40 AñOS DE DEMOCRACIA
DEPORTES

Narrar el deporte, contar una patria

Una pasión argentina: la pelota y el arco. Hablar de los atletas argentinos es contar conmociones, pasiones, sueños, abismos, resurgimientos, identidades y necesarias memorias. La gloria máxima y el fútbol que se lo comió todo. Fotos con presidentes, política, puños, superdotados excepcionales y los mejores del mundo. Pumas y felinas. Los clubes y asociaciones. Ministerio, secretarías, jugadoras, perdedores y campeones.

40 Años de Democracia 20231209
40 años de democracia | CEDOC

En la página 3 de El Gráfico del 8 de noviembre de 1983, Raúl Alfonsín ni se apretaba las manos ni recitaba el preámbulo de la Constitución como parte de la campaña que acababa de transformarlo en el presidente con el que se cerraría el genocidio. De sus rituales de época, sólo desplegaba, desde una foto, una sonrisa ancha, casi más ancha que sus bigotes inalterables. Circundando ese gesto, unas letras negras esbozaban algunos proyectos. “La prioridad será el deporte en las escuelas y los colegios antes que el deporte profesional”, decía. Aunque aclaraba: “No se le puede tener miedo al deporte profesional”. Reivindicaba al deporte como vehículo para buenos hábitos, se pronunciaba distante de caer en “demagogias” o en “costos faraónicos” y anunciaba que volverían a ser públicos los parques y los centros deportivos que los dictadores habían entregado a negociantes privados. En los cuatro decenios que sobrevinieron, algunos de esos ejes se esfumaron del debate público igual que un hincha borra de sus registros a los partidos sin gracia y otros, contracara, persistieron con la fuerza con la que se graban los goles grandes.

Hay quienes sostienen que la Argentina conforma un país de relativas certezas, pero una emerge clásica: nada atraviesa al pueblo como los mundiales de fútbol. Hubo diez desde el retorno de la democracia y la selección celeste y blanca ganó el primero y el último, el de Maradona y el de Messi, en una parábola que enredó esperanzas y desencantos, pero que volvió posible detectar continuidades y rupturas. 

40 Años de Democracia 20231209

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

40 Años de Democracia 20231209

Con el Diego feliz de México 1986 en la tapa, El Gráfico puso en circulación su número récord (casi 700 mil ejemplares) y para cuando Lio reiteró esa mueca, en Qatar 2022, la revista llevaba cuatro años afuera de los kioskos. En el medio, el fútbol en particular y el deporte en general migraron de su condición de fenómeno popular a su trono como espectáculo culminante de una existencia que espectaculariza casi todo. 

Ocurre que los cuarenta almanaques descorridos a partir de 1983 también pueden ser vistos como el viaje en el que el show deportivo maximizó su monarquía en las pantallas: en 1983 no había canales deportivos ni de corporaciones de origen local ni de megagrupos transnacionales, y en el 2023, al revés, retumba como un misterio cuando un campeonato que se juega del otro lado del mar o al norte de La Quiaca no fulgura en la tevé. Las batallas en torno de trasladar esas imágenes a los ojos de multitudes transparentan que allí germina poder: hubo Fútbol de Primera, Fútbol para Todos, fútbol (y más que fútbol) sin nombre pero emitido por el cable básico, por pagos especiales, sin pagos especiales, por los medios públicos a través de leyes que lo explicitan como un derecho social, con televisores transfigurados en radios porque pueden sonar pero no mostrar, en multiplataformas que amenazan arrasar con lo que las precedió.

1978. “El fútbol se lo comió todo”, estremece León Gieco cuando refiere al Mundial de 1978 y a la más salvaje de las dictaduras salvajes, pero es cierto que el fútbol siguió comiéndose mucho en los años subsiguientes aunque, claro, con contextos diferentes. Con frecuencia, esa presencia generó perder de vista las otras luces deportivas. Para romper esas lógicas, al menos por períodos, hizo falta la articulación de atletas excepcionales con mutaciones en el universo industrial del entretenimiento. Acaso nada lo retrata mejor que el básquetbol, un juego de arraigos anchos que redefinió y potenció sus torneos (la Liga Nacional, concebida por el entrenador León Najnudel) y parió una generación deslumbrante en lo individual y en lo colectivo que se volvió campeona olímpica (2004), subcampeona mundial y mucho más. 

En estos 40 años, el show deportivo maximizó su monarquía en las pantallas

Sin embargo, ese ciclo convergió con la mundialización de la NBA, que viajó de tener una penetración segmentada durante las horas democráticas nacientes hasta introducirse a fondo e incorporar a los cracks del sur del planeta con Manu Ginóbili, fenomenal, hipercampeón en la propia NBA, como estandarte.

Felinos. En la escala que sea, brotan huellas coincidentes en las expansiones del hockey sobre césped alrededor de Las Leonas (con Luciana Aymar como la más notable de la Tierra) y de Los Leones (reyes olímpicos en Río 2016) o en las epopeyas del vóleibol, cuyo afincamiento recreativo y formativo prohijó selecciones inolvidables (con estrellas como Hugo Conte) que cohabitaron con edades de de-sorganización interna. En estado creciente, se les fue acoplando el handball, que convirtió en estable la asistencia olímpica de los varones. Doble proceso: en esos deportes, con matices, el salto estuvo dado por una profesionalización ejercida en las ligas europeas, dueñas de otra fibra económica, pero, a la vez, nada hubiera sido factible sin el papel embrionario de los clubes argentinos. 

Con Los Pumas encaramados entre los cuatro mejores del globo en tres ocasiones y con un pulso interno incesante, al rugby le sucedieron desarrollos semejantes. En otros casos, los éxitos insinúan bastante más la aparición de fenómenos sueltos que de espirales muy abarcativas como testimonian las medallas doradas de la judoca Paula Pareto y el taekwondista Sebastián Crismanich o una trama peculiar como la de la navegación, con alguien capaz de apilar cuatro podios olímpicos como Carlos Espínola o con una dupla en la cumbre como la de Santiago Lange y Cecilia Carranza. 

El ciclismo maridó un binomio olímpico de oro –Juan Curuchet y Walter Pérez en Beijing 2008– con la activación de la práctica social de pedalear en zonas urbanas.

Raquetas y puños. El tenis solidificó su masificación y anudó un talento atrás del otro. Gabriela Sabatini, Juan Martín del Potro, David Nalbandian, Guillermo Coria y Gastón Gaudio sobresalieron en una constelación con cielo amplio. Al boxeo, tan en las entrañas en vastos pasados, le costó sostener esa inserción, más allá de que restauró parte de sus viejos espacios con pugilistas como Sergio “Maravilla” Martínez. “Se promocionará al atletismo y a la natación por ser consideradas actividades madre”, enunció Alfonsín en aquellas pinceladas que dejó en El Gráfico. La proliferación de corredores callejeros y de señores y señoras que se lanzan a las piletas para cuidar su salud conforma, hace rato, un trazo del panorama mientras que los tronos de las competiciones rutilantes permanecen ajenos.

El Estado. Buenos Aires albergó en 2016 a los Juegos de la Juventud. Antes se habían instalado en la agenda los Panamericanos de Mar del Plata en 1995 y la candidatura porteña y frustrada para los Olímpicos de 2004. Eso transcurrió durante las gestiones de Carlos Menem, quien trabajó en el breve regreso de la Fórmula 1, pero, sobre todo, ató su apellido al deporte por vías inéditas. 

Si Alfonsín había resuelto no mostrarse en el balcón campeón mundial de 1986, su sucesor hasta se plantó en el césped con las figuras de las selecciones de fútbol y de básquetbol. Inédito pero no disociado de la larga ruta que ata a la Casa Rosada con el deporte, un nudo traslúcido con el desembarco de Mauricio Macri, quien había conducido a Boca. La Argentina de la democracia es, entre otras cosas, la de las fotografías de sus máximas autoridades con deportistas y la de los menos fotografiados vaivenes del rol del Estado en el área. 

Deportes fue ministerio, secretaría, subsecretaría, campo jerarquizado o devastado en lo presupuestario. Dos iniciativas realzaron la relevancia del impulso estatal: la regeneración de los Juegos Evita para las franjas más jóvenes bajo la presidencia de Néstor Kirchner y la creación del Enard, un entre mixto nacido durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, que vigorizó la financiación de los mejores deportistas con un impuesto a las compañías de telefonía celular hasta que fue quitado en los días de Macri.

Clubes. Rasgo argentino excepcional, los clubes sociales resistieron las etapas de mayor concentración de capital y las voluntades políticas privatizadoras, en particular en las etapas en las que el Estado les dio nada o poquito. Enormes y pequeños, sin fronteras o barriales, perseveraron en esa resistencia como asociaciones civiles sin propósitos de lucro ofrendando una de los mensajes más democráticos que puede modelar una democracia: la vida es con otros y con otras, el deporte –como la vida– no es (o no es solamente) entretenimiento, espectáculo y mercadería. Eso no implica negar que, así como en los noventa hubo clubes con cuentas sufrientes porque parte de la población marchó rumbo a centros privados, ahora se filtran formas gerenciales más o menos encubiertas. 

Aun con eso, en los clubes respira una batalla política que encarna las peleas sobre qué democracia soñar: ser ciudadanos o ser clientes, que las cosas pertenezcan al corazón de muchos o que vayan a las manos de unos pocos. Con demoras pero con eficacia, esos clubes expulsaron a los represores que se habían enseñoreado como socios honorarios y, desde 2019, recuperaron para sus padrones a las víctimas de la dictadura gracias a la acción de minorías intensas en una ola reparatoria muy emocionante. Y el deporte tardó en homenajear a las decenas de deportistas de-saparecidos, pero, desde finales del siglo veinte, la tendencia se revirtió, aunque los altavoces comunicacionales dominantes ignoren el tema, reconcentrados en expandir “un show dentro del show”, como sintetiza Jorge Valdano.

Fútbol. La geografía que alumbró a Maradona y a Messi ratificó que el fútbol es una siembra cultural inagotable con una cadena de selecciones que fueron campeonas mundiales juveniles y con camisetas que abrigaron a equipos también campeones, a nivel doméstico o internacional, que laten grabados en infinitos recuerdos. Los funerales del Diego y la coronación qatarí llenaron las calles con multitudes inempatables. Verdad que por esas calles deambulan juventudes enfundadas en camisetas de otros equipos, de Europa o de Miami, un paisaje impensable en los albores democráticos cuando el fútbol ya era global pero tal vez no lo más global de la globalización. En el epílogo de 1983, una carta de El Gráfico a Alfonsín le pedía que abordara el drama de las violencias en los estadios. La labor prosigue pendiente: van diez junios sin público visitante.

Ningún cambio, de todos modos, exhibe la hondura del que proveen las cuestiones de género. Al ritmo de luchas que lo exceden pero lo incluyen y, también, como fruto de esfuerzos específicos, brotó en el deporte lo que palpitaba entre el silenciamiento y la ausencia. El monopolio de la masculinidad, muy visible en algunas disciplinas, se angosta o se acaba. Entre las ilusiones que llegaron cuando concluyó el horror, había de todo pero vaya a saber cuántos y cuántas hubieran imaginado lo que ya es concreto: una liga profesional de fútbol en la que juegan mujeres.

Eso pasa como consecuencia de otra dimensión verificada en 40 años de democracia: narrar al deporte es contar conmociones, sueños, abismos, resurgimientos, identidades, necesarias memorias. 

Y, a veces, en más de un sentido, es contar una patria.

* Periodista, narrador y docente.