Jacques-Louis David puso su arte al servicio de distintos gobiernos demostrando su versatilidad al igual que cierta volatilidad política propia de los tiempos que corrían. Del neoclasicismo había mutado al romanticismo, pero su cambio fue más drástico en el aspecto político. David inició su carrera artística como monárquico, pasó a ser un ferviente revolucionario y, posteriormente, admirador del Emperador Napoleón. Sus lealtades resultaron ser tan efímeras como los regímenes que retrató con su pincel.
Bajo el gobierno de los Borbones se inspiró en la historia grecorromana para decorar los palacios del Conde de Artois, hermano de Luis XVI. De esa época son las obras “Leónidas en las Termópilas” y el “El Juramento de los Horacios”.
El Juramento de los Horacios
Cada bando en pugna interpretó esta obra sobre las historia de los Horacios en su beneficio: los monárquicos como lealtad a la corona y los revolucionarios como una invitación al levantamiento del pueblo para defenderse de la opresión de la aristocracia. En política siempre es posible ver las dos caras de una moneda.
Los revolucionarios triunfales también necesitaban una iconografía para transmitir sus mensajes al pueblo y una épica para construir su relato. David se prestó gustoso a esta construcción pictórica, que había iniciado su colega Charles Paul Landon, quien escribe el “Journal des arts et de la Politique” y con el tiempo será el curador del Museo Napoleón -posteriormente llamado Louvre- donde el conquistador acumulaba los tesoros artísticos que rapiñó durante sus campañas. David da vuelo a la épica revolucionaria con el “Juramento de Pelota” (Jeu de Paume) momento en el que el tercer Estado desplaza a la aristocracia y la Iglesia como principal fuerza política de Francia.
El pintor fue radicalizando su posición política y de tímido monárquico evolucionó a jacobino, como pasó a llamarse este grupo que pretendía quitarle los privilegios a la Monarquía.
El nuevo gran aporte al relato revolucionario lo da David cuando su amigo, el Dr. Marat muere asesinado en su tina, donde pasaba gran parte del día por un molesto prurito que lo afectaba desde hacía años. La ejecutora del crimen era una joven llamada Corday quien vengó así la muerte de su prometido ordenada por Marat. David fue el encargado de organizar las exequias del “amigo del pueblo”, tal como se lo conocía a Marat por el periódico que editaba bajo ese nombre. David pintó al nuevo mártir de la revolución en el baño donde había concluido su carrera política.
La caída de Robespierre arrastró a David a la prisión, donde le fue permitido pintar “El rapto de las Sabinas”, basada sobre el mítico secuestro de estas mujeres por los primitivos habitantes de Roma. Fueron ellas quienes promovieron la reconciliación entre sus parientes y los romanos. La imagen de la mujer interponiéndose entre los guerreros es una clara alusión a la intención de pacificar a las partes en pugna. De esta forma, David proponía dejar el pasado atrás y promover la reconciliación entre los ciudadanos después de haber decapitado a la nobleza de Francia.
Con el ascenso de Napoleón, una vez más, David puso su talento al servicio del poder, más cuando el Gran Corso era un admirador del pintor y conocedor de la importancia de las imágenes como sostenedoras del poder. De hecho, un número importante de artistas como Ingres, Antoine-Jean Gros, y el ya mencionado Landon, se encargaron de retratar al general en sus momentos más gloriosos o cuando él pretendía que fuesen recordados de esa forma.
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El momento cúlmine de la carrera de Napoleón fue, sin dudas, su coronación como Emperador, momento que le encomendó inmortalizar a Jacques David, asistente y testigo de la ceremonia. La obra le tomó tres años. En ella David incurre en algunas imprecisiones y anacronismos, a fin de satisfacer el ego del nuevo emperador. Por ejemplo, entre los familiares de Napoleón, el pintor incluyó al padre de Bonaparte quien, para ese entonces, ya llevaba algunos años muerto.
La asistencia del Papa, literalmente secuestrado para presenciar la coronación, fue una jugada audaz. De esta forma, satisfacía a la devoción de los católicos y, por otro lado, mostraba la sujeción de la Iglesia a las propuestas “republicanas”. Originalmente David lo representó al Pontífice con las manos sobre su regazo, pero Napoleón, que supervisaba la obra personalmente, dijo “no lo hice venir desde tan lejos para que no haga nada” y fue retratado dando la bendición.
El momento elegido originalmente es cuando Napoleón se autocorona. El historiador y político francés Louis Thiers sostenía que Bonaparte, impaciente, le había arrebatado la corona al Papa. No fue así, Napoleón se impuso la corona a si mismo sin sacarla de las manos del Sumo Pontifice. David consideró que este momento no era políticamente correcto y eligió el momento en el que Napoleón corona a Josefina. Bonaparte aprobó la propuesta del pintor, ya que era mejor inmortalizar un gesto generoso que uno arrogante.
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David no dejó pasar la oportunidad de retratarse, precisamente detrás de la familia Real. A su lado está el príncipe de Talleyrand, el eterno ministro de Relaciones Exteriores de Napoleón, famoso por esa frase que haría historia: “la política es el arte de lo posible”.
Con la caída de Bonaparte, David decidió exiliarse a Bruselas aunque el nuevo Rey de Francia le ofreció ser pintor de la Corte. Después de sufrir un accidente en la calle, murió de un derrame cerebral el 29 de diciembre de 1825. Su cadáver no pudo volver a Francia, debido a su actividad política durante la revolución. Recién en 1882fue enterrado en el parisino cementerio de Père Lachaise, junto a su esposa. Sin embargo, su arte prevaleció sobre sus inconsistencias políticas.