Bronca, indignación e impotencia eran los sentimientos encontrados que embargaban durante la mañana de ayer a las 300 almas que se congregaron bajo un cielo plomizo en el cementerio de Lules, Tucumán, para dar el último adiós a los restos de Carlos Marriera (21), quien el último martes había viajado desde Tucumán a Buenos Aires para participar del acto de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner a cambio de una retribución de 200 pesos en concepto de viático y la promesa de que le iban a conseguir un trabajo.
El destino, la fatalidad o la negligencia, según el punto de vista de quien lo vea, truncaron definitivamente su vida cuando una farola de 10 kilos se desplomó fortuitamente sobre su cabeza provocándole la muerte.
“ Espero que la muerte de mi hijo no haya sido en vano y que la presidenta Cristina de Kirchner se deje de joder con estos actos, en los que se arrea a los jóvenes como si fueran ganado. Ella debe dejar de prometer y dar trabajo a los jóvenes para que nunca más vuelvan a suceder estas cosas. Si la muerte de Carlos sirve para eso, quizás algún día encuentre la resignación. No sólo mataron a mi hijo, también me mataron a mí”, dijo a PERFIL Rubén Marriera, mientras se alejaba a paso lento del montículo de tierra donde desde ayer están enterrados los restos de su hijo.
Más información en la Edición Impresa