SOCIEDAD

¡Puta que es desubicado, doctor!

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Por chapita que es, el Homo Terrero no es confiable. O te ahoga o te hace respiración boca a boca. Va del estrago a la solidaridad como pájaro de rama en rama. O se convierte en topo para salvar mineros en desgracia o aprovecha que el mundo mira a Chile para relanzar su cuervo en Gaza.

Cada semana nuevos millones se pasan de la palabra al número. Del sujeto al objeto. Las normas de Confucio son papel mojado. Hoy rigen las que dicta un hampón con pasaporte mundial. Y suenan a pistoletazos. Mata y ríe. Desconfía del otro. Mejora tu escorpión. Ruega y pica a la vez. Aplasta al prójimo como a ti mismo. Lo urbano amuchó, descerebró y por ahora, hasta que aclare, a salvarse como se pueda.

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No es fácil. Una cámara registra las ideas. Otra el paradero de los pies. En alguna coordenada habrá "palo y a la bolsa" Esta enana subcutánea es binorma. No firma contrato moral con ninguno. Es lo último. Lo más. Hurga, sigue, filma, monitorea, troca nombre por número. Cada vez que Miguel Angel iba a Carrara a elegir mármol, para ingresar debía extender su pulgar al aduanero para que se lo sellara de entrada y de salida. ¿Altri tempi?. Hoy microchips subcutáneos "sellan" el cuerpo entero. El número, que es mudo, resguarda el orden. Y son ecuaciones (no discursos) las que direccionan el humor del mundo.

A todo esto, de los 6000 idiomas terrestres, 3.000 se nos van de la boca de la especie a razón de 2 por mes. Así se disuelve parte de la maravilla nacida de aquel primate verbal que en su afán por entender sopló una sílaba, jugó con otra y enlazándolas dijo “árbol y el árbol “se hizo”.

Después, ya con más palabras en la boca, situó los tres reinos, el misterio arriba y su asombro (soportando todo) abajo. Hoy, son todavía cerca de 6.000 (pero en baja) los idiomas que relatan desde hábitat distintos, el cómo fue (y el cómo es) el imaginario en que cada cual regenera su historia. Si la sangría de los 3000 en peligro continúa perderemos tanta realidad y diversidad como palabras se nos vayan.

Manipularemos el más sofisticado celular (hasta uno con inodoro integrado) pero en la boca no moveremos otra cosa que un badajo de cartón. Menos mal que al mundo ("esa infinita algarabía", según Borges) le da por pendular. Y dejarnos cada tanto boquibiertos viendo como a la esperanza (pobrecita) a veces se le da.

La realidad épica de los 33 mineros zafando de su entierro colectivo de 70 días superó las más extrema ficción que pudiera imaginarse. El salvataje no lo concretó un dios ingeniero (el caso requería del esfuerzo aunado de los tres mayores, pero están distanciados) sino de un conjunto de hombrecitos decididos a no aceptar que lo fatal tuviera fecha fija. Así fue que tejieron la fantástica red que los salvó. No fue milagro de autoría mágica, impalpable, sino hazaña (que no significa otra cosa que "hacer algo muy grande"). Había pasta en los arriba y sobre todo en los de abajo.

No es de ahora. Charles Darwin destacó el perfil de los mineros trasandinos al volver de las Galápagos, y visitar Chile, en 1835. Los de 2010 no desentonan. Singulares, son. Uno de ellos pidió a su mujer le enviase por las "palomas" del tubo que los unía "fotos del Sol para sentirme mejor". Y otro, que al exigir poder hablar con su familia topó con médico tan prolijo que preguntó "¿No les va a dar un infarto, o algo así?" desde el fondo de la tierra lo cruzó con frase para el Nobel: "¿Después de lo que estamos pasando? ¡ Puta que es desubicado, doctor!" (sic) "Lo más profundo es la piel" decía Paul Valery. Siempre.

(*) Especial para Perfil.com