Milei y Estados Unidos

Intervención por invitación

El Presidente no solo consiente sino que reclama a Washington niveles de injerencia económica, política y militar sin precedentes.

Foto: cedoc

El historiador noruego Geir Lundestad acuñó, durante la década de 1980, el término “imperialismo por invitación” para estudiar las relaciones entre los Estados Unidos y Europa occidental entre 1945 y 1952. Su tesis giraba en torno a dos cuestiones: primero, que la expansión de Washington fue un fenómeno global de mayor alcance que la expansión soviética, la que se limitó en gran medida a sus territorios contiguos. Segundo, y en contraste con las interpretaciones clásicas, que este “imperio” estadounidense se construyó –según Lundestad– “por invitación”. En Europa occidental, los gobiernos no solo dieron la bienvenida a la injerencia estadounidense, sino que la solicitaron activamente en los ámbitos económico y militar.

Por su parte, la académica y exembajadora de Colombia ante la ONU, Arlene Tickner, empleó el término “intervención por invitación” para referirse a la política exterior colombiana, consistente en la internacionalización del conflicto interno durante los gobiernos de Andrés Pastrana (1998-2002) y Álvaro Uribe (2002-2010). Desde su perspectiva, Colombia intensificó su histórica asociación con los Estados Unidos, solicitando una mayor injerencia de Washington en asuntos internos relativos a la lucha antidrogas y contrainsurgente. Para asegurar esta intervención, estos gobiernos proyectaron –según Tickner– una imagen del país como un “Estado problema” o una “amenaza regional”, incapaz de resolver su crisis doméstica sin ayuda externa.

Con este trasfondo conceptual, podemos pasar revista a los niveles desconocidos de intervencionismo foráneo que, en los planos económico, político y militar, exhibe el gobierno de Javier Milei. En este marco, el salvataje financiero de Donald Trump y Scott Bessent –que fue determinante para que La Libertad Avanza (LLA) ganara los comicios legislativos del 26 de octubre– se presenta no solo como un salvavidas para la administración libertaria, sino también como una herramienta para afianzar su hegemonía militar y desplazar a China de un área estratégica del Cono Sur.

La cumbre de la condicionalidad. El 14 de octubre, Donald Trump recibió a Milei en la Casa Blanca, es decir, 12 días antes de las elecciones legislativas en las que se impuso LLA. La contienda electoral reflejó que la intervención de Washington fue decisiva para que Milei consiguiera el respaldo de votantes decepcionados pero temerosos de lo que pudiera ocurrir “el día después” si el mileísmo resultaba derrotado.

Durante la conferencia de prensa en la que Milei tuvo apenas una participación de reparto, Trump declaró su apoyo total al presidente argentino, asegurando –con su habitual combinación de egocentrismo y megalomanía– que el partido de Milei mejoraría en las encuestas a raíz del encuentro en la Casa Blanca. Milei, por su parte, se deshizo en reverencias y agradeció el acuerdo de intercambio de divisas (swap), anunciado por Bessent.

El eje del evento estuvo dado por la fenomenal condicionalidad impuesta por Trump, quien advirtió que la continuidad del apoyo dependería de un triunfo electoral de los libertarios. “Si pierden, no vamos a ser tan generosos con la Argentina”, afirmó el magnate. A la luz de los resultados electorales, y como señaló el estratega mexicano Jorge Camacho, “la doctrina del shock, como la describió Naomi Klein, se activó con precisión quirúrgica; una sociedad vulnerable, sometida a la incertidumbre, acepta el chantaje como salvación”.

La intervención financiera. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, justificó la inédita intervención financiera bajo el argumento de que evitar que Argentina se convierta en un “Estado fallido” es, en definitiva, una forma de poner a “Estados Unidos primero” (America First). Por su parte, Trump esbozó –cinco días después de su monólogo ante Milei y a bordo del Air Force One– un panorama todavía más desolador sobre la Argentina: “No tienen dinero, no tienen nada (…). Se están muriendo”.

La secuencia de la intervención financiera de Washington fue la siguiente:

u 24 de septiembre: Bessent anunció la negociación de un swap de monedas por 20 mil millones de dólares con el Banco Central (BCRA). También planteó la posibilidad de un préstamo a través del Fondo de Estabilización Cambiaria (ESF) y aseveró que Milei está “comprometido a sacar a China de la Argentina”.

 

u 9 de octubre: el Tesoro norteamericano instrumentó la compra directa de pesos argentinos en el mercado local. Esta intervención fue descrita como una “medida excepcional” para estabilizar los mercados.

 

u 15 de octubre: el Tesoro de los Estados Unidos realizó una segunda operación de compra de pesos. En ese contexto, Bessent reveló que estaría dispuesto a negociar un paquete extra de otros 20 mil millones de dólares con el sector privado (bancos y fondos soberanos) dirigido al mercado de deuda.

 

u 17 de octubre: Bessent confirmó haber comprado pesos e intervenido por primera vez en el mercado financiero del dólar, específicamente en el Contado con Liquidación (Blue Chip Swap). Se estima que se compraron alrededor de 339 millones de dólares en pesos.

 

u 20 de octubre: el BCRA anunció, a través de una nota oficial, la suscripción de un acuerdo de estabilización cambiaria con el Departamento del Tesoro por un monto de hasta 20 mil millones de dólares.

Esta asistencia ha generado fuertes críticas en los propios Estados Unidos, especialmente por parte de la oposición demócrata, que acusa a Bessent de emplear fondos de los contribuyentes para salvar a sus amigos de Wall Street. El Premio Nobel de Economía Paul Krugman señaló que el dinero del rescate podría fugarse y apuntó directamente a Robert Citrone, titular de Discovery Capital Management, viejo amigo y excolega de Bessent. Efectivamente, Rob Citrone apostó en su momento fuerte por Milei y compró activos argentinos justo antes de uno de los anuncios de Bessent. Cabe recordar que Citrone, junto a su socio Matt Dellorfano y al CEO de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), Matt Schlapp, fueron recibidos por Milei en la Casa Rosada el 14 de abril de este año.

 

La intervención política. En un movimiento que tiene sus semejanzas con el papel de Spruille Braden durante los cuatro meses de 1945 en que fue embajador en la Argentina, el lobbista Barry Bennett se ha erigido en una suerte de articulador del proyecto de reconstrucción política del mileísmo. Así como Braden nucleó en la Unión Democrática a las fuerzas que enfrentaron a Juan Perón en 1946, Bennett –asesor informal de Trump y socio de la firma Tactic Global– aleccionó durante dos horas, por pedido de Santiago Caputo, a figuras de la oposición colaboracionista de la Cámara de Diputados (Rodrigo de Loredo de la UCR, Miguel Pichetto de Encuentro Republicano Federal y Cristian Ritondo del PRO).

Este descomunal nivel de injerencia política de Washington lo reveló el periodista de La Nación Carlos Pagni: “Bennett dijo que el gobierno norteamericano va a pedirle sustentabilidad política a Milei a cambio de la ayuda que le está dando. Para eso necesita acuerdos políticos, que el Gobierno debe negociar con los jefes de bloques dialoguistas y gobernadores amigables”.

Esta “intromisión por invitación” de Bennett no hace más que confirmar lo anticipado por el actual embajador estadounidense en Buenos Aires, Peter Lamelas, cuando el Senado norteamericano todavía no había aprobado su pliego:

“Hay veintitrés provincias y cada una tiene su propio gobierno, que puede negociar con fuerzas externas, con los chinos (...). Uno de mis roles como embajador sería viajar a todas las provincias para tener una verdadera asociación con esos gobernadores”.

“Mi papel es asegurarme de que Cristina Fernández de Kirchner reciba la justicia que bien merece”.

“Tenemos que seguir apoyando a la presidencia de Milei durante las elecciones de mitad de mandato y hasta el próximo período”.

“Sigue habiendo un movimiento kirchnerista. Está probablemente más a la izquierda que el movimiento peronista. Y eso es algo que tenemos que seguir vigilando”.

“De ser confirmado, me mantendré firme contra la influencia de potencias adversarias en la región, regímenes autoritarios como (…) China”.

La intervención militar. La caracterización de Tickner de “intervención por invitación” para dar cuenta de la proactiva solicitud de un actor periférico para traccionar una mayor injerencia de Washington en sus asuntos internos aplica al caso argentino. También encaja la estrategia, advertida por Tickner, de proyectar al país como un “Estado problema”. En este sentido, no resultan casuales las referencias de Scott Bessent a la “relevancia geopolítica” del salvataje financiero o sus declaraciones previas relativas a evitar que la Argentina se convierta en un “Estado fallido”.

En este marco, conviene repasar brevemente lo que ha sucedido en el plano estratégico-militar. El alineamiento dogmático de la Argentina en materia geopolítica ha convertido al país en un “campo de batalla” para desplazar cualquier iniciativa china. Las políticas del Comando Sur en los últimos dos años reflejan, como se describe a continuación, esta preocupación por la “penetración” de Beijing:

u 4 de abril de 2024: la generala Laura Richardson, entonces titular del Comando Sur, impuso a Milei demandas específicas, incluyendo quitar el respaldo a un puerto multipropósito en Río Grande con capitales chinos, excluir empresas chinas de la privatización de la Hidrovía y cancelar proyectos de desarrollo nuclear con financiamiento de Beijing (Atucha III y Carem).

u 5 de mayo y 21 de agosto de 2025: el almirante Alvin Holsey, sucesor de Richardson, visitó la Casa Rosada y Ushuaia. En dichos periplos, Holsey alertó que China busca exportar su “modelo autoritario”, extraer recursos y establecer infraestructura de doble uso, lo que amenaza la soberanía y la neutralidad de la Antártida. En ese marco, Washington considera que su asistencia fue crucial para “evitar que China se integre (…) en el aparato militar argentino”. Como ejemplo, Holsey destacó la asistencia para que Argentina iniciara la adquisición de 24 aviones F-16 a Dinamarca, en lugar de los cazas JF-17 de origen chino-paquistaní.

Asimismo, Holsey –que recientemente anunció su retiro anticipado, presuntamente por diferencias con el secretario de Defensa, Peter Hegseth, y su política de ejecuciones sumarias en el Caribe sudamericano– ha impulsado la instalación en Ushuaia de una base naval integrada, presionando por un punto de abastecimiento para submarinos nucleares estadounidenses.

u 29 de septiembre de 2025: Milei autorizó, por presión de Washington, mediante el Decreto 697/2025 y violando la Constitución (art. 75, inc. 28) y la Ley 25.880 (de entrada y salida de tropas), el ingreso de fuerzas navales de operaciones especiales del Comando Sur para realizar el ejercicio Tridente, lo que implica que tropas norteamericanas de élite se desplieguen en puertos estratégicos de la provincia de Buenos Aires y se adiestren en una zona de crucial importancia como Tierra del Fuego.

Colaboracionismo periférico. Llegados a este punto, conviene recordar que estudiosos de la historiografía y de las relaciones internacionales se han enfocado, a partir de la segunda mitad del siglo XX, en un asunto relativamente inexplorado y de estrecha relación con el “imperialismo por invitación” descripto por Lundestad o la “intervención por invitación” desarrollada por Tickner: el rol de las élites colaboradoras de la periferia.

Este tema permaneció durante mucho tiempo fuera del radar académico, dado que el foco de los especialistas estuvo puesto en los estudios clásicos sobre el colonialismo. Puesto en los términos de la literatura especializada, las corrientes dominantes se concentraron en el imperialismo formal, es decir, en aquellas relaciones entre centro y periferia en que –según el académico Michael Doyle– la sustancia del imperio coincide con las formas tradicionales del imperio.

Los británicos John Gallagher y Roland Robinson hicieron, por su parte, un aporte sustantivo al poner en discusión aquellas relaciones de control entre centro y periferia que no respondían al modelo imperante de anexionismo territorial. En definitiva, la pregunta giraba en torno a cómo caracterizar aquellas relaciones de dominación informal, en donde no estaban presentes las tradicionales formas de transferencia legal de la soberanía, pero sí la esencia del imperio. A estos fines, Gallagher y Robinson comenzaron a emplear el término “imperialismo de libre comercio”, una variante de imperialismo informal.

Desde luego que para materializar una relación imperial no basta solamente con la existencia de una estructura de colaboración a nivel dirigencial. Doyle señala que el imperio supone “una relación, formal o informal, en la que un Estado controla la soberanía efectiva de otro, pudiendo lograrlo por la fuerza, la colaboración y los medios económicos, sociales o culturales”. En consecuencia, el control imperial requiere no solo élites subordinadas al centro, sino también una profunda internalización de la subordinación por parte de la sociedad periférica.

Los resultados electorales del 26 de octubre representan, sin lugar a dudas, una llamada de atención. Sectores importantes de la sociedad respaldaron la invitación –cursada por el gobierno de Milei– para que la Casa Blanca, Wall Street y el Comando Sur se hagan cargo de los destinos de este país. Resta saber si se trató de un fenómeno contingente o de un cambio de fondo capaz de alterar el ethos antiinjerencista que anidó, por mucho tiempo, en una parte significativa del pueblo argentino.

 *Doctor en Ciencias Sociales (UBA) y profesor de Relaciones Internacionales (UBA-Unsam-UNQ-UTDT).