Las placas tectónicas son planchas de piedra, sólida, rígida que se encuentran en la litosfera. Se apoyan sobre otra plancha de roca fundida, el manto, que se comporta como si fuera un plástico deforme, maleable que se estira sin romperse. Las placas tectónicas, aunque son rígidas, también se mueven. Y se mueven de rebote, por el tremendo calor que desprende el interior de nuestro planeta, que arde a 6.700º C, casi como el sol. Este calor ardiente mueve el manto y en consecuencia se expande a la litosfera y la corteza terrestre.
Ese calor en expansión hace que las placas frías de la superficie choquen, friccionen y provoquen terremotos, grietas, incluso tsunamis. Este dinamismo, a la larga, cambia la fisonomía de la tierra: hace aparecer montañas donde había planicies, y océanos de piedra donde tal vez habían lagos.
Aunque nos de terror tan solo pensar en estos vaivenes debajo de nuestros pies, los científicos dicen que son la garantía de que la Tierra sea habitable.
El choque de estas moles inmensas de piedra rejuvenece el planeta. Hace 4.000 mil millones de años que la vida va evolucionando en un planeta que siempre cambia de fisonomía
Las placas tectónicas no son parejas, cuentan con zonas más calientes y más delgadas; y otras, más frías y espesas. Las dos primeras, tienen más posibilidades de emerger, salir a la superficie; las dos últimas, de hundirse en el interior. Desde luego, la gravedad también tiene su rol en todas estas cuestiones, porque hace que las placas se desplacen algunos centímetros por año. Y si esto se mide en millones de año, una fisurita será una gran depresión.
En total, en la Tierra, se identificaron 15 placas tectónicas principales y unas 42 placas tectónicas secundarias.
La mayor es la Placa del Pacífico, que abarca 103,3 millones de km2. En su mayor parte, se hunde en las entrañas del océano, pero aflora en Nueva Zelanda y algunas partes de California. Y fruto de su temperamento inquieto es todo el archipiélago de Hawai, que emergió sobre el “Anillo de Fuego del Pacífico”, un área en donde la actividad sísmica es incansable.
Por tamaño, le sigue la Placa Norteamericana, que cubre 75,9 millones de km2. Completamente terrestre, es la suma de la mayor parte del territorio de América del Norte, Cuba, Bahamas, Islandia y Groenlandia.
Por amplitud y con 67 millones de km2, el tercer puesto es para la Placa Eurasiática, domicilio de las inmensas cordilleras del Himalaya, las cicatrices orográficas que dejó el choque con la Placa de la India, bastante menor pero igualmente brava.
El cuarto lugar de las placas tectónicas del planeta es para la Placa Africana, que abarca Africa y partes del Océano Indico y Atlántico: 61,3 millones de kilómetros km².
El cuadro de honor de las placas mayores también lo integran la Antártica, la Australiana y la Sudamericana. Sin embargo, la placa de Juan de Fuca (Noroeste de EE.UU), la Placa Arábiga, (Medio Oriente y Asia) y la Placa del Caribe (debajo del agua) no deberían desestimarse.
El mayor terremoto de la historia sucedió el 22 de mayo de 1960, en Valdivia, la ciudad chilena que integra la sexta placa tectónica mundial, según su extensión.
Alimentó olas de 25 metros de altura y se sintió a lo largo de mil kilómetros costeros durante 10 minutos. Alcanzó una magnitud de 9,5 puntos en la escala Richter y calculan que liberó de las entrañas terrestres la energía equivalente a 20.000 bombas de Hiroshima. Modificó el cauce de un río, desplomó varios pueblos, mató a 1.600 personas y dejó sin casa a 2 millones de chilenos.