El 28 de abril de 1947, el aventurero Thor Heyerdahl partió del puerto de Callao, en Perú, con cinco amigos y sin rumbo cierto, hacia el Oeste.
A bordo de una balsa precaria de troncos de árboles sudamericanos, atada con sogas rudimentarias, el noruego Thor Heyerdahl quería demostrar una locura: que los incas habían poblado Polinesia hacía 1.500 años.
“Imposible”, le dijeron en National Geographic Society y en cada cenáculo académico que visitó en busca de financiación. “Los incas no sabían navegar”, argumentaban los científicos de largas y sabiondas barbas blancas.
De algún modo convenció a Knut Haugland, Bengt Danielsson, Erick Hesselberg, Torstein Raaby y Herman Watzinger, sus amigos de la adolescencia que eran electricistas, radioaficionados y losers, pero no marineros.
Tras 101 días de viaje en balsa y un recorrido de 6920 kilómetros repleto de peligros, los noruegos llegaron al atolón de Raroia, en las islas Tuamotu de Polinesia, dejándose llevar por la corriente de Humboldt del Norte y, luego, por el viento.
Las teorías difusionistas de Thor Heyerdahl comenzaban a tomar cuerpo ya que por un lado, demostraron la capacidad de la civilización preincaica para la navegación. Y por otro, lo que sería su norte a partir de entonces: los pueblos del pasado, lejos de estar aislados unos de otros, estaban comunicados por el mar.
Aventura en balsa
La balsa fue bautizada Kon Tiki, un dios solar pagano que, según había estudiado Thor, integraba tanto el altar peruano como el polinesio.
El noruego mandó a construir la balsa con 18 tremendos troncos de madera, cruzados y unidos con sogas de cáñamo. Cada uno de ellos medía casi 14 metros y tenía un grosor de 60 centímetros. En la embarcación colocaron un mástil de 9 metros de altura y una vela cuadrada fija, de 27 m2, con la imagen pintada del dios Kon Tiki. Colocaron un remo en donde debía haber un timón.
"¿Fronteras? Nunca he visto una. Pero he oído que existen en las mentes de algunas personas", dijo Thor Heyerdahl
Cargaron 1.000 litros de agua potable y 200 artículos comestibles (cocos y frutas, papas, raíces y calabazas) que completaron con lo que durante el viaje a la buena de Dios les fue regalando el mar, desde atún hasta tiburones. Sí, fue una travesía llena de peligros, ya que un cardumen de tiburones estuvo a punto de convertirlos en su almuerzo.
Todo eso está documentado ya que Thor Heyerdahl llevó abordo una filmadora con la que fue rodando su diario de viaje. Con ese material, el mismo Thor armó un film que ganó el Oscar al Mejor Documental de 1951.
En honor a la verdad, sus compañeros llevaron un equipo de radio NC-173 y algunos instrumentos de navegación, ya que por momentos temían que su amigo se creyera Poseidón.
Diario de un aventurero
Thor Heyerdahl era hijo de un hombre que amaba los animales y de una mujer que trabajaba en el museo de su pueblo natal. Desde chico, ellos despertaron en él su amor por la naturaleza.
Había estudiado Biología y Geografía en la Universidad de Oslo y era Dr. en Filosofía. Su formación científica pronto le permitió comprender que sus pares adoraban los escritorios.
Entonces decidió destinarle solamente el 50% de su vida al estudio, y el resto de su tiempo, a seguir sus propios pálpitos. Mientras tanto, el mundo académico lo escuchaba como si tuviera delante un demente.
Su primer viaje fue en 1937, hacia las Islas Marquesas, a donde fue para estudiar zoología. Los relatos míticos sobre el origen de Polinesia lo deslumbraron y giraron el timón de su destino. Le costaba creer que las islas hubieran sido pobladas por marinos que partieron de Indonesia hacia el oeste; eso no coincidía con las corrientes del Pacífico, y esa idea regresaba a su cabeza, una y otra vez.
La Segunda Guerra Mundial –en la que se alistó como combatiente- truncó su vocación aventurera, pero al concluir el conflicto, volvió al mar.
Solamente estudiando con espíritu crítico las crónicas españoles, descubrió increíbles coincidencias entre la población peruana y la de Polinesia: adoraban a los mismos dioses y elementos, compartían la misma mirada del mundo. ¿Cómo podía ser?
Con absoluto entusiasmo, acercó su tesis al mundo académico y fue como si un tren chocara contra un paredón. Le dijeron que, si bien esas similitudes podrían tener asidero, nada hacía pensar que los peruanos hubieran arribado a Polinesia para mezclarse con los pobladores antiguos del recóndito Pacífico Sur. Y ya sabemos cuánto lo convencieron esas palabras.
Incas en Polinesia
Incansable, luego del Oscar y la popularidad, comenzó a investigar si los egipcios podrían haber llegado a América. La ciencia lo refutó de entrada.
Desde luego, siguió con su plan: construyó dos balsas de juncos, RA I y RA II, para cruzar el Atlántico; con la primera fracasó, cerca de la costa, pero con la segunda, en julio de 1970, llegó a Barbados luego de atravesar el Océano en 57 días.
En 1975, con Tigris cruzó los ríos Tigris y Eufrates. Conjeturó que los pueblos de la Mesopotamia asiática también habrían estado unidos a los del Valle del Indo, en Pakistán, por un mar que había desaparecido.
Thor fue miembro de la Academia Noruega de Ciencias y Letras. Y tuvo tres esposas y cinco hijos.
Viajero incansable, durante su último año de vida, no quiso morir mirando por un microscopio sino con las velas desplegadas, buscando siempre nuevos rumbos. Ese último año, -aun con un tumor cerebral- realizó 70 viajes.
Los últimos años de su vida se mudó a las Islas Canarias, porque supuso que los vikingos habían llegado hasta allí. Murió en el puerto italiano de Andora, el 18 de abril de 2002, cuando tenía 87 años y una infinidad de millas náuticas en su carta de navegación. Un busto lo recuerda en Güimar, Tenerife.
"¿Fronteras? Nunca he visto una. Pero he oído que existen en las mentes de algunas personas", dijo Thor una vez, y lo demostró.
Su historia y sus travesías se estudian en la NASA, porque son inspiradoras: “Por supuesto que Heyerdahl no probó lo que ocurrió en la antigüedad, sólo lo que podría haber pasado. Aun así, al hacerlo demostró el interés humano de comprender cómo las cosas llegaron a ser como son. Como todos los exploradores, se propuso extender el conocimiento humano. Comprendió que el método científico necesita de hechos y evidencias, por lo que salió a buscarlas”, dice la página oficial de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA).