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Randazzo, la ciudad que milagrosamente perdura en la ladera del Etna

Las bombas de la Segunda Guerra Mundial sólo dejaron en pie el 20% de la ciudad italiana de Randazzo. Sin embargo, conoce peores pesadillas: pequeña, fértil y temperamental, nació y creció en la falda del Etna, el volcán más activo de Europa.

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Con el Volcán Etna de fondo, Catania, a 66 km de Randazzo, en la isla de Sicilia | AGENCIA SHUTERSTOCK

Sabemos de Taormina por sus festivales de cine, y de Palermo, porque al ser la capital de Sicilia concentra cruceros y turistas, pero de Randazzo sólo llegan noticias cubiertas con bocanadas de humo y ceniza. Randazzo es la pequeña población al noroeste del volcán Etna, que ocupa un área de 1190 kilómetros cuadrados y es el más activo de la placa euroasiática. Es decir, Randazzo está en la vertiente del Etna.

Todo ese peligro se olvida cuando se aprecian desde este pueblito fértil y añejo las mejores vistas del Etna, en cuyas fauces –dice el mito-  Hefesto templaba sus armas con la ayuda de los cíclopes. Por eso tal vez, Randazzo fue siempre una de las ciudades italianas que más sufrió sus cambios de humor. Desde que nació, está acostumbrada a las bellezas y las lágrimas.

Glorias lejanas

Como la mayoría de las ciudades sicilianas, la historia de Randazzo se hunde en las noches del tiempo. Para algunos ya existía en la gloria del imperio griego y así lo testimonian los hallazgos arqueológicos en los distritos de Sant'Anastasia, Mischi, Jannazzo y San Teodoro.

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La única información documentada que existe, sin embargo, es la que dejó el hombre más respetado de la zona, el archipreste Giuseppe Plumari, que nació aquí en 1770. El prelado dedicó toda su vida a documentar el pasado de su ciudad natal y sus textos son palabras mayores. Según él, Randazzo nació de la unión de cinco ciudades que habían sido destruidas durante la guerra civil romana y que el emperador Ottaviano reagrupó y reconstruyó como una sola.

Cuando los musulmanes llegaron a la costa jónica, en el siglo IX, la población nativa huyó hacia el oeste y se refugió al otro lado del río Alcántara para escapar de la invasión musulmana en Sicilia. Algunos fieles cristianos cargaron una Virgen María y la ocultaron en una cueva en los acantilados del Alcántara. Siglos más tarde, un pastor vio un destello dentro de la cueva y vio que milagrosamente la Virgen estaba rodeada de una llama votiva. Allí, en ese sitio sagrado, construyeron entonces la actual Basílica de Santa María, uno de los puntos más visitados por los turistas.

Los árabes permanecieron tres siglos en Sicilia, hasta que fueron expulsados por los normandos, bajo las órdenes del Gran Conde Roger. Con ellos, llegaron al sur de Italia, los lombardos del norte y también las murallas.

Luego vinieron los aragoneses, la transformaron en un ducado y abrieron puertas en las murallas medievales. La Puerta Aragonesa (1282) es el acceso principal.

El Etna y la miseria

La erupción del volcán Etna en 1536 y los azotes de la peste negra, entre 1575 y 1580, ensombrecieron a Randazzo e hicieron que el dominio borbónico les dejara amargos recuerdos. El alza de los impuestos, la pobreza y los saqueos provocaron revueltas populares en todo Sicilia y también aquí. Fueron sofocadas con sangre, horca y más impuestos. El pueblo enardecido quiso quemar vivo al alcalde, y los capuchinos le salvaron el pellejo.

El tiempo pasó, de todos modos y en la memoria colectiva actual nada iguala los días aciagos de julio y agosto de 1943, cuando los bombardeos estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial  destruyeron el 80% de las casas y casi todas sus preciosas obras de arte: murallas, palacios, iglesias, archivos y museos de Randazzo.

Así, de un plumazo, desaparecieron los mejores recuerdos de su historia gloriosa y la ciudad se empobreció aún más. Y con ellos, terminó la dominación alemana, que había hecho de esta ciudad el comando militar de la ocupación siciliana.

¡Y el Etna! Hermoso de lejos, temible, de cerca. El mayor volcán activo de Europa, traspasó las murallas y bañó de lava las calles en 1669. Tres siglos más tarde, los sacudió como a moscas el 17 de marzo de 1981. Inmediatamente comenzó a escupir magma en llamas y, durante tres días, avanzó hacia la población escaldando los campos fértiles. Otra vez la hambruna; al menos la furia del Etna se detuvo antes de engullirlos a todos de un lengüetazo.

Los randazzesi recordaron entonces una antigua leyenda que asegura que en la antigüedad, justo cuando otra erupción los amenazaba, la Virgen se apareció a un ermitaño que vivía en una cueva para decirle que “Randazzo nunca sería destruida por la lava”.

¿Cómo ser de aquí y no vivir implorando al cielo? Randazzo se fue haciendo y rehaciendo a 754 metros de altura, mirando de reojo el Estrecho de Messina.

Cada uno de sus tres grupos étnicos preponderantes –griego, latino y lombardo- tuvo su propia iglesia que a la fecha fue re-re-reconstruida varias veces: San Nicolás, Santa María, San Martín. Esta última fue la que más sufrió los ataques aéreos, pero sigue conservando un campanario del siglo XIV. En deterioros, le sigue San Nicolás, pero sigue ahí, más o menos como era en el 1500. Santa María también fue reconstruida varias veces hasta quedar finalmente con la fisonomía que le dejó su estilo normando suevo del 1200.

El 17 de febrero, el Etna volvió a avisarles que seguía junto a ellos y desde entonces no deja de temblar. Y los randazzesi, de rezar. Descontando la pandemia, hacía dos años que no tenían tantos motivos para volver a hablarle a Dios.

Además de una finca que ofrece turismo rural, entre albergues y bed & breakfasts, operan en Randazzo 16 establecimientos hoteleros. A pesar de los estragos económicos que les dejó la pandemia, 18 restaurantes intentaron durante los últimos meses ponerse en pie con sus delicias sicilianas, al menos para sus 11.200 habitantes. Y no pierden las esperanzas. Siempre hay que recomenzar.