La distancia entre una tregua y la paz
La alegría por el reencuentro con sus familias de 20 rehenes israelíes liberados por Hamas o el ingreso de ayuda humanitaria en Gaza encendieron la esperanza en un cese del fuego duradero. La euforia de un Trump obsesionado con el Nobel, sin embargo, parece ignorar intentos fallidos o malogrados por apenas una chispa que causó nuevos incendios.
El anuncio de un acuerdo de alto el fuego primero y la concreción de un intercambio de rehenes israelíes cautivos de Hamas por presos palestinos que permanecían en cárceles del Estado hebreo después, dieron paso por estos días a escenas de reencuentro y celebración, tan emotivas como esperanzadoras. No sólo en el siempre conflictivo escenario de Medio Oriente.
Tanto la organización islamista, que el 7 de octubre de 2023 lanzó el más cruento ataque contra Israel, desde que esta nación fundó su estado en 1948, como el gobierno ultraderechista encabezado por Benjamin Netanyahu, comenzaban a cumplir la primera fase de una veintena de puntos previstos en el acuerdo prohijado por Estados Unidos. El ultimátum de 72 horas dado por Donald Trump para hacer efectivos estos primeros compromisos, asumidos por ambas partes, había dado resultados.
Hamas liberaba a la totalidad de los 20 rehenes vivos que aún estaban en su poder y comenzaba a entregar los cuerpos de 28 israelíes que murieron cautivos, algunos de cuyos restos serían parte de los más de 10 mil cadáveres que autoridades gazatíes aseguran que yacen entre los escombros a los que fue reducida la Franja de Gaza. Como contrapartida, Israel dejaba libres a más de 1.950 palestinos apresados tras los ataques del 7 de octubre de 2023 y a unos 200 condenados por delitos graves, muchos de los cuales no fueron entregados en Cisjordania sino deportados a otros países.
Para el momento en que los liberados por el grupo terrorista se abrazaban con sus seres queridos y envueltos en llantos de emoción ponían fin a una angustia que se prolongó 738 días, el actual inquilino de la Casa Blanca aterrizaba en suelo israelí con indisimulada intención de reconocimiento global a su protagonismo en el acuerdo.
Al estilo de Donald
Trump tuvo su baño gloria en Jerusalén, primero vitoreado en el solar donde se congregaban familiares y allegados de los cautivos para clamar por su liberación y regreso, pero también en la Knesset (el Parlamento israelí), donde entre ovaciones exaltó el acuerdo alcanzado y hasta tuvo tiempo para pedir al presidente Isaac Herzog un indulto para Netanyahu. Esta última referencia a la situación judicial del premier, que enfrenta imputaciones internas de corrupción y externas por genocidio, y a quien la oposición israelí acusó de prolongar el conflicto, agravando la situación de los rehenes, para mantener a flote su gobierno y prolongar su inmunidad, sonó como una suerte de sincericidio. Aunque no fue el único desliz de los que –a raíz de la incontinencia verbal y la verborragia tan ampulosa como falsa del magnate norteamericano- quedan grabados en sus discursos o actos.
Deslices, exabruptos o muestras de sarcasmo que Trump exhibió hace algunas horas, cuando consultado sobre la venezolana María Corina Machado, flamante ganadora del Nobel de la Paz que él pretendía para sí, atinó a responder que ni la conocía. “No sé quién es… pero es muy generosa”, dijo sobre la líder opositora al gobierno de Nicolás Maduro, quien antes había enviado un mensaje al presidente estadounidense reconociéndolo como merecedor del galardón del Comité de Oslo.
O cuando convirtió la reunión a solas en el Despacho Oval por la que bregaba hacía meses el presidente Javier Milei, en una conferencia de prensa en la que fue el único de ambos mandatarios en responder preguntas y prometió a su par argentino una ayuda condicionada al resultado electoral de los comicios del domingo 26, a los que además pareció confundir por segunda vez con una elección presidencial.
Desconocimiento que quizá trasluce el desdén del jefe del gobierno de Washington por el rincón más distante del “patio trasero”; o tal vez fue reflejo del jet lag, a poco de su regreso triunfante del balneario egipcio de Sharm el Sheij, donde dio al cese del fuego alcanzado entre Israel y Hamas la grandilocuente consideración de un acuerdo de paz que cambiará para siempre Medio Oriente y al que, según él, llegó después de tres mil años de búsqueda e intentos infructuosos.
La firma en Egipto del acuerdo de paz (o cese del fuego en Gaza) contó con la presencia de mandatarios de las naciones mediadoras en el conflicto y ahora garantes de esta iniciativa: Qatar y Turquía, además de Estados Unidos y el país anfitrión. También asistieron como “garantes”, unos 20 jefes de gobierno y de Estado, entre ellos los presidentes de Francia, Emmanuel Macron, y España, Pedro Sánchez, el rey Abdalá II de Jordania, el líder de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas y el titular del Consejo Europeo. No hubo representantes de Israel ni de Hamas, el movimiento fundamentalista que llegó al gobierno de la Franja de Gaza en 2007.
La encuesta que muestra a Milei arriba y varios gobernadores fuera de competencia
Trump, fiel a su estilo personalista y ampuloso, agradeció a quienes estuvieron presentes en la ceremonia, que duró un poco más de dos horas y afirmó que “todo el mundo está feliz” y que “podría haber estallado una Tercera Guerra Mundial en Medio Oriente, pero eso no va a pasar”.
Mirar a la historia
El manifiesto optimismo de Trump de aquel día contrastó sin embargo con la cautela de otros líderes presentes. El presidente egipcio, Abdel Fatah al Sisi advirtió que más allá de la fase inicial de intercambio de prisioneros y rehenes, el tema de la reconstrucción y la distribución de ayuda humanitaria dependían del despliegue de una fuerza internacional con presencia estable.
Quedan muchos puntos, quizá los más complejos por cumplir, para que el horror de aquel ataque que dejó inicialmente 1.219 muertos, centenares de heridos y 251 secuestrados en el sur de Israel, y desató una feroz represalia sobre Gaza que causó más de 67 mil muertos en estos dos años quede definitivamente atrás como un espantoso recuerdo.
Cuando Trump afirma erróneamente que nunca hubo una oportunidad como esta, sobre todo en Gaza, ignora u olvida el proceso iniciado en Oslo a comienzo de los años ’90 y sellado con un apretón de manos en los jardines de la Casa Blanca en septiembre de 1993, que daba paso a la Autonomía Palestina en esta Franja y en la cisjordana Jericó y les valía, esa vez sí, el Nobel de la Paz a los israelíes Yitzhak Rabin y Shimon Peres y al por entonces líder palestino Yasser Arafat.
El magnicidio contra Rabin, cometido por un extremista de la derecha israelí, del que pronto se cumplirán 30 años, acaso abortó el más firme proceso hacia una paz entre ambos, con la solución de dos estados. Una salida a la que tímidamente se aludió en Sharm el Sheij, semanas después de que Netanyahu reiterara en la ONU que impedirá una Palestina independiente por la que, en cambio, se pronunciaron a favor 142 naciones.
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Distintas velocidades
La velocidad con la que Trump se jacta de resolver conflictos internacionales puede tropezar con diferentes obstáculos, tal como ocurrió en la guerra entre Rusia y Ucrania, que en su campaña proselitista prometía acabar en un día.
El desarme de Hamas y su exclusión de cualquier futuro gobierno palestino en la Franja, o la amnistía para los líderes del grupo que dejen Gaza, parecen aún tan en el aire como el escalonado repliegue de fuerzas israelíes. De hecho, en ambos aspectos hay acusaciones cruzadas de incumplimiento de la tregua. Drones o aviones no tripulados de Israel siguieron efectuando disparos letales tras el acuerdo, según voceros de organismos humanitarios.
Milicianos de Hamas han vuelto a ganar las calles de Gaza y divulgaron un video en el que se ve la ejecución de personas a las que acusaron de “colaborar” con soldados israelíes. “Si Hamas continúa matando gente en Gaza no tendremos otra opción que ir a matarlos”, escribió Trump en su red Truth Social, en un tono más propio de cuando prometía convertir a Gaza en una nueva Riviera lujosa del Mediterráneo, previo desplazamiento forzado de más de dos millones de gazatíes hacia Egipto o Jordania, que en el de un aspirante al Nobel.
La endeblez del cese del fuego se traduce en otras incógnitas. Este sábado, Israel devolvió a Gaza los cuerpos sin vida de 15 palestinos, lo que elevaría a 135 los restos repatriados. La cláusula que indica que se intercambiarán 15 palestinos por cada israelí cuyos restos devuelva Hamas quedó en entredicho tras la entrega de nueve rehenes fallecidos y la explicación de voceros de Hamas de que buscarán más restos entre las ruinas.
En el acuerdo, los fundamentalistas prometieron entregar a 20 rehenes vivos, como ya lo hicieron, y a 28 muertos, aunque advirtieron que esto podría demorar más. Entre los sectores más ultras de la coalición que sostiene a Netanyahu en el poder, pidieron frenar o hasta romper el acuerdo si la entrega de rehenes no se completa o retrasa.
Como se ve, más allá del inconmensurable logro de la liberación de los últimos 20 rehenes israelíes con vida, la tregua depende de muchos factores. Mucho más la “paz duradera” que Trump promociona con el vértigo de su posverdad, infinitamente más veloz que el despliegue real de toneladas de ayuda humanitaria que hace meses debió distribuirse entre cientos de miles de personas que deambulan por una tierra arrasada.