Elección y angustia en tiempos de tiranías
La idea de “elegir sin angustia” ha sido promovida por ciertos discursos muy influyentes que presentan la elección como un acto puramente racional, libre de contradicciones y sufrimiento. El problema se agudiza en la cultura actual dominante, en la que el sujeto se percibe como inventor de sí mismo.
¿Los seres humanos somos libres de elegir? La presencia de la angustia parece respondernos que sí. Para el filósofo existencialista, Søren Kierkegaard, la angustia es el “vértigo de la libertad”, una experiencia fundamental que surge de la conciencia de la infinitud de posibilidades y la responsabilidad de elegir nuestro propio destino en la vida. De este modo, la angustia es inseparable de la libertad. Es un afecto que se expresa como mareo o desconcierto ante la necesidad de elegir una, entre tantas opciones existentes. Nos recuerda que nuestra existencia no está predeterminada, permitiéndonos el registro consciente de la propia finitud y de la incertidumbre sobre el futuro. O sea, la angustia es inseparable de la condición humana.
Terminar la escuela secundaria es una de las primeras experiencias de elección acerca del futuro. Tiene un carácter inaugural en una secuencia que se irá reeditando en diferentes momentos ulteriores en que se presente la pregunta por el qué hacer. La pretensión de “saber elegir”, de “elegir correctamente”, potencia la angustia existencial en esta situación, en tanto se exalta la autonomía individual (“tengo que lograr construir la mejor versión de mí mismo”), por un lado, y la multiplicidad de opciones en todos los órdenes de la vida, por el otro.
El aumento de la angustia al momento de elegir ha generado la proliferación de estrategias para mitigarla, para combatirla. La angustia es vista como un obstáculo que debe ser neutralizado, una falla en el proceso de toma de decisiones superable mediante técnicas de evaluación de eficiencia, perfeccionamiento y autoafirmación constantes que permitan decidir de manera certera y rápida. ¿La orientación vocacional podría estar al servicio de ese cometido? ¿Los tests podrían cumplir esa función? Sin duda, advertimos un riesgo y una trampa en la que fácilmente podríamos caer.
La idea de “elegir sin angustia” ha sido promovida por ciertos discursos muy influyentes que presentan la elección como un acto puramente racional, libre de contradicciones y sufrimiento. Dentro de esta lógica, la toma de decisiones se reduce a una cuestión de cálculo estratégico, donde la duda es percibida como un déficit cognitivo que debe ser erradicado mediante herramientas de optimización y control. Es lo propio de la racionalidad neoliberal que despoja al sujeto de la posibilidad de habitar la indecisión, imponiéndole la necesidad de mostrarse constantemente seguro, competente y orientado a la acción.
Esta visión desconoce el lugar fundamental que la angustia ocupa en la vida psíquica, en la medida en que no es solo un síntoma de crisis, sino también una señal de que algo significativo está en juego. Lejos de constituir un mero obstáculo, la angustia funciona como un dispositivo de problematización subjetiva, un estado que permite interrogar el sentido de las propias elecciones y reconocer nuestra implicación singular en el proceso y acto de elegir. La angustia opera como una brújula que orienta al sujeto en su relación con el deseo y con el mundo, ya que implica una dimensión existencial profunda.
A diferencia del significante, la angustia no engaña. Mientras el primero da forma al mundo del sujeto, cerrando sentidos y posibilitando el enmascaramiento, la angustia irrumpe como una certeza ineludible. Lo que produce más angustia en el sujeto está asociado con el problema de su relación con el Otro. Es decir, el Otro lo obliga a enfrentarse con la pregunta: “¿Quién soy yo?”, y concomitantemente: “¿Quién soy yo para el Otro?” y “¿qué quiere el Otro de mí?”. Así, la angustia no solo nos confronta con la propia existencia, sino que también desnuda la opacidad del deseo inconsciente y la relación del sujeto con su propio ser.
Cuando decimos –desde el psicoanálisis– que “el deseo es el deseo del Otro”, estamos sosteniendo que nuestro deseo no es tan propio, que se constituye en relación con los deseos de los otros, buscando reconocimiento y un lugar en el campo simbólico del Otro (las normas, el lenguaje, las expectativas sociales, el mundo humano al que llegamos al nacer, el llamado “tesoro de los significantes”). No deseamos simplemente objetos, sino que deseamos ser deseados por el Otro, lo que nos lleva a desear lo que él desea. En esta línea, desear lo que el Otro desea que desee es la gran maniobra sobre la que se monta la lógica del mercado.
Recordemos que el proceso y el acto de elegir tienen aspectos conscientes e inconscientes. Podemos dar cuenta conscientemente de lo elegido, aunque desconozcamos los móviles inconscientes de ello.
“El inconsciente se sustrae al irracionalismo, pues, lejos de ser un caos irreductible, tiene una estructura, aunque diferente de la estructura de la conciencia (…). Me constituye sin que yo lo sepa, con una profundidad insospechable. Y cuando llego a acceder a él (fallidos, sueños, chistes, síntomas), me libra de mis inhibiciones al restituirme la libertad. Yo no soy responsable de mi inconsciente, pero si bien no respondo por él, sí le respondo, repensándolo y recreándolo”, nos enseña la filósofa francesa de origen búlgaro Julia Kristeva.
El problema se agudiza en la cultura actual dominante ya que el sujeto se percibe como inventor de sí mismo, como una obra de arte moldeada a su antojo y como alguien más libre que en otras épocas de la humanidad, para hacer lo que quiera. De manera que, por un lado, el sujeto está preocupado por la cuestión del deseo del Otro, y por otro, se encuentra bajo la presión para elegir su vida, independientemente de los límites y condicionamientos impuestos por la sociedad. El sujeto lucha por convertirse en una persona que se guste a sí misma. Paradójicamente, esa vivencia de libertad de elección aumenta la sensación de angustia, ansiedad y culpa que sufre porque nunca termina de alcanzar aquello que cree que quiere, de acuerdo a los estándares propios de la sociedad de hoy.
Asistimos a lo que podríamos denominar la “ideología de la elección”, que carga al sujeto con la idea de que él o ella son los amos totales de su bienestar y de la dirección de sus vidas. De este modo, cuanto más nos obsesionamos con nuestras elecciones personales, más difícil se hace observar que no son para nada individuales, sino que están profundamente atravesadas por el sentido común, que no es otra cosa que el sentido impuesto por las clases dominantes. Son discursos tiránicos, pero “amigables”, que logran su eficacia porque cursan de manera oculta y carecen de una modalidad coercitiva. Nadie nos obliga a elegir lo que elegimos, ni a hacer lo que hacemos, y menos aún a comprar lo que compramos. Al ser seducidos por la cultura mercantil, el poder de dominación “brilla por su ausencia”, actuando de modo invisible a través de un marketing sofisticado.
Pensemos en los jóvenes que están terminando la escuela secundaria y se enfrentan con la pregunta sobre “qué hacer” de sus vidas. Hay quienes lo transitan con la expectativa de obtener la certeza sobre su elección y sobre el futuro asociado con ella. Es así que podemos escuchar expresiones tales como “quiero elegir lo que verdaderamente me gusta”, “no quiero equivocarme”. “quiero saber qué es lo correcto”.
La dinámica de elección de “objetos vocacionales” (actividades, carreras, ocupaciones, profesiones) supone diferentes momentos en su gestación y tiene necesariamente un carácter conflictivo. Elegir es una situación que se presenta subjetivamente de maneras muy diferentes, pero siempre supone lidiar con la falta constitutiva, con el “no todo”. Las maneras de vivir los procesos de elección están fuertemente relacionadas con las variadas configuraciones subjetivas y sus modos de convivir con la falta.
En ningún aspecto de la vida hay un objeto elegido de una vez y para siempre. Por ello, la idea de elección entendida como proceso se relaciona con la noción de itinerario vital. Vivimos eligiendo, aunque puedan reconocerse momentos “claves” en la vida de un sujeto, es decir, tiempos en los que la elección de qué hacer se juega de una manera más significativa, por ejemplo formar pareja, tener hijos o elegir-ingresar-egresar de una carrera, así como iniciar y/o cambiar de trabajo.
El mercado a través de variados dispositivos alimenta la ilusión del “sí se puede (todo)”: “Sí se puede elegir sin ansiedad y sin dudar”, “sí se puede elegir con certeza”. Son las prácticas mercantilizadas que promueven una serie de pruebas estandarizadas para que todo cierre. Lamentablemente, muchos profesionales así lo creen y trabajan, transformándose –consciente o inconscientemente– en agentes del mercado.
Volvemos a decirlo: la trampa en la que fácilmente se puede caer en la práctica de la orientación vocacional es pretender garantizar respuestas. Son las estrategias que proponen las prácticas de la autoayuda, del coaching y de la “psicología positiva” con sus “tips” y “recetas”. Frente a ellas, proponemos una orientación vocacional que acompañe el proceso de elección a través de la elaboración de los atravesamientos sociales y subjetivos implicados en la misma. Nos interesa generar una experiencia que singularice las búsquedas de cada sujeto y promueva la deconstrucción del discurso directivo-esperanzador-motivador.
En este clima de época, estas líneas son una invitación a pensar y sostener una práctica que ponga en cuestión las tiranías en general, y la de elegir en particular. Una práctica que en sus diferentes tipos de intervención –psicológica, pedagógica y sociocomunitaria– sea un espacio y un tiempo creativo que promueva la revisión crítica de las significaciones imaginarias instituidas en nuestra sociedad.
Nos sigue moviendo la revalorización de lo artesanal de nuestro oficio, la necesidad de reconocer la diferencia entre repetir un molde estandarizado y universal respecto a reconocer la singularidad de los sujetos, grupos, instituciones y comunidades con quienes trabajamos.
Por eso, respecto a las tiranías que someten y seducen en un mismo movimiento, promovemos la orientación vocacional como derecho, desde una concepción emancipadora sostenida en la escucha y en una clínica ampliada, que colabore en promover sujetos más libres, desde una lógica colectiva, comprometida con los otros.
*Compilador junto a Sergio Enrique del libro Elegir con/sin angustia.
Tiranías de época y orientación vocacional, Noveduc 2025.
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