Desamor, una experiencia mística y un calidoscopio: el detrás de escena de uno de los mejores cuentos del mundo, “El Aleph”
En 1945 el mundo estaba convulsionado, Argentina comenzaba a ser testigo del peronismo y Jorge Luis Borges creaba lo que podría ser su mejor texto. Si fue por despecho a varios amores, una burla velada a Oliverio Girondo, nada se puede confirmar, pero sí la precisión, el humor, la belleza de una enumeración que sin grandilocuencia pega sutil en el corazón.
Nada se salvaba de la burla de Jorge Luis Borges, incluso él mismo era objeto de su humor y cinismo. Es un error considerar al gran escritor argentino, congelado en esa imagen de anciano conservador, frío y serio. “Georgie” como lo llamaba uno de sus grandes amores, Estela Canto, era tímido, algo fóbico, muy sensible, obsesionado con cierta idea de romance y bastante inseguro.
Este septiembre es el 80° aniversario de la primera vez que se publicó su cuento “El Aleph”, y sirve de excusa para seguir hurgando en él, una de las maravillas de este mundo. No hay una línea de ese texto que no sea maravillosa y, sin duda, la enumeración que elige el escritor para demostrar que está efectivamente viendo ese rincón donde estaban todos los puntos del espacio, es un pasaje precioso, conmovedor, letal:
“Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide (…) vi todas las hormigas de la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré…”
Una versión bastante popularizada sobre las inspiraciones de los personajes de este relato es que el protagonista sería el propio Borges -de hecho así se llama- y su contrafigura, el escritor insoportable y patético con quien comparte el amor por Beatriz Viterbo, sería Oliverio Girondo, el poeta que logró ganar el amor de Norah Lange a quien “Georgie” había abordado previamente.
Al parecer, esa Beatriz Viterbo, ese amor que debe duelar, es tanto Lange como Estela Canto, ya que a esta última le dedica el cuento.
El amor romántico en Borges
En el libro que escribió Estela Canto, Borges a contraluz (Planeta), ella desnuda casi literalmente los costados más íntimos del escritor. Más allá de las apreciaciones sobre la psicología de Borges, su absoluta sumisión a su madre, ella revela, como testigo presencial, cómo Borges fue desarrollando “El Aleph”.
Pero para llegar a eso, primero está el surgimiento del amor entre ellos, que tiene un nacimiento simple y poético. Ambos eran asiduos invitados de la casa que compartían Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo ubicada en la esquina de la calle Santa Fe y Ecuador. Durante un periodo más o menos largo, según recuerda ella, Borges no le prestaba atención, hasta que un día coincidieron al salir de la casa. Fue entonces que se dirigieron juntos al subte, pero una vez allí, el escritor le propuso caminar unas cuadras más.
Embelesados por la conversación, llegaron hasta Montserrat, donde vivía ella y Borges, la invita a hacer unas cuadras más y llegar hasta el Parque Lezama (es una larga caminata la que comparten, por si no conocen la ciudad de Buenos Aires). Una vez allí, sentados frente a la Iglesia Ortodoxa Rusa se quedan enredados en diálogos en espiral hasta entrada la madrugada. A las 3 y media Borges se toma un taxi y al día siguiente, a las 10 de la mañana, deja en la casa de ella un ejemplar de Youth de Joseph Conrad. Lo deja en manos de la empleada de la casa y no pregunta por Estela para "no molestar".
Jorge Luis Borges y Estela Canto
Ese fue el comienzo de muchos encuentros, cenas, idas al cine. Un romance que se pareció más a una amistad, porque, según cuenta Canto, había besos fogosos, pero no intercambio íntimo. “Casi lloré esta mañana al pasar por el Parque Lezama”, le escribiría él en una de sus cartas.
La escritura de El Aleph
“El Aleph” se publicó por primera vez en la revista “Sur” en septiembre de 1945 y el manuscrito original había quedado en las manos de Estela Canto quien cuando el escritor todavía vivía, en mayo de 1985, lo subastó en Sotheby’s. Fue comprado por el Ministerio de Cultura de España y hoy está en la Biblioteca Nacional de Madrid.
Estela Canto
Más allá de la historia del vínculo romántico, Estela Canto hace apreciaciones bastante relevantes sobre el universo Borges y su escritura. Destaca la insistencia del escritor en que “un hombre es todos los hombres”, que cada uno es un microcosmos. Esa obsesión por el todo, que es el Aleph y también su Funes el memorioso.
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“Cuando se publicó ‘El Aleph’, yo lo comenté en una revista (Sur). Allí me refería yo a un estado de ánimo místico; a él le gustó el comentario. El agnóstico Borges no era un místico, por supuesto, pero sí una persona capaz de momentos místicos”, relata Canto. “Le gustaba esa apreciación, que se oponía a la difundida idea entre los escritores argentinos, que lo juzgaban un autor frío y geométrico, un creador de juegos puramente intelectuales”, agrega.
En relación con esta posibilidad de la personalidad de Jorge Luis, aparece su entrañable y profunda amistad con Xul Solar, el artista que trabajaba constantemente con lo imperceptible, lo extrasensorial.
Otro detalle lúdico y sensible del entretelón de la creación de “El Aleph”, aparece en la escena en que Borges se encuentra un calidoscopio y se lo regala a Estela. A ese objeto él lo llamó el Aleph. “Georgie estaba tan contento como un niño con el Aleph”, recuerda ella.
La última carta
Paralelamente a la escritura del mejor cuento del mundo, por qué no, Borges sufría por amor, pero como su entrega nunca era completa del todo y su libido estaba puesta en la lectura y en la escritura, sobrevivía a unos cuantos derroteros.
Esta es la última carta que Borges le escribe a Estela, aunque, como ella advierte, fueron amigos hasta el fin.
“Querida Estela:
No hay ninguna razón para que dejemos de ser amigos. Te debo las mejores y quizá las peores horas de mi vida y eso es un vínculo que no puede romperse. Además, te quiero mucho. En cuanto, a lo demás…, me repites que puedo contar contigo. Si ello fuera obra de tu amor, sería mucho; si es un efecto de tu cortesía o tu piedad, I can’t decently accept it. Loving or even saving a human being is a full time job and it can hardly, I think, be succesfully undertaken at odd moments. Pero…¿a qué traficar en reproches, que son mercancía del Infierno? Estela, Estela, quiero estar contigo, quiero estar silenciosamente contigo. Ojalá no faltes hoy a Constitución.
Georgie”