“Conseguí tantas cosas, ¿cómo no conseguí salvarlo?”, se pregunta el hombre que planificó cada paso de su vida sin dejar de disfrutarla. Su organización no pudo evitar que un grupo de delincuentes asesinara a su único hijo, y su vida cambió. Juan Carlos Blumberg nunca pensó en convertirse en un referente social, sus días transcurrían entre fábricas y viajes por el mundo. “Viví intensamente, pero me arrancaron lo que más quería”, dice el papá de Axel, quien fue secuestrado y asesinado en marzo de 2004.
Blumberg se entusiasma cuando habla de las fábricas textiles que armó en Argentina, Brasil, Suiza, Colombia y Perú, con su consultora Consultex, en sociedad con Paul Jaeckle. Se ocupaba desde la elección de la maquinaria hasta la instalación de la fuerza motriz, la iluminación, el aire acondicionado y la climatización. “Montábamos fábricas en diferentes lugares, era muy divertido”, recuerda.
Fue gerente y director técnico en hilanderías. Su pasión por la ingeniería textil nació de la pequeña fábrica que tenía su padre, Bernabé.
Desde los 15 años estudió y trabajó, pero ya desde los 8, en verano, él y su hermano menor, Pedro, sólo tenían un mes de vacaciones. El resto del tiempo que les faltaba para volver al colegio Madre de la Misericordia, Bernabé los llevaba a recorrer fábricas y talleres. Juan Carlos hizo lo mismo con Axel, quien a los 10 años cosechó algodón en el Chaco y hasta llenó una planilla de personal en una fábrica porque no estaba estudiando y su padre lo llevó a trabajar. A los pocos días Axel pidió volver a la escuela, donde siempre fue abanderado.
Su mamá Ursula, era lituana y en la casa hablaban la lengua materna. Vivían en Avellaneda, y cada uno de los hermanos tenía un “programa de trabajo”, una planilla en la que estaba escrito cuáles eran las tareas que debían realizar, el día que les tocaba limpiar los muebles o lustrar los zapatos, también estaba incluido el día para ir al cine y a misa. Ursula cantaba en el coro de la Iglesia lituana. “Era una gran solista”, recuerda su hijo mayor.
Por la mañana iba al colegio, por la tarde tenía actividades físicas y los sábados a la tarde iba a la escuela lituana. Le gustaba mucho jugar al básquet, tanto que llegó a jugar en las inferiores de Independiente.
Blumberg no duda de que su carácter lo heredó de su abuelo paterno, Roberto, un marino que hablaba once idiomas, incluido el chino, del que dice haber aprendido mucho.
Blumberg empezó su carrera en la Universidad Tecnológica, pero se recibió en Alemania con una beca que obtuvo; también realizó cursos en los Estados Unidos. A los 22 años ya era director de una fábrica.
A los 32, se casó con María Elena Usonis, a quien conoció en un viaje organizado por la colectividad lituana. Se fueron a vivir a Vicente López.
Poco tiempo después, Blumberg sufrió un accidente de esquí en Bariloche, un mal movimiento de la persona que subía con él en el Tibar lo hizo perder el equilibrio y caer hasta chocar con una columna, un caño lo atravesó. Enseguida la nieve enrojeció. La persona que estaba con él le decía: “No te mueras”. El contestó: “No me quiero morir, pero qué carajo hacemos”. Con la nieve cortó la hemorragia. “Pensé que me moría pero organicé todo para evitarlo”, recuerda. Tuvo siete operaciones; la última, en Alemania. No bien pudo, volvió a esquiar. “Si no lo haces enseguida, no lo haces más”, sostiene. Su pasión por el esquí lo llevó a pistas de Estados Unidos y Europa. María Elena también tuvo un accidente practicando el deporte. A Axel también le gustaba mucho, y aunque a su padre le daba un poco de miedo no podía prohibírselo.
Cuando Axel tenía un año se mudaron a la casa de Martínez en la que siguen viviendo, pero ya no es la misma. “Falta Axel, falta la alegría”, dice.
“Siempre fui muy exigente con Axel. El era muy cariñoso, te abrazaba y daba besos, sobre todo a su mamá”, recuerda con una sonrisa. Un mes antes del asesinato de su hijo, murió su madre. “Nunca imaginé todo esto”, dice con la mirada perdida. El se comprometió ante la tumba de su hijo a cambiar las cosas. No lo conformó el fallo del Tribunal Federal de San Martín a la banda que secuestró y mató a su hijo. Piensa en las apelaciones y en llegar hasta tribunales internacionales si es necesario.
Reparte su tiempo entre su trabajo en las fábricas Enod SA y Cladd SA Morn, la Fundación, y las víctimas de la delincuencia. Analiza su carrera política. “Pienso como ingeniero, hay que analizar todo. No soy un improvisado y no estoy acostumbrado a los fracasos”, afirma, y como todas las noches, sube al cuarto de su hijo y le cuenta lo que hizo en el día. Y llora.