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Agua: el bien más abundante del planeta y a la vez el más escaso

Desde el espacio, la Tierra se ve azul porque casi todo en ella es agua. Sin embargo, el agua es el bien más escaso. Incluso en Argentina, que tiene para repartir: según FAO, cada argentino debería acceder a casi 20.000 m3 de agua potable por año.

Aumentará el agua
Aumentará el agua | CEDOC

Un año de pandemia nos dejó varias enseñanzas. Y una tiene que ver con el agua.
Visto desde el espacio, nuestro planeta es azul, porque el 70% de su composición es agua. Sin embargo, el mundo está lleno de injusticias y como siempre, el reparto es desigual. 
Hay puntos del planeta en donde el agua es un regalo, mientras para otros, su escasez es una maldición. 
El 97% del agua planetaria es salada; y sólo el 3%, dulce, precisamente la que necesitamos los humanos. Dentro de este mínimo 3 %, 70 % está en los glaciares, 1% es superficial (ríos y lagos) y el 29% restante es subterránea

¿En qué parte de la grilla se encuentra nuestro país? En una posición envidiable: sólo considerando el acuífero guaraní –compartido con Brasil, Uruguay y Paraguay-, su volumen descomunal de 40 mil kilómetros cúbicos podría abastecer diariamente a 360 millones de personas.

Y llegamos a la parte en la que me siento como Donald en el país de las matemáticas: no me salen las cuentas.
A pesar de que el porcentaje de la población mundial que puede acceder al agua potable fue aumentando significativamente en el año 2000, alcanzando el 71% en 2017, las desigualdades persisten, cuando no lo inexplicable. 

Argentina, un enigma

El informe Gobernanza del Agua en Argentina (OCDE 2019) demostraba que en el año 2016, el 70% de los argentinos carecía de infraestructura básica de saneamiento, y el 30% no tenía acceso a agua potable. 
Sin embargo, en promedio, cada argentino podría/debería tener acceso a casi 20.000 m3 de agua potable por año. Al menos, en el cálculo que arroja la tabla comparativa del Sistema de Información Global en Agua y Agricultura de FAO.
Y volviendo al principio, una de las enseñanzas que nos dejó la pandemia es que el agua es la principal herramienta para combatir el coronavirus; y el jabón, claro. Bienes escasos en varias de las zonas más golpeadas por la pandemia en Argentina, o al menos en ciertos sectores. 

Un mar de contradicciones 


Según FAO, el 47% de las tierras del planeta son áridas. En ellas, la falta de precipitaciones es menor que la pérdida de humedad. Según el Atlas Mundial de Desertificación (UNEP, 1992), estas son geografías en donde llueve menos de 0,65 mm por año. Si el déficit del agua persiste durante todo el año, se habla de “zona hiperárida”, en las que no podrían existir cultivos, excepto con riego artificial. En ellas siempre llueve menos de 200 milímetros anuales.
Y aunque en algunos lugares haya tanta y en otros tan poca agua, lo más curioso es que están rodeados de agua algunos puntos del planeta en donde la escasez es extrema.
Para comenzar, si preguntáramos al paso “¿cuál cree que es el lugar más árido del planeta?” En casi todas las respuestas no faltarían el Sahara y el desierto de Atacama
Sin embargo, el lugar más árido del globo son los Valles Secos de McMurdo, en la península Antártica, en donde no llueve jamás. O mejor dicho, en donde la última vez que llovió fue hace… ¡2 millones de años! Para aumentar el desconcierto, en estos valles nada pequeñitos -ocupan 4.800 km2- hay un río y dos lagos, pero ambos son salados: el Bonney, siempre cubierto por una densa alfombra de 4 metros de hielo; y el Vanda, tres veces más salado que el Atlántico. 
Más aún, aunque resulte imposible imaginarnos la Antártida sin hielo, esta es la excepción. En los Valles Secos de McMurdo no sólo no hay agua ni humedad sino tampoco, hielo: sólo piedritas y unas cuantas focas que lo eligen como cementerio. Para tranquilidad de Marley, hay una explicación: los vientos catábicos, que circulan por la inercia de la gravedad a 320 km/h, son como un Kohinoor que evapora todo a su paso: agua, humedad, hielo nieve

Sí, Chile también

El desierto de Atacama, en Chile,  se considera el desierto no polar más seco de la Tierra, con áreas en donde no cae una sola gota de lluvia desde hace más de 500 años. Podríamos pensar, entonces, que las ciudades que lo rodean acompañan su mala suerte. En parte sí, por ejemplo, Iquique al norte del país vecino. Sin embargo, aunque Iquique se encuentra justo en el límite oeste del desierto de Atacama, es una ciudad costera, y esa proximidad al mar le regala neblinas y mucha humedad, dos bendiciones. Por eso, aunque la precipitación anual sólo sea de tan solo 5,08 mm, de junio a septiembre –invierno-, su sequedad extrema está bastante amortiguada. Las playas, además, le dieron buena fama entre los turistas –sin mencionar que es un mercado libre de impuestos-. 

Atacama, en el norte de Chile, es el desierto polar más seco del planeta Tierra


¿Hay peores lugares en materia de recursos de agua dulce? Sí, claro, incluso en Chile.
300 kilómetros más al norte, también por la costa del Pacífico, Arica es otro extraño ejemplo de “ciudad rodeada de agua, pero sin agua”. Este puerto creció a solo 18 kilómetros de la frontera con Perú y sus condiciones son parecidas a las de la ciudad peruana de Ica, en donde hace un calor de locos durante todo el año y apenas llueve (2,29 milímetros cada 12 meses). La desertificación de Atacama es una mala influencia tanto para la peruana Ica como para la chilena Arica. 
En Arica, se ha llegado a registrar menos de un milímetro de lluvia por año (0,76 mm), pero gracias al cielo, la nubosidad frecuente y la humedad del ambiente hacen la vida más tolerable para las 200.000 personas que la eligieron como su lugar en el mundo. 


Africa, combinación fatal


La mayoría de las imágenes que llegan de Asuán, en Egipto, es la de los turistas navegando a bordo de una felluca sobre el Río Nilo. Y aunque también lleguen noticias sobre la temporada de pesca y las regatas bianuales que organiza la Federación Asiática de Sailing, los 71 años que demandaron la construcción de dos represas terminaron con el río Nilo como fuente de vida: desaparecieron especies y apareció la malaria; por falta de caudal, el agua de mar penetró en el río; y el agua se contaminó con fertilizantes agrícolas. Súmese que, alejada del Mediterráneo, Asuán es una de las ciudades más calurosas del país, con 45º C en verano y lluvias casi inexistentes: 0,86 mm anuales.
Algo similar sucede en Kufra (o Al-Kufrah), un grupo de oasis en la región más septentrional de Libia, en pleno desierto del Sáhara Occidental. Aquí también sólo se registran 0,86 mm de precipitaciones anuales, razón por la cual, el gobierno creó en la década del 70, el Sistema Acuífero de Arenisca de Nubia, una reserva de agua no renovable que abastece a toda la población del desierto e incluso a la población costera de Libia. Sin embargo, la explotación excesiva del acuífero hizo que el lago se secara y las reservas de aguas subterráneas son escasas, razón por la cual nadie puede decir qué será de Kufra en el futuro a pesar de que desde 2006, el Fondo Mundial para el Medio Ambiente, la Unesco y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo se preguntan qué hacer con ella.
Según la misma Naciones Unidas, cada año se desertifican 24 millones de toneladas de suelo fértil y lo que sucede con los libianos, dentro de 24 años, le pasará también a otros 135 millones de personas en el resto del mundo: ya no tendrán acceso al agua y deberán emigrar.