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Efemérides 9 de marzo

Napoleón y Josefina: una historia de amor, traiciones y desencuentros

A pesar de la pasión, las infidelidades mutuas y la falta de “timing” entre ambos, Josefina fue el gran amor del emperador de Francia y marzo, el mejor mes para casarse. Así fue con ella y luego, con su segunda esposa, la bisnieta de la decapitada María Antonieta, la madre del único heredero que reconoció.

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Napoleon | agencia AFP

El 9 de marzo de 1796, tras seis meses de romance apasionado, Napoleón Bonaparte se casó con Josefina Beauharnais.

Napoleón Bonaparte llegó dos horas tarde a la unión civil y, como prenda de unión, le regaló a la novia lo que más apreciaba: el nombramiento de su mando en el Ejército de Italia, el deber militar que lo alejaría un largo tiempo del lecho nupcial, pero que a él, "un hombre llamado a decidir el destino de los pueblos", le llenaba el ego. Como a la novia, claro.

Josefina tenía 33 años y él, 27; sin embargo, ambos mintieron su edad en el acta matrimonial. Sus biógrafos descubrieron que ambos habían declarado tener 28 años. 

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1805. Napoleón se proclamó Emperador de Francia, delante del Papa, y él coronó a Josefina y la nombró emperatriz.

Ese sería solo el primero de sus engaños mutuos. Josefina era en realidad la vizcondesa Marie Josèphe Rose Tascher de la Pagerie. Había estado casada con el general Alexandre de Beauharnais, ejecutado por el terror revolucionario de 1793. 

Josefina antes de ser una Bonaparte

Para la sociedad parisina, Josefina era la viuda de Beauharnais. Esa era su única carta de presentación. De la unión con ese hombre mayor, mujeriego y alcohólico, sólo le habían quedado dos hijos, pero eso no tenía ninguna importancia.

Las elegidas para ese enlace habían sido, en realidad, dos de sus hermanes mayores, pero por varias razones no pudo ser y le tocó a Josefina casarse con el marino de alta alcurnia.

Así lo había decidido una tía, que seguía viviendo en Francia casada con el padre de Beauharnais, un aristócrata rico que se estaba muriendo. En la Francia del siglo XIX, las mujeres eran una categoría vacía que sólo se completaba con una buena unión matrimonial. 

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Cuando Napoleón conoció a Josefina ya era un militar en posición estratégica.

El mismo Napoleón Bonaparte decretaría poco después, en el artículo 213 del llamado Código Napoleónico, que "el marido debe proteger a su mujer, y la mujer debe obedecer a su marido".

En ese matrimonio, en realidad, no habían sucedido ninguna de las dos cosas. Parece que en cuatro años de unión Josefina y su primer marido sólo habían compartido 10 meses antes de que la dejara “en la calle” para irse con otra. Josefina se fue entonces a vivir con sus hijos a una abadía de París, que solía recibir mujeres en orfandad sentimental.

Josefina, una belleza provinciana

Josefina, sin embargo, tenía origen noble. Sus ancestros, los Tascher, habían sido los colonizadores de la isla de Martinica, en las Antillas, y la futura emperatriz de Francia se había criado allí.

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Con preparación y mucho despilfarro Josefina Bonaparte llegó a ser una dama de la sociedad parisina; influyó en la moda.

Algunos biógrafos sostenían que era esbelta, refinada y de pelo castaño. Otros, si bien no ponen en duda su belleza, acentúan sus costumbres tropicales y el desparpajo salvaje que la hacían tan atractiva a los ojos de la pacata aristocracia parisina

Fue el vizconde Alexandre de Beauharnais quien la había “obligado” a pulirse un poco estudiando escritura francesa, ética y literatura, cuando la joven se embarcó en América, rumbo a París, para casarse con él. 

Sin embargo, por entonces, los prejuicios socio-sexuales de clase que se esperaban de una madre de origen noble a Josefina, desencantada, ya no le importaban en lo más mínimo. Quería mejorar su posición social, pero el desenfado provinciano le jugaba en contra. 

Una historia de amor napoleónica

En el siglo XIX, una mujer adúltera podía ser condenada a dos años de prisión, si era descubierta “in fraganti”; a los hombres, en cambio, sólo se les enviaba una multa, en caso extremo. Debían ser muy cautos.

En julio de 1795, más que su cultura y sus buenos modales, ese desenfado fue el que dejó boquiabierto a Napoleón Bonaparte, en cuanto vio a Josefina en una fiesta en la mansión de Paul Barras, un miembro del Directorio dispuesto a todo por tener de su lado a Napoleón, en franco ascenso.

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La pareja vivió en el Palacio de las Tullerías.

Paul Barras era “un personaje hábil, corrupto, libertino y bisexual notorio", especificó Xavier Roca-Ferrer, traductor al español del volumen "Las guerras privadas del clan Bonaparte" (Arpa), un texto que recupera las memorias y la correspondencia de Madame de Reimusat, la dama de compañía de la emperatriz. 

Según el traductor, la viuda de Beauharnais era una de las amantes de Paul Barras –ya lo había sido de otros uniformados- cuando los futuros emperadores de Francia se conocieron. Pero Barras se la entregó en bandeja, para complacerlo.

Napoleón y Josefina, recién casados

Los esposos se fueron a vivir a la sala oeste del Palacio de las Tullerías y, dos meses después de la boda, Napoleón se fue a conquistar Italia con su ejército, su primera gran consagración.

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Aquí vivieron los 13 años que estuvieron "juntos".

Mientras él parecía enamorado como desde el primer día, y le dedicó una copiosa correspondencia –incluso a veces desde el campo de batalla- ella mataba su soledad buscando consuelo en otros amoríos. Para varios biógrafos, Josefina Bonaparte no sentía lo mismo que él o, al menos, no lo sentía entonces. 

El sin embargo, inició entonces una copiosa escritura epistolar que llenaría sus reiteradas ausencias en 13 años de matrimonio

La periodista Ángeles Caso publicó en España Napoleón y Josefina. Cartas, en el amor y en la guerra, una traducción y relectura de esas misivas en las que el militar desnuda su alma enamorada.

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Muy preocupado por conquistar el mundo, Napoleón no percibía las infidelidades de Josefina; se lo dijeron en Egipto.

“Las cartas que le escribía tenían un contenido erótico importante, se moría de pasión y de deseo por ella. Pero, pasados los años, esa pasión, esa fascinación no sólo terminó sino que Napoleón llegó a tratar muy mal a Josefina", comentó Caso durante la difusión de su trabajo.

Napoleón enamorado

"Adiós, mujer, tormento, alegría, esperanza, y alma de mi vida, a la que amo, a la que temo, que inspira en mí sentimientos tan tiernos que provocan una naturaleza y unas emociones tan impetuosas y volcánicas como el trueno", escribió él. 

“No ha pasado ni un día en el que no te haya amado”, le decía Napoleón…

“No me tomo ni una taza de té sin antes maldecir la gloria y la ambición que me tienen separado del amor de mi alma”, insistía él…

"Hasta la vista, mi amor, un beso en los labios y otro en el corazón, deseando que llegue el momento en el que pueda estar en tus brazos, a tus pies, en tu seno”, según rescató Andrew Roberts para Napoleón. Una vida (Ediciones Palabra). 

Josefina sin embargo, dedicaba su vida a la frivolidad social, iba a fiestas, gastaba fortunas en su guardarropa, redecoraba el palacio y, sólo le escribía de tanto en tanto diciendo cosas que aparentemente no sentía. Hasta que un día, cuando la sangre llegó al río, Napoleón envió desde Italia un oficial de confianza para espiarla, ella inventó un falso embarazo y un aborto espontáneo y finalmente, el propio Paul Barras la obligó a viajar a Italia por temor a que la ansiedad de Napoleón lo distrajera de sus estrategias militares. 

Josefina le hizo caso, pero se llevó a su amante de turno, el oficial Hippolyte Charles. 

Cuando las campañas itálicas concluyeron todos regresaron a Francia y Josefina siguió fingiendo su rol de buena esposa. Hasta que llegó la conquista de Egipto y Napoleón desapareció más de un año.

Napoleón y las traiciones mutuas

Sin embargo, con las arenas del desierto como fondo, un militar de confianza le abrió los ojos y Napoleón Bonaparte, el nuevo conquistador del mundo, palideció. 

Contra lo que pudiera pensarse, no se vengó, porque de algún modo sentía que necesitaba una mujer al lado para construir su imagen política y, sobre todo, para tener un heredero. 

Napoleón era muy sexista, según concluyó uno de sus biógrafos, Andrew Roberts, quien le atribuye la frase “no se debería ver a las mujeres como iguales a los hombres. De hecho, sólo son máquinas de hacer bebés”.

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Al regresar de Egipto, Napoleón rechazó ver a Josefina, pero no se vengó de su traición; sólo le pagó con la misma moneda.

A partir de entonces, cual Lady Dy y Príncipe Charles, ellos fingieron un matrimonio que no existía, mientras ambos se enredaban en sus propios amoríos. Sin embargo, el amor que supuestamente la emperatriz Josefina no había sentido, de pronto despertó cuando se sintió rechazada por el hombre más poderoso de Europa. Y fue tarde. 

Cuando la tuvo frente a él, le dijo a Josefina que “le había matado el corazón y no volvería a amar nunca más”. Dormían en cuartos separados y él sólo acudía a ella cuando "necesitaba sudar", según palabras que constan en las memorias de Madame de Rémusat, que terminó siendo también la confesora del emperador de Francia. 

Josefina emperatriz

En 1805, cuando Napoleón se proclamó Emperador de Francia, delante del Papa, él mismo coronó a su esposa y la nombró emperatriz. La flamante emperatriz solició al Papa que los casara por iglesia y Napoleón no se negó, porque fortalecía su imagen. En la intimidad nada había cambiado.

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Josefina le pidió casarse por iglesia, frente al Papa; Napoleón aceptó, pero fue una estrategia política. 

Sin embargo, Napoleón quería perpetuarse. "Tú tienes hijos, y yo no. Tienes que darte cuenta de que me acucia la necesidad de fortalecer mi dinastía", le reprochó una vez el emperador mientras conquistaba Europa y sucumbía a sus amantes

En 1806, a Napoleón le apreció un hijo nacido en campaña. Y en 1809 otro, que había tenido con una condesa polaca, Maria Walewska. Sin embargo, necesitaba un heredero legítimo.

Fue entonces cuando le dijo a su esposa que debían separarse para que él pudiera volver a casarse con otra mujer y tener un heredero.

El divorcio 

Según la documentación de la época, Napoleón y Josefina se divorciaron el 10 de enero de 1810. 

Un año más tarde, el 11 de marzo de 1811, el emperador se casó con la Archiduquesa María Luis de Austria, que era la bisnieta de María Antonieta (la esposa de Luis XIV que había sido decapitada por los revolucionarios).

Los historiadores dicen que entre julio de 1810 y septiembre de 1811 la nueva pareja “compartió el lecho nupcial todas las noches”. Algo de cierto habrá ya que el fruto de ese preludio amoroso nació el 20 de marzo de 1811 y se llamó Napoleón François Joseph Charles. Fue el primer hijo legítimo del emperador.

Mientras tanto, Josefina se fue a ahogar sus penas de amor al Castillo de Malmaison, cerca de París, en donde se dedicó a plantar rosales (tenía 650) hasta que murió, el 29 de mayo de 1814.


El amor después del amor

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El mausoleo de Josefina, en Rueil Malmaison.

Parecía que, pese a sus maldiciones, el amor había vuelto a renacer en el corazón del héroe militar. Sin embargo, tiempo después, ya solo y recluido en la isla de Santa Elena, el ex dueño de Europa habría dicho: “Creo que a pesar de amar a María Luisa sinceramente, quise más a Josefina. Era natural; habíamos ascendido juntos, y era una verdadera esposa, la que yo había elegido (...) Si me hubiese dado un hijo, nunca me habría separado de ella".

Tal vez por eso, nunca se vengó de sus infidelidades (las propias, evidentemente no lo eran) y le dejó varias propiedades, el título de emperatriz, algunos sirvientes y una buena dote anual. 

Ella está enterrada bajo una tumba de mármol de Carrara en la iglesia de San Pedro y San Pablo, en Rueil Malmaison, junto a su hija Hortensia, de quien se dijo que llegó a pedir de rodillas al emperador que regresara junto a su madre. 

Sobre la última morada de Josefina, una escultura replica a la emperatriz arrodillada, tal como la había retratado Jacques-Louis David en La coronación de Napoleón.