OPINIóN
¿Hora del planeta o año del planeta?

Cómo pensar esta pandemia desde la ecología política

El 28 de marzo se celebra una nueva edición de la hora del planeta, en medio de una pandemia que ha afectado a más de 530 mil personas en todo el mundo.

Tierra planeta
Tierra | Annca / Pixabay.

El 28 de marzo se celebra una nueva edición de la hora del planeta, en medio de una pandemia que ha afectado a más de 530 mil personas en todo el mundo y que tiene a naciones enteras en cuarentena.

Con el fin de visibilizar la urgencia de mitigar y adaptarnos al cambio climático, la hora del planeta nació en Sidney en el año 2007, y consiste en apagar las luces de los hogares, comercios, edificios y monumentos durante una hora.

Años anteriores tuvo movilizaciones masivas, concentraciones en parques o espacios públicos, y contó con el apoyo de varias empresas y gobiernos locales. La idea de dar un respiro al planeta convocó a miles de personas y esta vez no será la excepción, solo que se celebrará desde los hogares. 20.30hs es la hora de nuestra cita con la sostenibilidad.

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Sin embargo, este parece ser justamente el año en que el planeta menos nos necesita. Las imágenes satelitales publicadas por la NASA y la Agencia Espacial Europea, o la información publicada por el Centro de Investigación en Energía y Aire Limpio de Estados Unidos han llamado la atención respecto a los impactos ambientales positivos que está causando la pandemia, siendo noticia en los principales medios del mundo.

Restricciones de vuelos, de movilidad interna, cierre de fábricas y comercios, reducción en el consumo de carbón, caída en la producción de acero y en la extracción de petróleo, son algunas de las causas de este respiro del planeta, que está provocando la caída en las emisiones de dióxido de carbono (25% durante el mes de febrero en China), y la recuperación de ecosistemas. Respecto a esto último, la clarificación de las aguas de Venecia se ha convertido en un ícono de estos procesos, como también las postales de calles enteras vacías de personas, y la aparición de fauna silvestre ocupando esos espacios, como si reclamara, por qué no, su derecho a la ciudad.

El problema de todo esto para quienes nos identificamos con la ecología política es que no somos malthusianos ni ambientalistas de derecha. No es el ser humano per se, en su conjunto, el responsable y quien debe sufrir y pagar las consecuencias de la crisis socioecológica. Entonces, más allá de que existan impactos ambientales positivos de esta pandemia, no la celebramos, sino por el contrario, apoyamos y acompañamos a las organizaciones y gobiernos que están haciendo todo lo posible por lograr que sufra la menor cantidad de personas a raíz de la caída en la actividad económica que provoca la cuarentena.

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Para los países de ingresos medios y bajos, que poseen economías con un alto grado de informalidad, o donde el hábitat informal mantiene a un gran porcentaje de la población privada de derechos elementales, con escasa o nula presencia y respuesta del Estado, esta pandemia puede significar una catástrofe aun mayor que en los países de ingresos altos, si el Estado no toma las decisiones correctas.   

Ahora bien, hay medidas que son esperanzadoras para pensar el después de esta crisis sanitaria producto del coronavirus.

Si se han semiparalizado los vuelos y eso implica parte de la solución a la alta emisión de gases de efecto invernadero, ¿podemos repensar y regular, cómo, cuanto y para qué viajamos?

¿Podemos intervenir el comercio internacional en pos de evitar el traslado sin sentido de millones de productos que se realizan en locaciones mucho más cercanas a su lugar de consumo?

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Si una buena parte de la humanidad logró hacer teletrabajo, ¿podemos repensar cuantos traslados al centro de la metrópolis son necesarios?

Mejor aún, ¿podemos repensar y transformar nuestro sistema nacional urbano?

¿Podemos intervenir la economía de forma tal que nos permita iniciar una transición hacia una armonización de nuestro sistema nacional urbano, y no contar con un 25% de la población del país habitando una sola área metropolitana?

Los beneficios en pos de promover el comercio de cercanía, la producción local, la vida sencilla, las huertas urbanas, el tratamiento y la reducción de los residuos, la reducción de los traslados, entre otros, serían los procesos virtuosos de este cambio en pos de alcanzar una vida sostenible socioambientalmente en el tiempo.

Alberto Fernández, a contra mano de varios líderes mundiales, ha declarado que para el Estado argentino la prioridad es resguardar la salud de la población, y que se tomarán las medidas que sean necesarias, aun si estas fueran drásticas o si tuvieran el rechazo de algunos sectores. Sus palabras no dejan lugar a dudas, “si el dilema es la economía o la vida, yo elijo la vida”.

Este debe ser el criterio con el que exijamos la adopción de la agroecología y el abandono del modelo agropecuario actual que deposita sobre el ambiente millones de litros de agroquímicos, provocando la muerte o efectos nocivos en la salud de la población.

Este debe ser el criterio con el que exijamos el cierre de los emprendimientos mineros metalíferos de oro y plata que utilizan cianuro como insumo o fractura hidráulica como técnica.

Como así también debe ser el criterio por el que se abandone el proyecto vaca muerta y paulatinamente los combustibles fósiles.

Elegir la vida por sobre la economía.

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¿A donde está la diferencia, entonces, entre la crisis socioecológica y esta pandemia que ha permitido la adopción de medidas drásticas que han puesto a la vida por sobre el crecimiento económico?

En la percepción de la urgencia que ha tenido gran parte de la población y, en consecuencia, los políticos, y es sobre eso donde tenemos que detenernos.

Los impactos ambientales positivos que haya causado esta trágica pandemia se esfumarán apenas esto pase y se reactive el afán por la acumulación y el consumo superfluo que caracteriza a nuestra sociedad.

Sin embargo, para quienes sigan con vida, quedará el trabajo de pensar en que se está fallando o donde se está perdiendo la partida frente a quienes dicen que no existe el cambio climático, o niegan las devastadoras y mortales consecuencias de la crisis socioecológica.

La experiencia de que se puede frenar la economía a nivel nacional si lo que está en juego es la vida quedará en la memoria, y debe invitar a redoblar esfuerzos.

 

*Lic. en Comercio Internacional y candidato a Doctor en Desarrollo Económico. @TravelaJuan