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Un gesto de Luis Chitarroni

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

En un tramo de La ceremonia del desdén (Mardulce), Luis Chitarroni apela a los fabulosos libros de Bustos Domecq para mitigar eso que, en los diarios de Bioy Casares, llevaría a “temer lo peor”. Y a continuación, para especificar a qué se refiere con eso de “lo peor”, enumera riguroso: “El ejercicio malicioso del chisme y el método de invalidación complementario de la calumnia”, “el resentimiento y la arbitrariedad de la descalificación social o genealógica”, “la mala interpretación de todos los actos del prójimo”, “la mezquindad y el regateo (de elogios)”, “el engreimiento disfrazado de modestia”, “una maraña de intrigas y prejuicios”, “el maltrato en aras de la buena educación y la ironía desdeñosa con aquellos a quienes se considera ‘inferiores’”. Un listado contundente.

La ceremonia del desdén es el libro que Chitarroni dedicó al Borges de Bioy Casares (aunque siempre con su sello de estilo de derivas y asociaciones, como el eximio artista de la digresión que fue). En el Borges de Bioy Casares, publicado en 2006, recopilación de todas las entradas del diario de Bioy en las que constaba Borges, se plasmó sabidamente ese hobby de la maledicencia al que se entregaban con fervor los dos. Ahora bien, ese ritual casi vitalicio de estos consumados expertos en hablar mal de los demás no tuvo ni quiso tener conjugación de tiempo presente. Transcurrió primero en secreto, al amparo de esas comidas compartidas en la intimidad, difiriendo para un futuro (el futuro de lo póstumo) la instancia de su publicación. Y al publicarse por fin, al cabo de unos cuantos años, los darditos ponzoñosos del chismorreo en complicidad no dejaban de dar en el blanco, pero en forma ya retroactiva. No dañaron al ser dichos, porque se preservaron en el secreto, ni dañan al ser publicados, porque refieren a cosas pasadas.

A menos, claro, que los lectores del libro reactiven imaginariamente una complicidad en la malicia, ahí donde todo texto se actualiza al ser leído, figurándose comensales de aquellas remotas veladas. Entonces sí podría decirse que el ingenio rencoroso, la agudeza hiriente de Borges y de Bioy, daría con una inscripción en presente: el ahora de lo hostil. Es justo lo que Luis Chitarroni se niega a hacer (cuando por erudición, refinamiento, brillo satírico, linaje literario o por competencia en las obras de los autores, podría haberse perfectamente plegado). Lo que hace, por el contrario, con el juego maledicente, es señalarlo y ponerse a distancia. En tiempos como los actuales, en los que la reserva y el diferimiento son opciones infrecuentes, ese gesto me complació. Hoy por hoy lo más usual es que el resentido, el enconado, el gustoso de defenestrar, descargue sus miserias al instante; ensañado incontinente, ya no masculla sus tristes venenitos en los rincones de la intimidad, los expone públicamente (se expone públicamente) en la galería turbia de las redes sociales.

Extraño la generosidad de Luis Chitarroni. La reencuentro entusiasmado en La ceremonia del desdén.