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aprendizaje integral

Inteligencia emocional

Las últimas investigaciones demuestran que el clima académico es fundamental para el desarrollo de los alumnos. Cuando el vínculo entre docentes y estudiantes es más importante que los textos aprendidos. El valor humano por sobre el cognitivo.

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Rafael Bisquerra, catedrático de Orientación Psicopedagógica en la Universidad de Barcelona, sostiene que en los años 90 surgió una “revolución emocional” que se manifestó en un aumento exponencial de publicaciones y estudios en materia de salud y educación. Tanto resultó así que algunas de las universidades más prestigiosas pusieron a disposición de los estudiantes carreras de posgrado, diplomaturas y programas de Educación Emocional, que demuestran el resultado positivo observado tanto en el rendimiento académico como en el bienestar personal de niños, adolescentes, jóvenes y docentes.

Entre las instituciones que ofrecen posgrados y maestrías en Educación Emocional se pueden destacar, en España, las universidades de Cantabria, de Málaga, de Barcelona y de La Rioja; la Universidad Mayor, en Chile; la Universidad de Derby, en Inglaterra; y la Universidad de Stanford en Estados Unidos. “Muchos de los problemas que afectan a la sociedad actual (drogas, violencia, prejuicios étnicos) tienen un fondo emocional”, destaca Bisquerra.

En el último tiempo, estudios realizados por el Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de Calidad en la Educación de la Unesco en más de una decena de países de América Latina y el Caribe permitieron destacar que, en alumnos, el factor que más peso tuvo al momento de rendir exámenes de lectura, matemática y ciencias fue “el ambiente emotivo favorable al aprendizaje”. Cuando se incluye a las emociones en el aula, indicó el organismo, se fortalecen las relaciones interpersonales y se crea un clima que favorecerá el desarrollo de competencias emocionales y el rendimiento académico; emoción y cognición se complementan, enriquecen y sostienen mutuamente.

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Para Juan Casassus, doctor en Economía de la Educación, el clima del aula es un factor que incide en el aprendizaje y se construye a partir de otras variables. La primera de ellas es el tipo de vínculo que se establece entre el docente y sus alumnos. La segunda, la relación que se da entre los propios estudiantes. El clima en el aula nace a partir de las relaciones y los vínculos emocionales que se establecen allí, y va más allá de los textos escolares, el edificio o el número de profesores por alumno. Se trata de algo más sutil e inmaterial: el clima emocional del aula.

Separar. Lamentablemente, el aula siempre fue el dominio de la razón, de lo cognitivo; había que dejar las emociones “en casa”, como suelen decir algunos profesores a los alumnos de secundaria. Pero lo cierto es que no se quedan allí, sino que están presentes en todo momento.
En un aula se experimentan múltiples estados emocionales. Algunos podrán ser parecidos, como cuando los estudiantes reaccionan ante el profesor por sentir alguna injusticia. Pero en cada alumno es diferente la manera de vivenciar y sentir una misma situación. Esto depende de los factores genéticos, las experiencias de vida y el entorno sociocultural de cada uno. De lo otorgado por la naturaleza y lo adquirido mediante la experiencia. Más allá de poder establecer un porcentaje de impacto en cada uno, lo cierto es que todo está presente, configurando quiénes somos. Los estresores que afectan el aprendizaje pueden relacionarse con los conflictos sociales y/o aspectos académicos.

La autora Jane Bluestein planteó 66 eventos o experiencias que pueden provocar estrés o dolor y comprometer la seguridad emocional. Algunos de ellos son tener que completar una actividad o tarea que está por encima del nivel de comprensión o capacidad; obtener instrucciones o consignas poco claras; no recibir ayuda ante las dificultades, y no tener suficiente tiempo para completar un trabajo.
Del constructo de inteligencia emocional deriva el desarrollo de competencias emocionales, que son el conjunto de conocimientos y capacidades, habilidades y actitudes necesarias para realizar actividades diversas con un cierto nivel de calidad y eficacia.

Trabajadores. El mundo profesional también demanda estas competencias, a las que llama “habilidades blandas”. Una investigación realizada por el Banco Interamericano de Desarrollo en 2012 señala que el mercado laboral en América Latina da prioridad a las habilidades socioemocionales por sobre las cognitivas, por eso la importancia y la necesidad de desarrollar las competencias emocionales a través de la educación. Las personas deben saber manejarse de manera empática, escuchar atentamente, comunicarse de modo eficiente y pensar antes de reaccionar. Estas habilidades no suelen enseñarse en la educación formal, no vienen inscriptas en nuestro ADN. El cerebro está preparado para incorporar los estímulos del medio ambiente durante el transcurso de la vida. Gracias a la plasticidad neuronal, seguimos aprendiendo hasta el final de nuestra vida.

“El ambiente y la experiencia hacen que el cerebro se reorganice y adapte a la realidad”, sostiene Alexia Ratazzi, psiquiatra infanto-juvenil. Sin embargo, los cambios son más fáciles y perdurables si se aprenden en la infancia. Por eso el aula, tanto en la escuela como en la universidad, tiene un rol fundamental. La zona de la corteza prefrontal del cerebro que procesa las funciones ejecutivas, como el razonamiento lógico, la toma de decisiones, la interacción social, el autoconocimiento y la regulación de la conducta, entre otras, está en pleno desarrollo hasta los 25 años, aproximadamente. Es un período en el que el cerebro es especialmente adaptable y maleable.

Como dice Sarah-Jayne Blakemore, de la Universidad de Londres, es una oportunidad fantástica para el aprendizaje y la creatividad, un momento clave para la educación y el desarrollo social. Se necesita, entonces, ofrecer ambientes de seguridad emocional donde los alumnos puedan aprender, y el docente, enseñar. Los entornos enriquecidos que generen motivación para aprender, liderados por docentes con óptima salud física y emocional, son favorecedores de aprendizajes duraderos que dejarán huella e impactarán en nuestras vidas.

Es preciso comprender que sentir y pensar son dos caras de la misma moneda, porque los circuitos neuronales propios de cada una están conectados en el cerebro. No podemos ni debemos separarlos cuando sostenemos que se debe ofrecer una educación integral. En la integración, en la mirada holística de la persona, están enlazadas todas las dimensiones del ser humano, que por lo menos incluyen la dimensión física, la cognitiva y la emocional.

 

Las neurociencias

El cerebro está preparado para incorporar estímulos del medio ambiente. Gracias a la plasticidad neuronal sabemos que va cambiando en forma constante y que aprendemos hasta el final de la vida. Las neurociencias permiten conocer que las experiencias tempranas juegan un rol esencial en los desarrollos cognitivos, socioemocionales y lingüísticos. Todo se entrelaza. La dimensión emocional está conectada a nuestro cerebro racional, cognitivo, “pensante”. En situaciones de estrés, nuestra “razón” se abruma por las emociones que invaden los pensamientos, por lo que la capacidad de prestar atención, la concentración y la toma de decisiones se ven afectadas.
En estados de “alerta emocional” se frena el pasaje de información de nuestro cerebro emocional al racional y se bloquea la posibilidad de pensar con claridad. ¿Quién no sintió esta sensación de “bloqueo” frente a situaciones de
miedo, enojo o angustia, por mencionar algunas? Estas situaciones impactan negativamente en el aprendizaje.

 

*Magíster en Educación y profesora en la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés.