Médico recibido con diploma de honor por la Universidad de Buenos Aires (UBA) con tesis doctoral en Neurociencias, investigador superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en el Instituto de Biología Celular de la Facultad de Medicina de la UBA y en el Departamento de Ciencias de la Vida del Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA), miembro titular de la Academia de Ciencias Médicas y ganador del Premio Bernardo Houssay y del Premio de la Fundación Bunge y Born en Neurociencias, Jorge Medina se especializa en formación, expresión, persistencia y olvido de la memoria y esta semana participó de la Agenda Académica de Perfil Educación. “Los estudios que nosotros hemos hecho fueron siempre en animales de experimentación, pero en el mundo hay laboratorios que intentan manipular la memoria en humanos para borrar recuerdos y, de esa manera, poder facilitar una memoria menos traumática. Eso tiene también un costado ético: manipular la memoria en lo seres humanos no es moralmente aprobable. Es posible manipular la memoria para borrar parte de los recuerdos, de hecho se hace todos los días en los centros de investigación”, sostuvo.
Durante varios años, Medina fue docente de Fisiología en la UBA y ha realizado una gran producción académica, lo que lo convierte en el neurocientífico más citado de la Argentina, con más de 340 publicaciones de trabajos científicos en revistas internacionales y más de 240 presentaciones en congresos nacionales e internacionales, con ensayos como de La persistencia del almacenamiento de la memoria a largo plazo; La dopamina controla la persistencia de almacenamiento de memoria a largo y Atenuando la persistencia del almacenamiento de la memoria del miedo. “Nosotros estudiamos memorias de individuos y no estudiamos memorias colectivas. Para el estudio de la memoria social se requieren interpretaciones sociológicas, no interpretaciones químicas o fisiológicas. Nosotros, como investigadores básicos, no podemos aportar mucho a las memorias sociales. Lo que sí podemos aportar es que hay un concepto clave en el estudio de memorias en animales: guardamos lo que es relevante, lo que es emocionalmente fuerte. Lo que es emocionalmente neutro, lo solemos olvidar rápidamente. Y eso sirve para todos los órdenes de la vida”, agregó.
—En La persistencia del almacenamiento de la memoria a largo plazo usted identificó las proteínas que permiten que los recuerdos persistan y descubrió que para promover la persistencia y el almacenamiento a largo plazo de la memoria, bastaría con administrar dicha proteína. ¿Es realmente posible manipular los recuerdos a través de la aplicación de una sustancia química?
—Esa molécula no puede ser fácilmente inyectada, porque si uno la inyecta periféricamente en la sangre no llega al cerebro por razones complejas. Pero está claro que es manipulable la duración de la memoria. Hay diferentes técnicas manipulables, hay drogas o compuestos que permiten hacer durar más o durar menos las memorias. Y también existen medios conductuales, formas de hacer que duren más o duren menos. Por ejemplo, en el periodo crítico que determina que una memoria dure mucho o dure poco, yo puedo darle al animal con el que hago experimentos una novedad o una situación de recompensa y, en ese caso, la duración de la memoria puede durar mucho más. En los laboratorios de investigación es muy común manipular la cantidad y la calidad de las memorias. Y se está intentando atenuar las memorias que son traumáticas o que generan mucho estrés. Yo no hago experimentos con humanos, pero sería el caso de un ex combatiente que fue a la guerra y vuelve con un estrés postraumático o una mujer que fue violada, en ese caso, la idea sería tratar de atenuar ese tipo de emocionalidad tan fuerte, de modificar esas memorias tan fuertes que pueden entorpecer la vida emocional de las personas. Sin embargo, no existe nada concreto, están en fase experimental. Los estudios que nosotros hemos hecho fueron siempre en animales de experimentación, pero en el mundo hay laboratorios que intentan manipular la memoria en humanos para borrar recuerdos y, de esa manera, poder facilitar una memoria menos traumática. Eso tiene también un costado ético: manipular la memoria en lo seres humanos no es moralmente aprobable. Es posible manipular la memoria para borrar parte de los recuerdos. El problema, vuelvo a decir, si es lícito hacerlo como un hecho terapéutico. Pero la pregunta es: ¿vale la pena sacar esa memoria? Hay memorias que son tan importantes y adaptativas que nos permiten evitar daños. Hace cien mil años atrás, el homo sapiens primitivo sabía que tenía que ir hacia un lugar cuando salía de la cueva y no hacia otro lugar porque podía ser presa de un predador. Hay memorias que no hay que borrar.
—¿Cómo son esos estudios que se han aplicado en seres humanos para intentar borrarles un recuerdo o parte de su memoria?
—Hay un estudio que se hizo muy famoso en el que se daba un compuesto que se utiliza para bajar la presión arterial, que se llama bloqueante beta adrenérgico. Los bloqueantes beta adrenérgicos pueden disminuir fuertemente memorias traumáticas. Esta investigación fue reportada en un paper muy famoso, publicado en la revista Nature, que es una de las tres revistas más importantes de la ciencia mundial. Pero ese estudio se ha intentado reproducirlo con resultado contradictorio, a pesar de que se usó una droga que se utiliza normalmente en los humanos para bajar la presión arterial. No fue un ensayo extraño o que puede traer problemas a los humanos. Yo estoy de acuerdo con eso, son metodologías aprobadas por organismos internacionales que controlan los fármacos. Con eso no hay ningún problema. Por ejemplo, con los animales de experimentación nosotros hemos probado que una sola dosis de antidepresivo modifica sustancialmente la duración de memorias traumáticas en los animales de experimentación.
—¿Cómo son los estudios en animales de experimentación en los que se comprobó que se puede borrar parte de la memoria?
—Yo puedo manipular la química de dos o tres regiones del cerebro para sacar el mecanismo que hace mantener las memorias estables. Entonces, la memoria se desestabiliza y cae en el tiempo, se pierde, se deletea. Nosotros trabajamos con ratas, pero también se ha hecho con abejas o con moscas. Cuando uno cambia el funcionamiento de las neuronas, puede borrar toda la memoria o parte de una memoria. El experimento funciona de esta manera: se le enseño a una rata que no baje de un lugar que es seguro, porque si baja se va a encontrar con un pequeño shock, que apenas lo siente, pero que le sirve para recordar la penalidad. Al otro día, vuelvo a poner a la rata en el lugar que es seguro y si recuerda lo que sucedió no va a bajar para evitar el shock.
—En la respuesta anterior se refería a su paper Atenuando la persistencia del almacenamiento de la memoria del miedo usando una sola dosis de antidepresivo, donde se recuerda que, a pesar de los recientes avances, sigue sin resolverse la pregunta importante de cómo atenuar los recuerdos traumáticos. ¿Es posible atenuar esos recuerdos?
—Hay varios trabajos que han demostrado es posible atenuar los recuerdos traumáticos. Hay un reciente experimento realizado en el MIT en el que se estudió ratones que experimentan una memoria muy traumática pero que, en determinado momento, jugando con los circuitos neuronales pueden cambiarla a una memoria de placentera. Eso está demostrado. Y, viceversa, una memoria que es placentera la pueden manipular y convertirla en una memoria traumática. Otra vez: lo han demostrado en animales de laboratorio, llevarlo a seres humanos tiene un costado ético muy serio.
—En Los mecanismos para los tipos de memoria difieren usted dividió a la memoria en aquella de corta duración (corto plazo) y aquella de larga duración (largo plazo), descubriendo que ambas son debidas a fenómenos moleculares y neuroquímicos diferentes. ¿Cuál es la diferencia entre la memoria de largo plazo y la de corto plazo?
—Ese estudio fue publicado en Nature en 1998 y fue la primera experiencia real que comprueba que hay una memoria de corto plazo y una memoria de largo plazo, que conviven. Hasta ese momento se pensaba que cuando se adquiría información, la memoria se guardaba en un sistema de corto plazo que duraba un par de horas y que luego pasaba a un almacenamiento de larga duración, que tiene otros mecanismos en el cerebro. Y se creía que eso sucedía de forma secuencial. Pero nosotros demostramos que son mecanismos separados y que no necesariamente una es seguida de la otra, sino que podemos tener memorias de largo plazo que duran días, semanas o meses, sin haber pasado por las memorias de corto plazo, que duran minutos u horas. Y que los mecanismos de una y otra son completamente diferentes. En la memoria de corto plazo se modifica la actividad de neuronas en el cerebro por un tiempo corto. Son cambios transitorios, de minutos a pocas horas. En cambio, la memoria de largo plazo requiere de la expresión de genes y de la síntesis de nuevas proteínas porque necesitamos tener más conexiones sinápticas y más sólidas. Dicho de otra manera: cuando uno guarda información por mucho tiempo en el cerebro se producen cambios en las conexiones de las células nerviosas. En general, esos cambios son más fuertes y con mucha más cantidad.
—La dopamina controla la persistencia de almacenamiento de memoria a largo plazo es otro trabajo en el que usted investiga la posibilidad de borrar parte de la memoria. Es ciertamente algo fascinante, y como usted aclara, con un dilema ético muy fuerte. ¿Qué piensa usted cuando se difundió un Black Mirror, la serie distópica de Netflix que muestra un futuro cercano en el que una persona puede ingresar a una clínica y alterar sus recuerdos como si fuera el disco rígido de una computadora?
—Hay muchas series y películas que hablan de eso. Los estudios que existen han intentado hacer con el propranolol, que es el beta bloqueante que se usa para la hipertensión. Se intentó bloquear o atenuar fuertemente memorias traumáticas. Lo que está ocurriendo es que no está claro que funcione bien en humanos. En cambio, con los animales de experimentación ya quedó probado que uno puede aumentar la memoria, bajar la memoria en intensidad o duración. Y también es posible cambiar el sentido de la memoria. Porque como dijo Borges alguna vez: “¿Qué es lo que recordamos? ¿Recordamos la última vez que recordamos o recordamos la memoria original de ese recuerdo?”. Porque las memorias cambian, cada vez que nosotros reactivamos el sistema y esa memoria se evoca. Dependiendo del lugar en el que estamos y de cómo uno se siente, se podrían modificar pequeñas cosas de esa memoria original. Si yo aprendo algo hoy y la evoco dentro de una semana y me planteo cosas distintas de esa experiencia, es probable que pueda volver a guardar esa memoria con una familia de memorias distintas, pero la memoria original está metida muy adentro como las catáfilas de cebollas. La memoria que estoy evocando son las últimas capas de memoria, no es la original, que está muy guardada adentro del cerebro. Esto es algo que ya había anticipado Freud, cundo dijo que la memoria actúa como catáfilas de cebollas formando capas.
—Usted se especializa en investigar la memoria, siendo una memoria individual, pero usted sabe que, especialmente en la Argentina, la memoria tiene un lugar importante en la historia reciente. Me refiero la memoria social. ¿Cómo se relaciona para usted la memoria individual con la memoria social y colectiva?
—Es muy difícil responder esa pregunta, porque nosotros estudiamos memorias de individuos y no estudiamos memorias colectivas. Para el estudio de la memoria social se requieren interpretaciones sociológicas, no interpretaciones químicas o fisiológicas. Nosotros estudiamos memorias de individuos y no estudiamos memorias colectivas. Para el estudio de la memoria social se requieren interpretaciones sociológicas, no interpretaciones químicas o fisiológicas. Nosotros, como investigadores básicos, no podemos aportar mucho a las memorias sociales. Lo que sí podemos aportar es que hay un concepto clave en el estudio de memorias en animales: guardamos lo que es relevante, lo que es emocionalmente fuerte. Lo que es emocionalmente neutro, lo solemos olvidar rápidamente. Y eso sirve para todos los órdenes de la vida. Yo siempre pongo como el siguiente ejemplo: ayer me tomé un colectivo y recordé a cada una de las personas que estaban en el colectivo. Pero hoy quise recordar a esas personas y no lo pude hacer, porque hay un mecanismo inconsciente que tienen que ver con la novedad que actúa en el cerebro para darle ánimo a guardar ese recuerdo. En cambio, si es algo no relevante, entonces ese recuerdo decae en el tiempo y se pierde a los pocos minutos.
—¿Estos mecanismos son adquiridos y son parte del ADN de cada persona, o es posible modificar estos procesos de memoria a través del aprendizaje?
—Hay dos partes importantes, lo que traemos, es decir, lo que viene con nuestros genes. Y lo que se cambia por las experiencias de la vida de cada uno. Todo lo que experimentamos, desde lo que escuchamos cuando estamos en el útero materno, nuestro primer llanto al nacer, y todo el resto de nuestra vida nos permite experimentar un montón de cosas. Muchas de esas experiencias son guardadas y generan cambios en los genes. Son los cambios epigenéticos, no son heredados sino que ocurren gracias a lo que cada uno experimenta en la vida. Cada experiencia que tenemos modifica algo en la química de las células nerviosas. Se modifica la química y se modifican las emociones.
—Esta sección se llama Agenda Académica porque intenta ofrecerle a investigadores y docentes universitarios un espacio en los medios de comunicación masiva para que puedan dar cuenta de su trabajo. La última pregunta tiene que ver, precisamente con cada objeto de estudio: ¿por qué decidió especializarse en formación, expresión y persistencia de la memoria?
—Yo soy un fisiólogo que en mi tesis doctoral experimenté con los movimientos en la estructura del cerebro. Luego empecé a estudiar qué mecanismos químicos tenían que ver con la ansiedad, con los ansiolíticos y con las drogas llamadas benzodiacepinas. Ahí nos hicimos de una serie de evidencia muy grande sobre el papel de la química del cerebro en el tratamiento de la ansiedad. Y obtuvimos tres patentes internacionales. Así supe que los tranquilizantes pueden dejar algo de amnesia temporaria, y empecé a estudiar la memoria porque conocer cuáles son los mecanismos de la memoria nos permite entender cómo guardamos parte de la información en nuestro cerebro y cuánto olvidamos. Y ahí está Borges otra vez. Porque Borges decía que las memorias son grietas en el obstinado olvido. Son pequeñas islas en un océano. Casi todo lo olvidamos y algunas cosas las guardamos. Y son las cosas más importantes. Nos demos cuenta o no nos demos cuenta de ello.