Cómo Zohran Mamdani logró ganar la alcaldía de Nueva York
Con una gestión mediática particular y sin apoyo de los grandes magnates, el inmigrante Zohran Mamdani consiguió la alcaldía de Nueva York. ¿Revolución en la comunicación política contemporánea o una simple excepción?
¿Quién lo hubiera imaginado al principio de la campaña electoral? Inmigrante nacido en Uganda de padres indios, joven musulmán de 34 años con poca experiencia política, que se convirtió en ciudadano estadounidense recién en 2018, amenazado por Trump en julio de quedarse sin su ciudadanía, demócrata socialista bajo un gobierno republicano autocrático amenazante, odiado por los billonarios que invirtieron contra él, último de los nueve candidatos demócratas en las encuestas al empezar su campaña: queda claro que Zohran Mamdani lo tenía todo para fracasar.
Pero ganó las elecciones con un 50% de votos, recuperó más de un millón de electores sobre 2 millones de votantes, un récord que no se rompía desde 1969. Logró involucrar a varias decenas de miles de voluntarios durante su campaña llamando a más de 3 millones de puertas. Se volvió el alcalde de Nueva York más joven del siglo, primer alcalde musulmán y segundo autoproclamado socialista. La pregunta que todos tenemos es sencilla: ¿cómo?
Es cierto: el contexto electoral ayudó. Primero, Eric Adams, alcalde saliente y demócrata moderado, fue denunciado en 2024 por una agresión sexual que habría ocurrido en 1993. También fue sospechado por corrupción. De hecho, lo acusaron de haber desarrollado un esquema de soborno con el gobierno turco para establecer el consulado turco en Manhattan. Y aunque tuvo la audacia de pedirle al recién electo presidente Trump y a su Departamento de Justicia anular sin razón su juicio, no tuvo el coraje de continuar con su campaña y abandonó un mes antes de las elecciones.
Segundo, viene Curtis Sliwa, un republicano sin verdadera experiencia política y demasiado moderado para obtener el apoyo de Trump. De hecho, no felicitó sus dos victorias en las elecciones presidenciales. Sin el apoyo de Trump, ese republicano moderado poco puede contra una Nueva York demócrata. De hecho, desde 1898, los demócratas van ganando 16 alcaldes a 5 (si no contamos Mitchel y Lindsay, que son peculiares). Por eso, Sliwa solo logró un anecdótico 7% de votos.
Último, viene Andrew Cuomo, gobernador del estado de Nueva York desde 2011 hasta 2021. Tuvo que renunciar a sus cargos después de haber sido acusado de acoso sexual por más de 11 mujeres. También está sospechado de haber desviado cientos de millones de dólares de la MTA (Autoridad Metropolitana de Transporte). Sus mayores argumentos en contra de Mamdani fueron: uno, su inexperiencia; dos, su inventado antisemitismo; tres, las represalias de Trump si Mamdani fuera electo. De hecho, Trump, Musk y Bloomberg apoyaron a Cuomo, financiaron su campaña y lograron un 41% de votos. Los que votaron por él fueron las clases altas, que temían la subida de impuestos que anuncia Mamdani, y los que apoyan la política migratoria intransigente de Trump. En pocas palabras: los blancos privilegiados de generaciones mayores. Eso explica la derrota que sufrió Mamdani en Staten Island (un 55% para Cuomo, un 23% para Mamdani).
Entonces, el contexto es este: la oferta política carece de diversidad y de integridad. Suelen ser hombres blancos experimentados de más de sesenta años que llevan décadas regurgitando las mismas ideas caducadas, políticos de padre en hijo, obligados a defender los intereses de los multimillonarios que financian su campaña. Esos políticos temen contestar preguntas tan triviales como “¿cuál es tu barrio favorito?”, “¿alguna vez has comprado marihuana legalmente?”, “¿cuál es el club que apoyas?”. También suelen ser acusados de acosos sexuales y corrupción, y es tan banalizado que casi se nos olvida. De ese contexto surge la desconfianza de los ciudadanos en la política tradicional.
La situación del discurso político es alarmante: se observa un retorno con fuerza del maniqueísmo reductor y caricaturesco, una demonización constante de los competidores, una máquina para simplificar las ideas y evadir el matiz, un retorno del vocabulario propagandista de la Guerra Fría (“caza de brujas”, decir “comunista” en vez de socialista) y una propensión al ataque personal lleno de insultos más que a la crítica argumentada de un programa. Eso tiene dos consecuencias sobre los ciudadanos: o se vuelven fanáticos incondicionales que no piensan por sí mismos, o acaban banalizando las mentiras y los insultos omnipresentes en el diálogo político y, al pensarse impotentes, se desinteresan de la política. Ambas consecuencias son peligrosas para la democracia: los primeros van votando sin pensar y los otros, pensando sin votar.
Así que, cuando aparece un político que no es acusado de corrupción o de acoso sexual, con un programa estructurado que pone en agenda el tema del costo de vida y que considera a cada cultura o comunidad (etnias, religiones, orientaciones sexuales e identidades de género), los que se sentían impotentes frente a políticos corruptos que no los representan convierten esa impotencia en esperanza. Son quienes escucharon sobre “cuidado infantil universal”, “autobuses rápidos y gratuitos”, “congelación del alquiler” y “supermercados administrados por la ciudad”.
Esa movilización electoral se deriva de una comunicación política exitosa que, a primera vista, tiene todo lo que tiene una campaña tradicional: 1. Un mensaje político fuerte (“Nueva York no está a la venta”); 2. un hilo conductor claro (hacer más accesible la vida en la ciudad); 3. propuestas que mencionamos previamente; 4. mítines a gran escala (el rally del 26 de octubre de 2025 en el estadio Forest Hills en Queens movilizó entre 8 y 10 mil participantes; un récord en Nueva York desde la campaña de Bernie Sanders en 2020); 5. una participación exitosa en los debates políticos del 16 y del 22 de octubre de 2025; 6. presencia mediática (televisión, Instagram, TikTok). Entonces, si comparte características con una campaña tradicional, seguimos con la misma pregunta: ¿cómo se destacó Mamdani?
Encuentro cuatro rupturas mayores. La primera: la financiación. En vez de reunir a dieciocho millonarios en un restaurante del Upper East Side para recolectar donaciones como lo hizo Adams en 2020, Mamdani fundó su campaña con pequeñas donaciones de ciudadanos. De hecho, en ochenta días logró una recaudación de fondos histórica: 642.339 dólares de 6.502 personas. Esa financiación evita respetar los caprichos de los multimillonarios que costean la campaña y, al mismo tiempo, responsabiliza al ciudadano y lo incluye en la campaña: es el primer paso hacia la creación de una comunidad.
La segunda tiene que ver con su presencia en el terreno. Es cierto que organizó mítines impersonales a gran escala, pero también participó en eventos que parecen anecdóticos y sin impacto real. ¿Se imaginan a Andrew Cuomo bailando bailes caribeños y animando la West Indian Parade, corriendo una carrera de cinco kilómetros en el Prospect Parc o andando en bicicleta hablando con gente en la calle? Un discurso político apasionado frente a salas llenas crea un movimiento, pero solo momentos genuinos y no necesarios convierten un movimiento en una comunidad. Eso Mamdani lo entendió.
También construyó una comunidad virtual en Instagram y Tiktok. Mamdani habló en inglés, castellano, árabe, compartiendo su visión en idiomas que no maneja bien, y siempre con un toque cómico, grabando videos en diferentes partes de la ciudad. Colaboró con celebridades (de Bernie Sanders hasta Cucopuffs), como se suele hacer, pero también con pequeños influencers y realizó paseos en bicicleta en Nueva York. Hasta compartió regularmente videos publicados por personas con solo cientos de seguidores, interactuando con ellos de persona a persona.
La última ruptura –y probablemente la más importante– es la ruptura en la figura política. Mamdani no es serio, mesurado, o formal, demuestra sus emociones, sonríe, hace bromas, vive. La humanización de su figura política desarrolla asequibilidad y proximidad. Se podría resumir así: un político asequible para una ciudad asequible. Y aunque aún tengamos que esperar a ver si logra deshacerse de la presión de Trump y de los otros multimillonarios, a ver si logra subir los impuestos para el 1% de los más ricos de Nueva York sin que huyan para financiar sus ideas políticas, Mamdani sí que revolucionó el discurso político contemporáneo, llamando la atención desde Nueva York hasta Uganda.
*Licenciado en Filosofía por la Sorbona de París.
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