Romper las cadenas de complicidad

El rol de los hombres para una sociedad libre de violencia de género

Las violencias de género ocurren en contextos que las permiten. El involucramiento de los varones es urgente. Quedarse callados es ser parte del problema... ...La justificación, negación o relativización de las violencias extremas contra la mujer se dan dentro de un cuadro general de reacción del hombre. Y encuentra resonancia en actores políticos de alto rango institucional.

Foto: cedoc

Los datos son elocuentes: en lo que va de 2025 se registraron más de 196 femicidios. Algunos de ellos tuvieron una fuerte repercusión en la agenda pública, como el triple femicidio de Brenda, Morena y Lara, ocurrido a fines de septiembre.

Desde Grow - Género y Trabajo reflexionamos sobre este contexto de creciente violencia y sus vínculos con la coyuntura política, y proponemos algunas líneas de acción que se pueden realizar desde los espacios laborales, para que los varones se involucren de forma activa en la construcción de una sociedad libre de violencias. 

Todo femicidio es político. Su justificación, negación o relativización también lo es.

En Argentina, la Ley 26.791 sancionada en 2012 (casi por unanimidad, con tan solo dos votos en contra en Diputados y uno en el Senado), modifica el artículo 80, inciso 11 del Código Penal; establece como homicidio agravado al perpetrado “por un hombre en perjuicio de una mujer cuando medien circunstancias de violencia de género”. Esto no supone, como dicen muchos de sus detractores, que la vida de las mujeres asesinadas valga más que la de otras personas. Primero, porque son 15 las variadas causales que establecen diferencias respecto al homicidio simple (art.79) y, segundo, porque estas causales no suponen asignación de valor a las vidas, sino el reconocimiento de las circunstancias específicas en que esas vidas son arrebatadas.  

Se afirma que “todo femicidio es político”, porque las circunstancias de violencia de género no son privadas ni aleatorias, sino estructurales y sistemáticas. La violencia de género es un problema social, de seguridad y salud pública, y de violación de los derechos humanos. El Estado, como garante del derecho a una vida libre de violencia por motivos de género (reconocido en legislación nacional e internacional), es responsable de prevenir y erradicar estas violencias. 

La justificación, negación o relativización de estas violencias extremas se dan en un contexto general de reacción masculina, que se puede observar en diversos ámbitos de nuestras sociedades, pero que también encuentra resonancia en algunos actores políticos de alta responsabilidad institucional. En los dos años de gestión, el actual gobierno de Argentina desmanteló todas las políticas de género, entre ellas, las vinculadas a prevenir la violencia y asistir a sus víctimas, a través del Programa Acompañar. 

El actual presidente, Javier Milei, expresó en el Foro Económico de Davos querer eliminar la figura de femicidio, por considerarlo discriminatorio contra los hombres. El ministro de Justicia Mariano Cúneo Libarona expresó su negacionismo de la violencia de género en numerosas oportunidades y, en consonancia, ha desmantelado toda política pública favorable al acceso a la Justicia de las víctimas. Como demostración de que el problema es político y no identitario, la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, luego de 14 femicidios en 15 días, usó una plataforma de streaming oficialista para culpar a las mujeres empoderadas y al feminismo extremo de pisotear a los hombres: “Lo que termina pasando es que eso se te vuelve en contra”. 

Así, el discurso oficial, también reproducido en muchos medios de comunicación, funciona como justificación para aquellos hombres que encuentran en la venganza masculina su causa. 

Varones unidos… ¿Para qué?

Algunas de las iniciativas promovidas por agrupaciones como Varones Unidos llegaron, en el contexto político actual, a convertirse en proyectos de ley: por ejemplo, los que buscan penalizar las denuncias falsas.

Considerando que la figura de falsa denuncia ya existe en nuestro Código Penal  y que no hay evidencia concreta que demuestre que el índice de falsas denuncias por violencia de género sea significativo, estas iniciativas no parecen buscar atender ninguna problemática concreta, sino que más bien son una reacción a los movimientos feministas. Incluso se podría argumentar lo contrario: ya sea por temores, o por deficiencias en los procesos judiciales, muchos casos no llegan a ser denunciados. 

Según la última encuesta nacional de victimización (Indec, 2017) los delitos que implican agresión sexual son los que tienen –entre los delitos contra las personas– el mayor índice de no denuncia: el 87%. Iniciativas que penalicen denuncias falsas por motivos de violencia de género parecería más bien apuntar a desincentivar la decisión de denunciar estos hechos, amedrentando a las potenciales denunciantes. Más allá de su relevancia estadística, una denuncia falsa por violencia de género significa un fraude de ley y una burla a las conquistas del movimiento de mujeres y a las víctimas de este flagelo, que ni la Justicia ni la política ni la sociedad deben avalar. 

En este contexto, resulta cada vez más urgente que los hombres que no se sienten identificados con estos discursos misóginos comiencen a tener un rol más activo en la transformación de comportamientos y la erradicación de la violencia. No es suficiente con la posición individual de repudio y distanciamiento o la abstención de ejercer estas prácticas; hay que pasar a la acción colectiva, y romper las cadenas de complicidad. Las violencias de género ocurren en contextos que las permiten, y es esa permisividad, tolerancia e impunidad la que hay que erradicar. La reflexión entre pares es fundamental para revisar actitudes naturalizadas, y que los varones puedan entender dónde y cómo posicionarse en estas discusiones: reconocer las violencias que se ejercen, romper el silencio e intervenir es necesario, si lo que buscamos es ser sujetos de transformación. 

La violencia no escapa a los lugares de trabajo.

Los espacios de trabajo no son ajenos a esta problemática. Según datos de la investigación que realizamos junto a MundoSur, nueve de cada diez personas vivieron algún tipo de violencia en sus trabajos, con mayores índices entre mujeres y personas no cis género ¿Y quienes ejercen violencia? Según datos de la Oficina de Asesoramiento sobre Violencia Laboral de Argentina, siete de cada diez denuncias por situaciones de violencia laboral recaen sobre hombres (OAVL, 2021).

Cuando el Estado se retira (o peor aún, promueve retrocesos en materia de derechos), las organizaciones pueden hacer propia esta agenda e impulsar los cambios necesarios. Contamos con dispositivos específicos para trabajar con hombres en la reflexión sobre estereotipos y mandatos, y la transformación de conductas naturalizadas para llevar a las organizaciones, a partir de recursos lúdicos, conversaciones necesarias para desnaturalizar comportamientos e iniciar procesos de transformación que promuevan el bienestar laboral. También disponemos de equipos especializados en el acompañamiento de personas ante situaciones de violencia: tanto para quienes las vivieron como para quienes la ejercieron. 

Estamos atravesando una época de evidentes retrocesos. Discusiones que parecían saldadas hace unos años hoy vuelven a estar en tela de juicio y encuentran en referentes de nuestras sociedades (culturales, mediáticos, políticos) voceros de los discursos más reaccionarios y violentos. Involucrarse y disputar esos sentidos ya no solo es importante, es necesario.

*Coordinador del área de Masculinidades de Grow-Género y Trabajo.

**Área de Masculinidades y Comunicación de Grow-Género y Trabajo.