Que gane el más fuerte

El nuevo orden imperial

Del Estado de derecho al imperio del más apto. Sociedades en crisis, organismos internacionales impotentes y la etapa del “todo vale”.

El quiebre. De los valores sociales y políticos tiene como correlato una crisis de los vínculos sociales. Foto: cedoc

Cuando el 24 febrero de 2022 Rusia invadió Ucrania, todos quedaron desconcertados, salvo los ucranianos, que ya habían experimentado la anexión de la península de Crimea en febrero de 2014. Desde entonces estuvo presente el objetivo de Vladimir Putin de reconstituir el Imperio Ruso.  

Además de los bombardeos, masacres y destrucciones urbanas, lo más significativo de esta operación es la impunidad con que Putin se atrevió a enfrentar las normas internacionales acordadas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945.  

Lo más triste e indignante de estos acontecimientos es que el sistema internacional fue incapaz de frenar las atrocidades. Se puso en evidencia que el sistema de Naciones Unidas era impotente para hacerlo. Las incoherencias de los actores internacionales han facilitado la demolición del Estado de derecho internacional. 

Para completar y agravar este escenario, las declaraciones de Donald Trump como presidente de Estados Unidos a partir de enero de 2025, vienen a reinstalar las políticas imperialistas preexistentes a la creación de Naciones Unidas, en 1948. Sus discursos tienden a declarar como “normal”, de “sentido común”, el derecho de EE.UU. a redefinir la soberanía de Panamá, de Canadá, de Dinamarca, de México. Todos “obstáculos” para recuperar la “grandeza de Estados Unidos”. 

El nihilismo global. Analizando los procesos de las últimas décadas, el observador puede encontrar varias explicaciones. Unos identifican a la “globalización capitalista” como germen de todos los efectos perversos; olvidan que la China comunista es una agente principal del nuevo orden. 

Otros saludan como nuevo motor de la historia al neoliberalismo que ataca las políticas socialistas o populistas. Pero, contradictoriamente, movilizan al Estado para destruir las estructuras estatales. 

Nosotros sostenemos en varios ensayos (Mutaciones, 1993; El mundo en vísperas, 2012) que vivimos una mutación biohistórica donde todo ha sido socavado por nuevos principios de realidad. 

El nuevo capítulo es el surgimiento de la inteligencia artificial. La deslegitimación de los Estados y de los partidos políticos ha sido provocada por las mutaciones tecnológicas, económicas y sociales. Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) han roto las fronteras y acercado a todos los individuos a cualquier tipo de conocimiento. La economía se ha vuelto virtual. El mundo simbólico que religaba las sociedades está en crisis. La cohesión social tambalea en todos los continentes. 

La crisis de los valores sociales y políticos tiene como correlato una crisis de los vínculos sociales. La pérdida de la “religación social” se refleja en el aumento de la criminalidad, de las protestas sociales, de las migraciones masivas buscando otros horizontes. 

Los movimientos sociales (ecologismo, feminismo, regionalismo, marginados, indigenistas, minorías étnicas) cuestionan el orden social vigente. Se fusionan reivindicaciones tradicionales de izquierda con protestas de movimientos de derecha (Chalecos Amarillos en Francia, trumpismo en EE.UU., bolsonaristas en Brasil, partidarios de Milei en Argentina).

El aspecto más inquietante de la desintegración social en curso es el quiebre de los códigos sociales y políticos. En otros tiempos, Emilio Durkheim hablaba de “anomia”. Pero cuando uno registra el número de homicidios, de crímenes contra niños y mujeres, de suicidios por sobredosis y de atentados contra poblaciones civiles, deberíamos hablar más bien de un “nihilismo global”. 

Vivimos en una etapa donde “todo vale”, donde la legalidad o la vida han perdido la importancia que parecía acordarles el Código de Relaciones Internacionales establecido desde Naciones Unidas en 1948. Donald Trump enuncia abiertamente el propósito de instalar nuevas reglas sin someterse a las normas internacionales vigentes. Javier Milei en Argentina denuncia la idea de “justicia social” como una estafa.

En este contexto, la aparición de “políticas imperiales” no solo parece aprovechar la crisis del sistema internacional, sino que además procura afirmar, como en el siglo XIX, la supremacía del Estado soberano; su voluntad imperial. 

Se trata, evidentemente, de un retroceso histórico. En su libro La condición posmoderna (1987) Baudrillard declaró que se “terminaron los grandes relatos”, es decir, las ideas de “progreso”, “evolución”, “democracia”, “desarrollo”.  Zygmunt Bauman, en Modernidad líquida (1999), por su parte, hablaba de una “licuación” de la sociedad. Todas alusiones a la eventualidad de una desintegración de las estructuras vigentes.  

Si las políticas imperiales se imponen, nos encontramos ante dos posibilidades: la creación de un sistema mundial impuesto por la supremacía de los actores políticos y económicos dominantes o la disputa de la hegemonía por la guerra, eventualidad evocada reiteradamente por Putin desde Rusia. 

En cualquier caso, estos escenarios no pueden ser más contrarios a la supervivencia de la mayoría de los pueblos. Por lo tanto, es de esperar que surja una resistencia colectiva global para superar la era del orden imperial y del nihilismo global.

  

*Dr. en Filosofía. Profesor del Doctorado en Educación Superior en la Untref y la Universidad de Palermo. Profesor del Instituto Universitario Sudamericano. Exprofesor titular de Filosofía en la UBA.