Un libro de los 90 llevaba como título ¡Socorro, tengo un hijo adolescente! Para los padres cuyos hijos egresan del secundario veinte años después, también podría llamarse “¡Socorro, mi billetera se desangra!”.
Los nuevos hábitos de celebración de la etapa escolar abarcan desde el buzo que los identifica a una murga que los recibe en la fiesta en el boliche, pasando por disfraces para cada ocasión, un book de fotos con fotógrafo profesional, vestidos varios y la fiesta formal con la entrega de diplomas, otro punto más en la lista de gastos (ver aparte).
En promedio, sumando todas las variedades disponibles, un chico que va a Bariloche resultará en un gasto total de alrededor de $ 30 mil por familia en 2015 y, si se proyecta a valores del año próximo –algunos padres que ya pagaron el viaje al clásico destino pusieron hasta $ 27 mil–, podría tranquilamente acercarse a los $ 50 mil.
Gustavo Martucci, cuya hija Lucila egresa este año de un colegio de clase media en San Isidro, reconoce que es imposible salir del engranaje. Pero para paliar el temporal financiero se buscan formas de bajar los costos. “Se formó una comisión de padres para diagramar una estrategia para pagar en conjunto todos los gastos, y los chicos participan vendiendo tortas todas las semanas”, relata. Al viaje se suma una fiesta en un boliche –el alquiler es de alrededor de $ 90 mil, que se dividen entre los alumnos–, más un disfraz (otros $ 500), un book previo a la fiesta más un fotógrafo en el lugar, la ‘previa’ con comida, bebida y transporte y, a fin de año, otra fiesta, la ‘oficial’, que implica ropa de gala”.
Para Armando Belaunde, padre de Rosario, que egresa de un colegio de zona norte, “tomamos los recaudos para que todo esté controlado. El buzo, que nos costó $ 600, no genera inconvenientes, pero sí la previa o el boliche”, ejemplifica. En su caso, Rosario fue a Chapelco, en un viaje que incluía clases de esquí diarias, pero no las salidas nocturnas, “por lo que allí al costo hubo que agregar $ 250 por día”, agrega Belaunde. Tener un hijo varón reduce, en parte, los gastos: se ahorran el vestido de fiesta, por ejemplo. “El disfraz nos salió más barato que el de las chicas, pero tenemos que comprarle traje para la entrega de diplomas”, cuenta Silvina Malato, madre de Francisco. En otros colegios, más formales, usan fracs alquilados. “Lo importante es que, más allá del gasto, los chicos tuvieron gran participación para recaudar fondos. Hay una exageración en lo extra del viaje, pero el mercado ofrece tantas cosas que corre por cada familia saber poner el límite”, concluye Malato.
En las escuelas públicas, los gastos son más medidos, pero la tentación aparece igual: “Para la entrega de diplomas pedimos al colegio que nos permita usar el salón para un brindis. Cada familia llevó bebidas y algo de comida para compartir. Una mamá hizo una torta y, como si fuera un 15, le pusimos anillos con tiras celestes y blancas, para que les quede de recuerdo”, enumera Andrea Delfino, madre de un egresado.
Dispersos. ¿Y qué pasa con el año escolar? Para los docentes, el último año es un desafío. “Das clase hasta fines de julio o agosto, no sólo porque cada curso tiene su fiesta, sino que además van a las de otros y faltan al día siguiente, porque las fiestas son entre semana”, cuenta Verónica Roccetti, profesora en varias escuelas secundarias. “Todos los preparativos son motivo de dispersión. Y, además, empiezan un año antes, porque tienen que ‘ser originales’. Los colegios, en general, se mantienen al margen, excepto para la cena final o si prestan instalaciones”, agrega.