A las tres de la tarde en Google sólo se escucha el tic tac de una pelotita de ping pong. Dos empleados se disputan un game mientras una joven de 25 años vacila frente a una estantería repleta de golosinas. Duda unos segundos y al final se decide por una banana, que saca de un recipiente de vidrio lleno de frutas.
En el piso de la sala de juegos hay una alfombra con forma de jirafa que nadie pisa pero queda linda. Hay dos pelotas gigantes y una PlayStation desconectada; un tablero de ajedrez, flores y sillones con vista al río.
Detrás de un vidrio con cuadraditos de colores un centenar de empleados -o googlers, como se les dice allí adentro- está tipeando y hablando por teléfono frente a sus computadoras. Otros están almorzando en el comedor y el resto está reunido en la sala principal que es una especie de pecera enorme que lleva el nombre de la célebre “Mafalda”. Cuelgan monos de peluche y palmeras de hule.
“Esto no es disneylandia”. Alberto Arebalos, director de Comunicaciones y Asuntos Públicos de Google para América Latina, está enojado. No le gusta que la mayoría de la gente crea que en las oficinas que el buscador tiene en Puerto Madero “hay un montón de chicos bien que no saben lo que están haciendo y que es Disney porque hay pelotas de colores y peluches colgando”.
¿Es un mito, entonces, creer que esto es el paraíso y que tener una sala de juegos, golosinas, cafetera express, PlayStation, vista al río, sala de masajes y horarios flexibles es el trabajo ideal?
“Me parece que muchas veces nos quedamos en la anécdota. Nos quedamos en la pelota, en los monos. Pero eso es parte de la cultura de la compañía. En este país llama particularmente la atención porque estamos acostumbrados a que nos traten mal”, argumenta Arebalos. Y propone invertir la lógica: “¿Por qué no hacerlo así? ¿Por qué pintar de gris si podes pintar de color? ¿Por qué no sacarte la corbata?”
En Alicia Moreau de Justo 350 funciona una de las oficinas que el buscador posee en Latinoamérica (las otras están en Sao Paulo, Belo Horizonte y Mexico). Tiene 3.000 m2 y 100 empleados que rondan los 25 años y se encargan de atender a los 15 mil clientes que la compañía tiene repartidos entre Italia, España y América Latina (menos Brasil). Desde Buenos Aires se les da soporte a las plataformas de Adwords y Adsense, las herramientas con las que Google revolucionó la industria de la publicidad online.
“Premios y castigos” La filosofía Google sentencia: “Trabajar muy duro y tratar de pasarla bien”. Los googlers comparten, claro, esta manera de pensar. “Nosotros trabajamos un montón. La idea es manejar tus tiempos siempre y cuando cumplas con tus objetivos”, explica Laura Corral, que tiene 24 años y es ejecutiva de cuentas.
“Si vos querés crecer porque querés ganar más, tenés que demostrar que lo valés. Acá hay un mecanismo para premiar a la gente que se esfuerza y que es realmente buena”, dice Arebalos y aclara: “castigo es no recibir el premio.”
(*) Redactora de Perfil.com