El caso del misionero asesinado por la tribu de los sentineleses que habitan las islas Andamán, en India, conmovió al mundo y renovó la curiosidad por este grupo de personas que viven aislados y repelen violentamente cualquier acercamiento.
Uno de los investigadores que logró contacto con la tribu y sobrevivió para contarlo es el octogenario antropólogo indio TN Pandit, quien entre 1973 y 1991 formó integró expediciones que buscaban contactarse con sus hostiles integrantes. Pandit, casi 30 años después, recordó su primer viaje como el encuentro más memorable de su trayectoria, en el que se enfrentó a una situación tensa con los nativos como John Allen Chau, el misionero estadounidense atacado y muerto por los nativos.
"Estoy muy triste por la muerte de este joven que vino desde Estados Unidos. Pero cometió un error. Tuvo la oportunidad de salvarse, pero insistió y lo pagó con su vida", contó el antropólogo a la BBC. Al norteamericano lo llevaron hasta la isla un grupo de pescadores, ya que quería evangelizar a los habitantes. Pero lo asesinaron y el 17 de noviembre arrastraron su cuerpo por la playa para enterrarlo.
"Estoy muy triste por la muerte de este joven que vino desde Estados Unidos. Pero cometió un error. Tuvo la oportunidad de salvarse, pero insistió y lo pagó con su vida"
Pandit evoca su visita al lugar y explica que entendió claramente el mensaje, lo que salvó su vida. “Cuando iba a regalarles unos cocos, me separé un poco del resto de mi equipo y me acerqué a la orilla. Un sentinelés hizo un gesto curioso: con su cuchillo me indicó que me cortaría la cabeza. Inmediatamente llamé al barco y me retiré rápidamente”. Para el antropólogo, no había ninguna duda de lo que tenía que hacer. “El gesto del chico es significativo. Dejó claro que yo no era bienvenido".
La expedición que integró Pandit llevó regalos para los sentineleses: ollas, sartenes, cocos, herramientas y cuchillos, y a otros integrantes de una tribu india, los onge, para que los ayudaran a dialogar. Hace casi 20 años, el antropólogo contó su experiencia en un libro en el que explicó que los “los guerreros estaban listos para defender su territorio de los intrusos”, y que “les regalamos un cerdo vivo, pero en lugar de mostrar algún gesto amistoso, le clavaron una lanza, lo mataron y enterraron en la arena”.
La expedición llevó regalos para los sentineleses: ollas, sartenes, cocos, herramientas y cuchillos, y a otros integrantes de una tribu india, los onge, para que los ayudaran a dialogar.
Pandit integró un equipo de antropólogos que en la década del setenta intentó una serie de expediciones para establecer contacto con pueblos de los que se sabe poco por la falta de contacto con el resto del mundo, pero con los sentileneses no hubo avances hasta 1991. “Tomaron la decisión de encontrarse con nosotros, y la reunión se llevó a cabo de acuerdo con sus condiciones. Bajamos del bote pero nos quedamos en el agua, que nos llegaba al cuello, repartiendo cocos y otros regalos. Pero no nos dejaron poner pie en su isla”. Pandit asegura que no tuvo miedo, pero que su cautela le permitió salir airoso de la situación. “Cada vez que se agitaban, retrocedíamos”, reconoce. Y claro, eso es lo que salvó su vida.
C. P.