sí el más impactante. En 2005 y en 2008 el fuego ya había azotado Yacanto. Marcelo Di Paolo vive allí con su mujer y su hija. Su casa, hecha de adobe y piedras, y otra cabaña que estaban construyendo fueron atrapadas por el fuego. “No quedó nada, hasta los vidrios se fundieron, quedaron pedacitos”, cuenta. Sin embargo, optimista –como la mayoría–, sabe que se recuperarán: “Comenzamos tantas veces que sé que la voy a poder levantar de nuevo”, dice. Estos días, Yacanto fue escenario de la solidaridad de los vecinos, algo que todos rescatan. “Deberíamos recuperar ese valor que se va perdiendo y reemplazando por la desconfianza, y el no conocer a los vecinos, porque cuando a uno le toca vivir estas cosas es emocionante lo que se percibe”, dice el periodista Sergio Finzi, que perdió una cabaña y un Jeep, pero salvó su casa, La Maga. El fue bombero voluntario de joven y sabe que en esos momentos se pone a prueba la fortaleza de cada uno.
“Cuando yo volvía al lugar empecé a respirar profundo, porque te podés encontrar con cosas buenas y malas. A mí me pasaron las dos cosas, es como una ambivalencia, porque se te quemó gran parte de la casa, el bosque y bienes materiales; pero tenés la alegría de que tu casa está de pie”. Las imágenes son desoladoras, el otrora paisaje verde está teñido del color inconfundible de la ceniza. Sin embargo, hay lugar para la esperanza.