El deterioro de las condiciones de aptitud para la vida que posee nuestro planeta comenzó a manifestarse de forma innegable a partir de la década del 70, dando lugar a una gran efervescencia en el pensamiento mundial sobre el tema. El desarrollo económico, causante de grandes daños ambientales, comenzó a posarse sobre el centro de la escena, planteándose una errada tensión entre la necesaria conservación del ambiente y el desarrollo socioeconómico. Este ha sido el contorno básico en el que se han manejado hasta la fecha las instituciones y los especialistas que debaten sobre el tema en el mundo, como así lo afirma Ricardo Bielschowsky, doctor en Economía y Oficial de Asuntos Económicos de la Comisión para América Latina y el Caribe (CEPAL).
En una acertada nota publicada recientemente en El País, los economistas e investigadores Ariel Dvoskin y Eduardo Crespo señalaron que al ser la salud un bien básico que participa directamente o indirectamente en la producción de todos los otros bienes del sistema económico, la disyuntiva salud o economía es errada, es decir, como el título de su artículo lo indica, el dilema entre salud y economía es falso.
Se necesitan trabajadores sanos para realizar cualquier actividad productiva, como así también para sostener un sistema de salud y tantos otros bienes básicos. “La necesidad del aislamiento no es sólo una cuestión moral, sino, esencialmente, una necesidad eminentemente económica”, señalan de forma muy apropiada los autores.
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Lo mismo sucede con la cuestión ambiental. Sostener las condiciones de aptitud para la vida que posee el planeta responde, mínimamente, a una necesidad económica. La naturaleza y sus servicios ecosistémicos, además permitir la vida humana, son parte de las condiciones generales de producción. Como bien señala Elmar Alvater, la violación de su integridad por medio de la degradación o incluso de la destrucción de las condiciones naturales de producción y reproducción no son algo externo a la economía, y tienen una repercusión directa, y negativa, sobre los costos de reproducción y la capacidad productiva de la fuerza de trabajo y, en consecuencia, sobre el proceso de generación de riqueza.
De forma muy clara, Louis Althusser señaló que, para existir, toda formación social necesita producir y a su vez generar las condiciones de reproducción de la propia producción social. En otras palabras, la sociedad debe producir bienes en el presente, pero a la vez garantizarse la posibilidad de poder producirlos en el futuro. Sin un ambiente en condiciones, eso no es posible.
Entonces, la tensión o el dilema no es entre el ambiente y el desarrollo económico, sino entre quienes quieren apropiarse de ganancias a corto plazo a partir de actividades que no pueden sostenerse en el tiempo y quienes pretenden lograr una senda de desarrollo.
Y esta discusión entre empresarios individuales ávidos por apropiarse de ganancias a corto plazo y la sociedad en su conjunto que debe resguardar las condiciones de su propia reproducción no es para nada nueva, ni tiene que ver solo con el ambiente, o con una pandemia, si no que ha estado presente a lo largo de la historia reciente, por ejemplo, con todas las leyes que han intentado evitar la degradación de las cualidades de los trabajadores, en detrimento del nivel de ganancias de diferentes empresas y/o sectores.
Dicho de otra manera, contemplar la cuestión ambiental no es otra cosa que resguardar las condiciones de producción y para ello, no es necesario ser ambientalista, con ser economista (heterodoxo) alcanza.
Es por esto que, contemplar las consecuencias socioecológicas de nuestras actividades económicas no es una cuestión solo de biólogos, sino que es una tarea que incluye también a los economistas y otros cientistas sociales. Pensar el desarrollo es una tarea multidisciplinaria que, como bien afirmó Prebisch, no se podrá explicar desde una sola teoría económica.
Por otro lado, el destacado economista canadiense Marc Lavoie, es muy crítico de la forma en la que se desenvuelve el avance en las investigaciones en ciencias económicas, tendiente a la especialización en cuestiones muy concretas y al abandono del diálogo entre las distintas escuelas.
Esto se ve todo el tiempo. Son muy necesarias las investigaciones en pos de resolver la restricción externa, por ejemplo, pero hacerlo de cualquier manera, sin contemplar sus consecuencias socioecológicas y sus posibilidades de reproducción, no tiene sentido alguno. Sin embargo, eso es lo que viene sucediendo en la Argentina.
Por ejemplo, el Registro Nacional de Barrios Populares indica que el 45% de las villas y asentamientos en el país se creó en el siglo XXI, justamente en un momento de gran bonanza económica y crecimiento a tasas chinas. Sin embargo, esto no es una novedad, ya que muchos especialistas han señalado que la expansión de la frontera agrícola expulsa a las comunidades de sus territorios, quienes terminan obligados a habitar en las periferias de las grandes ciudades y asentamientos informales. Y este periodo está caracterizado, justamente, por una fuerte expansión de la frontera agropecuaria, alcanzando la soja, según datos agroindustriales, prácticamente la mitad de la superficie sembrada en el país.
Tendrá la capacidad de generar divisas, pero el modelo agropecuario hegemónico no promueve el bienestar de la sociedad, sino por el contrario, lo agrava. Y, además, en relación al argumento planteado anteriormente, no es reproducible, ya que es sumamente nocivo para el suelo.
En este sentido, el informe Estado del Ambiente 2017, última versión del informe anual que realiza el Estado argentino, afirma que gran parte de los suelos de Argentina sufre un proceso de degradación que se traduce en una disminución de su capacidad de proveer bienes y servicios, siendo la causa “el nuevo modelo productivo” del campo argentino.
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En conclusión, incorporar elementos que hacen a la grave crisis socioambiental que estamos atravesando no es solo cuestión de ambientalistas, o especialistas de las ciencias naturales. Si uno es un economista o teórico del desarrollo, no puede dejar de ocuparse por las condiciones de producción y reproducción de las actividades económicas propuestas. A veces solo hace falta salir por un momento de la especificidad en la que se trabaja y mirar cuestiones generales.
Qué crecimiento no es igual a desarrollo parece una discusión saldada en la economía heterodoxa, es momento de saldar que tampoco desarrollo es igual a toda incorporación de innovaciones tecnológicas, ganancias de productividad o generación de divisas.
La idea de tensión entre el cuidado del ambiente y el desarrollo económico es falsa, pero sumamente efectiva para sostener el statu quo, ya que sirve para quitar la atención de grandes economistas sobre las cuestiones ambientales, ante la errada sospecha que desde una óptica “ecológica” ninguna actividad es viable.
(*) El autor es Licenciado en Comercio Internacional y candidato a doctor en Desarrollo Económico. En Twitter: @TravelaJuan