Si la experiencia universitaria puede ser pensada como una experiencia de la lectura que desborda las fronteras de la institución universitaria y su localización (la facultad), ¿cómo leer los signos de ese proceso de circulación de los textos, ese circuito que –como una banda de Moebius– pone en relación a profesores y estudiantes, a estudiantes entre sí, a librerías, bibliotecas y ferias de libros usados, a bibliotecas propias y ajenas, de estudiantes y de profesores? ¿Cómo ubicarlo en el período de crisis y leer el impacto de 2001 y los años recientes?
Maneras y épocas. Los textos que se leen en la universidad se presentan en distintos soportes; en ello intervienen las tecnologías utilizadas para el registro del texto escrito y las estrategias institucionales.
En las últimas dos décadas los estudiantes leyeron fotocopias de capítulos de libros o de artículos y de libros: la expresión “apunte” tiene un significado ligado a la práctica de “tomar notas” en clase; también alude al material de compilación de textos propuestos por las cátedras, que luego es fotocopiado y editado por el centro de estudiantes de las facultades o vendido en los locales de las fotocopiadoras cercanas.
Jacques Le Goff (2001) destacó en su estudio sobre los intelectuales en la Edad Media el proceso de circulación de los libros y el pasaje del libro como objeto de lujo a instrumento, producto industrial y objeto comercial.
Entre los años 90 y la actualidad, tanto la comercialización del libro universitario (literatura académica) como la comercialización de la reproducción parcial de fragmentos de libros fotocopiados (“apuntes”) alcanzaron su apogeo. A partir de 1983, con la recuperación de la democracia universitaria y la libertad de cátedra en las universidades públicas, los profesores recobraron la potestad de seleccionar lecturas para los estudiantes en el marco de la renovación de materias y programas.
Pero esto se combinó con el proceso de masificación de las matrículas universitarias a partir de la apertura del Ciclo Básico Común (CBC), que llevó más tarde a un nuevo dilema –agudizado después de la hiperinflación de 1989– respecto de cómo economizar el acceso al material de lectura para más estudiantes y más pobres durante el período de crisis. Comienza así lo que podemos denominar como la historia de la fabricación del apunte, gracias al perfeccionamiento de las máquinas de fotocopiado y más tarde a la novedad del escaneo.
Los vínculos de la comercialización de libros y apuntes con la intervención de los centros de estudiantes son estrechos. Muchos dirigentes estudiantiles se volcaron durante la transición democrática a iniciativas de comercialización del libro. En cambio, en los años 90 las agrupaciones estudiantiles se ligaron con el mundo comercial del apunte (dentro y fuera del espacio de las facultades). En la última década, el fenómeno ha sido motivo de denuncias de corrupción y acusaciones cruzadas entre agrupaciones; también fue motivo de reclamos gremiales, ya que se convirtió en opción laboral para jóvenes estudiantes. (...)
Este mundo centrado en las fotocopias o en las impresiones de fragmentos de textos, deben mencionarse los estudiantes que desgrababan teóricos para solventar sus estudios.
Luego de la crisis de 2001, los blogs se multiplicaron como un medio económico para la producción y circulación de textos, y con la caída de la convertibilidad las pequeñas editoriales locales volvieron a renacer; así también creció el mercado de los libros usados, y el descenso en las ventas aceleró el pasaje de libros recién editados a la mesa de saldos. Algunas páginas web dedicadas a los libros usados indican como fecha de nacimiento el año 2001, y es posible encontrar buena parte de los libros publicados entre las décadas de 1950 y 1960 en
librerías y ferias, muy bien cotizados.(...)
Contexto. Las tendencias internacionales de archivo, clasificación y digitalización del conocimiento en la gran biblioteca virtual de internet, así como
el diseño de políticas de reactivación de las bibliotecas tradicionales que buscan ampliar sus acervos, deben leerse en tensión con la situación de las instituciones locales.
Durante el período de crisis, las bibliotecas de las facultades sufrieron cierta retracción y desactualización tecnológica como consecuencia de la falta de presupuesto específico y del nefasto impacto de la dictadura militar.
La crisis de 2001 dio lugar a la venta de bibliotecas particulares, que fueron adquiridas muchas veces por universidades extranjeras. Esto afectó la ampliación de los patrimonios bibliográficos de las bibliotecas universitarias locales, que en muchos casos no pudieron recibir las donaciones de profesores fallecidos. Por otra parte, muchos profesores persistieron en prácticas aristocráticas respecto del conocimiento, vinculadas con la compra de libros; a la vez que reforzaron su poder académico, no facilitaron el acceso a los libros. El impacto de los
procesos de informatización y tecnologización del conocimiento a nivel global fue lento; además, el tema biblioteca tuvo una muy escasa presencia en las agendas políticas del movimiento estudiantil.
La situación de las bibliotecas universitarias durante el período seguramente haya incidido en los usos limitados de los estudiantes, pero también incidieron la declinación de las prácticas de lectura tradicionales y el desarrollo de hábitats tecnologizados. (...)
Las bibliotecas universitarias deben ser pensadas en una constelación mayor, en la que figuran otras bibliotecas de la ciudad pero también las bibliotecas familiares. En el aprovechamiento de las bibliotecas incidieron las experiencias previas en los colegios universitarios o un uso práctico, como en el caso de la Biblioteca Nacional de Maestros, cercana a la Facultad de Ciencias Sociales, que funcionó entonces como una parada intermedia antes de entrar a clases.
*Investigadora del Conicet y profesora de la Universidad de Buenos Aires. / Autora de El estudiante universitario (Editorial Siglo XXI).