Yo te creo, hermana (solo si pensás como yo)

La causa que se olvidó de las mujeres: el feminismo

El movimiento de mujeres argentinas supo tener su momento de avance pujante. Hoy solo queda un grupo partidario en declive, que defiende lo indefendible, que sectoriza, estigmatiza y perjudica. Crítica de una exfeminista.

Foto: cedoc

El feminismo argentino perdió su rumbo. Las feministas supieron encontrar una causa concreta en la última década: la legalización del aborto. Yo misma me consideraba feminista por 2019 y 2020. Y no era un caso aislado: recuerdo como tantas mujeres se mostraban en la calle con su pañuelo verde. Con este objetivo común, que no distingue clases, se logró aglutinar a mujeres de distintas generaciones, credos e ideologías. En aquel momento, el movimiento fue transversal; no porque todas pensáramos igual, sino porque, frente a algo indispensable, las diferencias quedaron en un segundo plano. Esa fue su mayor fortaleza: hacer foco en una agenda concreta que abarcaba a todas.

Hoy esa dirección se perdió, ya no existe. El movimiento se transformó en una reacción partidaria en contra de la derecha, en lugar de tener una identidad propia, con una hoja de ruta clara de y para las mujeres. Y esto que ocurre no es una particularidad argentina: pasa también en otros países occidentales, en los que el feminismo parece haber olvidado que su brújula son las mujeres, y no lo que haga o deje de hacer la derecha, Javier Milei o Donald Trump.

No se trata de negar que todo movimiento social es político: cuando las fuerzas de la sociedad pujan, hay política. Pero esto no es lo mismo que ser partidario. El feminismo no nació para ser la pata femenina de la izquierda, ni para ser una seudo “resistencia” (que, de paso, pierde por goleada últimamente) ante tal o cual presidente de derecha. Su única razón de ser es mejorar la vida de las mujeres. Todas, también las de derecha.

Y, sin embargo, hoy muchas mujeres son excluidas del movimiento. Si una mujer vota a Milei, ¿ya no puede denunciar acoso? Si no se identifica con el progresismo, ¿debe quedarse fuera del reclamo contra la brecha salarial? Esta lógica de exclusión no solo es injusta, sino que debilita al movimiento, porque un movimiento que se define por a quién odia en vez de por lo que defiende, termina en confusión y vacío.

Doble, triple y cuarta jornada.

Desde que asumió, el feminismo parece tener dedicación exclusiva para ser la oposición número uno de Milei, como en Estados Unidos a Trump. Con esto aparece un problema estructural: los políticos pasan, las desigualdades quedan. Si todo el esfuerzo se concentra en resistir a un nombre propio, ¿qué queda cuando ese nombre ya no esté? Milei dejará eventualmente la Presidencia, ¿y entonces qué? Quedará un movimiento sin rumbo, como ya es ahora. Y se dedicará a combatir al próximo de derecha. Mientras tanto, las mujeres no logramos victorias. 

La legalización del aborto fue todo lo contrario: una causa que atravesó gobiernos, resistió cambios de color político y terminó convirtiéndose en ley gracias a la persistencia de las mujeres que entendieron que la lucha era más grande que cualquier circunstancia electoral.

Mientras tanto, hay demasiados frentes abiertos que siguen sin solución. La brecha salarial persiste, incluso en sectores formales. La mayoría de los puestos de liderazgo siguen en manos de hombres. El acoso callejero no desaparece, y el acoso laboral es silenciado. Y caminar de noche... ¡Ni hablar! La violencia doméstica no da tregua, los femicidios no se detienen, los abusos sexuales siguen afectando vidas todos los días.

Y aun en los “logros”, hay trampas: las mujeres conquistaron espacios laborales, pero a costa de sumar una carga más. Hoy, trabajamos fuera del hogar, pero seguimos siendo –en la mayoría de los casos– las responsables principales del cuidado de hijos, los adultos mayores y las tareas domésticas. No es justo; la mujer moderna enfrenta una doble jornada laboral: dentro y fuera de casa. 

A esto se suma una dimensión poco hablada: la carga emocional y física que soportan las mujeres en nombre de la belleza y la anticoncepción. Mientras los hombres pueden evitar embarazos con un preservativo, las mujeres siguen siendo las que se someten a anticonceptivos hormonales que alteran su salud. Los maquillajes –sin información clara ni alternativas masivas– contienen sustancias tóxicas: colorantes artificiales, ¿sabías que tu labial tiene aluminio?, BHT (un desastre, googlealo). Productos que usamos para “vernos mejor”, pero que a largo plazo comprometen nuestra salud. ¿No debería el feminismo alzar la voz también frente a esto?

Todo esto nos lleva a una pregunta urgente: ¿cuál es hoy el objetivo del feminismo argentino? Preguntale a diez mujeres distintas, y probablemente recibas diez respuestas diferentes. No hay una agenda clara. No hay un norte común. Se perdió la dirección, y con ella, se fue la potencia.

La fusión confusa con otras luchas: ¿de quién es el feminismo? Otra de las razones por las cuales el feminismo argentino –y occidental– perdió el rumbo es la fusión indiscriminada con otras agendas, en especial con la lucha LGBT+. Ambas causas comparten un eje transversal: el género. Pero eso no las convierte automáticamente en la misma cosa. De hecho, en muchos casos, los intereses pueden ser distintos, e incluso contrapuestos.

Las personas trans tienen mucho por lo que luchar, pero no por lo mismo que las mujeres. Ambas causas no pueden ser homologadas una con la otra sin consecuencias. La unificación dejó sin rumbo a ambos movimientos. Ni la “marea verde” ni la comunidad LGTB tiene un reclamo unificado. ¿Cuál es hoy la agenda del colectivo LGBT+? En muchos casos, se desplazó hacia posiciones, que poco tienen que ver con la defensa de derechos concretos y mucho con causas importadas, descontextualizadas y hasta contradictorias. 

El ejemplo más brutal es el apoyo explícito de algunos sectores a grupos terroristas que operan en la Franja de Gaza donde ser homosexual es motivo de asesinato en la plaza pública. Defender a organizaciones que tiran a personas gay desde los techos (no es un decir, es cierto) o las ejecutan en videos que luego envían por Telegram no es una posición progresista: es una contradicción suicida. Son equivalentes al gremio de pollos a favor de KFC. 

Mientras tanto, mujeres y LGTB parecen haber encontrado una posición en común en contra de Israel: la única democracia de medio oriente, donde hay gay pride (día del orgullo gay) con toda la pompa y colores, donde las mujeres son ciudadanas de pleno derecho y no están obligadas a taparse de pies a cabeza, ni a pedir permiso para salir, ni a reducir su existencia a la nada misma basada en la voluntad de un hombre.

Y mientras tanto, las mujeres pierden espacios que costaron décadas conquistar. En nombre de la inclusión, hay récords deportivos femeninos que caen en manos de atletas con capacidades físicas más potentes, y en Estados Unidos, se denunciaron casos en los que reclusas mujeres fueron agredidas sexualmente por mujeres trans que ingresaron al pabellón femenino tras declarar que se identificaban como tales. En nombre de la inclusión las mujeres quedan en riesgo y acá es donde chocan el movimiento feminista y el LGTB. ¿Las mujeres deberían ocuparse de su seguridad o de la inclusión? ¿Cómo se previenen estos crímenes? Es necesario hablar de estas realidades que muchas veces se silencian para no contradecir la corrección política.

Entonces, volvemos a la pregunta de fondo: ¿quién defiende hoy a las mujeres? Porque si el feminismo no puede siquiera plantear estas tensiones sin ser acusado de “transfóbico”, entonces el movimiento definitivamente perdió la capacidad de pensar por sí mismo. ¿Desde cuándo cuestionar decisiones que perjudican a las mujeres significa odiar a otros colectivos?

El objetivo del feminismo fue siempre claro: que las mujeres tengamos más derechos, más lugares, más justicia. Si el resultado de las políticas actuales es que tengamos menos, algo se está haciendo mal. Y hay que poder decirlo sin miedo.

La exclusión asquerosa. Uno de los síntomas más preocupantes del feminismo es la falta absoluta de autocrítica, reemplazada por un modus operandi constante de culpar a “la derecha” de un “plan antifeminista” que provoca la caída del empoderamiento, en una agenda orquestada por los sectores conservadores para desactivar la marea. Primero, hay un detalle que se omite: no hace falta debilitar lo que ya está en ruinas por su propia inercia. Segundo, ¿quién es “la derecha”? ¿Quién comanda el “plan antifeminista”? Basta solo una clase de economía (y no neoliberal), con un docente keynesiano, para enterarse que hay variables tan abstractas (como “la derecha”) como “la confianza” que son imposibles de medir. La falta de autocrítica no solo es producto de  un análisis poco profundo y hasta bruto, sino que se vuelve una sentencia de muerte, porque en vez de investigar dónde falla el movimiento, se busca culpables afuera.

El mantra “yo te creo, hermana” se volvió selectivo. Porque parece que depende de quién sea la hermana, según se aplican los filtros ideológicos, se decide a qué víctima apoyar. El ejemplo más brutal y reciente fue el silencio vergonzoso y deplorable del feminismo el 7 de octubre de 2023 – cuando miles de mujeres israelíes fueron violadas, torturadas y secuestradas–. Y, sin embargo, ni un solo colectivo feminista dijo nada. ¿Acaso el femicidio importa solo si la mujer coincide con ciertos dogmas ideológicos? Si es judía, israelí, religiosa, conservadora o simplemente incómoda para el discurso dominante, ¿no es mujer?

El feminismo no puede ser una red de contención solo para mujeres que piensan igual. Las mujeres cristianas, las mujeres que aman su rol familiar, las que sueñan con formar una pareja heterosexual, las que no quieren la poligamia, ni hacen soft porno en Instagram en nombre del empoderamiento, las que decidieron ser amas de casa o priorizan el cuidado sobre la carrera profesional, también son mujeres. ¿Hay un manual de estilo para seguir y ser considerada digna de defensa? ¿Quién decide quién califica?

Si el feminismo se convierte en una secta ideológica, entonces ya no es feminismo: es una estrategia partidaria disfrazada de una causa noble. Y la ronda cambia de vuelta: no es la derecha la que usa estrategias para desmantelar el feminismo, sino que es la izquierda la que usa el feminismo para su propia agenda.

La invisibilización de estas mujeres no solo es injusta, sino que es peligrosa, porque fragmenta la única fuerza que puede realmente transformar el mundo para nosotras: la unión basada en lo que somos, no en lo que pensamos. Porque el feminismo se basaba, justamente, en defender lo que somos. El feminismo no debe buscar moldear a las mujeres, sino acompañarlas en su diversidad. De lo contrario, se convierte en lo mismo que dice combatir: un sistema que excluye, que oprime, que decide por nosotras.

¿Libertad o disfraz del ultraje? Un tema donde el feminismo argentino y global se divide es en su eterno debate no resuelto sobre la prostitución. Desde hace décadas el movimiento se divide entre dos posiciones: quienes sostienen que toda mujer tiene derecho a hacer con su cuerpo lo que quiera –incluso venderlo– y quienes advertimos que no hay empoderamiento real en la mercantilización del cuerpo femenino.

Hoy esa grieta se ensancha, y el debate fue cooptado por una supuesta “liberación sexual” que, en nombre del placer o la autonomía, legitima prácticas que perpetúan la cosificación, la explotación y la desigualdad. Plataformas como OnlyFans, cuentas de Instagram o perfiles de Twitter con contenido explícitamente sexualizado se celebran bajo la bandera del disfrute… ¿Pero disfrute de quién?

¿No debería el feminismo –ese que luchó por igualdad de condiciones laborales, respeto y libertad real– denunciar la mercantilización del cuerpo, en lugar de avalarlo con eslóganes vacíos de empoderamiento? ¿No son acaso los eslóganes de empoderamiento una forma fácil de alienarnos y convencernos de ir por la comercialización de lo más íntimo? Vale recordar que si nos importa tanto la libertad sexual, primero habría que ver cómo resolver un problema crucial: una gran fracción de mujeres no experimentó nunca un orgasmo. 

No deberíamos romantizar la prostitución, ni la precariedad, ni las decisiones de una mujer desesperada en un contexto de necesidad y desigualdad, ni confundir la elección con la obligación. El feminismo no puede ser cómplice, o al menos no sin antes hacerse la pregunta más incómoda: ¿estamos defendiendo la libertad de las mujeres o solo le estamos poniendo purpurina al sometimiento?

Para salvar al feminismo. Este texto no busca dinamitar el feminismo: busca salvarlo del abismo en el que lo arrojaron quienes lo usaron como bandera para su propia agenda partidaria. Porque hay conquistas que cambiaron nuestra vida desde la raíz, que nos permitieron vivir más libres, más dignas, más autónomas. En el derecho de las mujeres a solicitar el divorcio, y la legalización del aborto, el avance fue real. Pero no alcanza con lo que se logró: queda muchísimo por conquistar.

Nada de eso podrá alcanzarse si el movimiento se reduce a una trinchera anti-Milei. Si el único objetivo es criticar al gobierno de turno, entonces no estamos construyendo un feminismo: estamos armando una oposición disfrazada de causa. Milei se irá, como se fueron tantos otros, pero, si nada cambia, los desafíos para las mujeres seguirán: violencia doméstica, desigualdad laboral, dobles jornadas no remuneradas, acoso, femicidios, techo de cristal. ¿Cuál es el plan para resolver esto? ¿Acaso Milei es el culpable de los golpeadores? Dirán: “El Gobierno puede legislar políticas para combatir estas problemáticas”. Y es cierto, pero si no hay propuestas concretas del feminismo, esas políticas nunca llegan a un proyecto.

El feminismo debe dejar de ser un espacio que excluye, que calla frente a ciertas violencias, que grita solo cuando le conviene, que defiende según quién sea la mujer. No puede ser indiferente al dolor de unas por miedo a incomodar a otras.

Hay que recuperar el norte. Volver a un punto de encuentro que no sea la pertenencia partidaria, sino la raíz: ser mujeres. De lo contrario, quedaremos estancadas. Y lo peor: no porque nos lo hayan arrebatado, sino porque nosotras mismas lo habremos dejado caer en un pantano de lo más turbio.

Espero el día en el que pueda volver a ser feminista.