Los abusos sexuales en la Iglesia son más impunes en América Latina
Mientras los países del Norte Global avanzan en mecanismos de transparencia, Latinoamérica permanece como el epicentro del silencio.
El primer domingo de su pontificado, el 11 de mayo, el papa León XIV apareció en el balcón central de la Basílica de San Pedro para dirigirse a la multitud que lo esperaba. Hizo un llamado a los jóvenes para que aceptaran las vocaciones sacerdotales y religiosas, con una exhortación firme y directa: “¡No tengan miedo! ¡Acepten la invitación de la Iglesia y de Cristo Señor!”.
Desde abajo, en la Plaza de San Pedro, sobrevivientes de abusos sexuales cometidos por líderes católicos escucharon las palabras con rechazo. “Los jóvenes tienen miedo. Las víctimas tienen miedo y el Papa necesita decir, con todas las letras, que la violación de niños dentro de la Iglesia es un crimen y será castigado”, afirmó Sarah Pearson, portavoz de SNAP-Survivors Network of those Abused by Priests (Red de Sobrevivientes de Abusos Cometidos por Sacerdotes). El grupo estuvo en el Vaticano para demandar respuestas durante el cónclave y también en los primeros días del pontificado de Robert Prevost.
Francia y España son los países con la mayor cantidad de registros de abusos sexuales clericales en el mundo. En los últimos ochenta años, se estima que hubo más de 655 mil víctimas en estas naciones. Basado en un estudio realizado por el Instituto Nacional Francés de Salud e Investigación Médica (Inserm), la Comisión Independiente sobre Abusos Sexuales en la Iglesia (Ciase) informó, en 2021, que aproximadamente 330 mil menores fueron víctimas de abuso en Francia desde 1950. Otro informe estima que aproximadamente 440 mil personas en España podrían haber sido víctimas de abusos sexuales relacionados con la Iglesia católica.
Aun en territorio europeo, Portugal y Polonia presentan cifras significativas, siendo la primera con una estimación de 4.815 casos de abusos entre 1950 y 2022. Este número fue reportado por la Comisión Independiente para el Estudio de Abusos Sexuales de Niños en la Iglesia Católica en Portugal en 2023.
En Polonia se han publicado tres informes desde 2019. El primero consideró 625 casos entre 1990 y 2018, mapeados por la Conferencia Episcopal Polaca (KEP). En el segundo, de 2021, se recibieron 368 nuevas denuncias, mientras que el último informe, presentado en 2022, añadió 84 nuevas denuncias de abuso entre 1965 y 2022.
En Estados Unidos, el informe más completo sobre el tema es el John Jay Report, encargado por la Conferencia de Obispos Católicos de EE.UU. y publicado en 2004, que estimó 4.392 sacerdotes implicados desde 1950 hasta 2002.
El papa Francisco dio pasos importantes para combatir los abusos sexuales desde el primer año de su pontificado, en 2013. Los principales avances ocurrieron en 2019, primero con la promulgación del motu proprio Vos estis lux mundi (“Vosotros sois la luz del mundo”, en latín), que obliga a los clérigos a reportar abusos y establece procedimientos para la investigación, y después con la publicación del Vademécum, el manual sobre la conducción de investigaciones de abusos sexuales cometidos por clérigos, que trata las investigaciones canónicas, es decir, en el ámbito de la Iglesia, pero no obliga a la autoridad eclesiástica que tiene conocimiento del caso a denunciarlo ante las autoridades civiles. Los activistas ven en esto una brecha para la impunidad en países donde no se exige legalmente esta denuncia, lo que incluye el secreto de confesión religiosa.
Francisco también modificó la constitución apostólica Pascite Gregem Dei (“Apacentad el rebaño de Dios”), en 2021. Los abusos sexuales del capítulo Crímenes contra obligaciones especiales de los clérigos se convirtieron en “crímenes contra la vida, la dignidad y la libertad humana”.
En el contexto de la actuación de Francisco, SNAP lanzó el Cónclave Watch, iniciativa global liderada por sobrevivientes de abusos sexuales clericales. El observatorio fue desarrollado con base en el análisis de registros públicos, pruebas aportadas por víctimas y denuncias de omisiones dentro de la Iglesia. El proyecto buscaba asegurar que el nuevo pontífice no tuviera un historial de encubrimiento y que se comprometiera, desde el inicio, a implementar una política universal de tolerancia cero.
“Yo, personalmente, y SNAP, estamos muy preocupados”, afirma Shaun Dougherty, presidente del Consejo de la red. Al igual que muchos miembros de SNAP, Shaun Dougherty es un sobreviviente de abuso sexual clerical en la infancia. Aunque ya ha hablado públicamente muchas veces sobre el tema, se emocionó al relatar un intento de suicidio a los 24 años y todo el camino que recorrió para “reencontrar la alegría”, con ayuda de la terapia y el activismo. “Me tragué trescientas pastillas. Afortunadamente, sobreviví. Pero muchos de mis amigos no tuvieron la misma suerte. Yo los enterré. Diez, veinte, tal vez más. Todos víctimas. Todos sobrevivientes. Todos muertos”.
El activista, que perdió a su madre hace un año, no pudo asistir al velorio en la parroquia de su infancia, donde fue violado repetidamente después de las misas funerales: “Me robaron mi fe, mi inocencia, mi dignidad”. Dougherty rechaza el uso de eufemismos: “No lo edulcoremos. No digamos ‘abuso’. Estamos hablando de violación. Violación infantil”.
Otro testimonio impactante entre los sobrevivientes que estuvieron en el Vaticano es el del argentino Sebastián. A los 13 años, fue víctima de abuso sexual por parte de un religioso del Colegio Marianista, en Buenos Aires. “Otros chicos y yo fuimos abusados dentro de la escuela”, contó.
Durante toda la adolescencia, Sebastián vivió en silencio, consumido por sentimientos de culpa y vergüenza. Solo diez años después, a los 23, denunció el crimen. La investigación penal resultó en la condena del abusador a 12 años de prisión por corrupción de menores. Pero, según Sebastián, el camino hacia la Justicia estuvo lleno de omisiones institucionales.
En 2002, buscó al papa Francisco, entonces cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, para denunciar el intento de la Congregación Marianista de silenciar a las víctimas mediante acuerdos de confidencialidad. Sebastián fue derivado al obispo Mario Poli, quien expresó apoyo institucional a la escuela, según su testimonio. Yo era solo un joven luchando por justicia. En América Latina se sigue actuando como si fuéramos el patio trasero del Vaticano, sin las mismas exigencias de transparencia y justicia que vemos en Europa”, denuncia.
El llamado de las víctimas en América Latina. El mismo día en que vimos salir humo blanco por la chimenea de la Capilla Sixtina, el 8 de mayo, la SNAP entregó al Vaticano una carta abierta con principios de justicia que el nuevo papa debe adoptar urgentemente, entre ellos: la creación de un consejo global de sobrevivientes de abusos que cuente con la colaboración de la Iglesia, pero que no esté bajo su control; la adopción de una política de tolerancia cero en el derecho canónico; apoyo legal y la formación de un fondo de reparación para las víctimas que ofrezca apoyo psicológico, financiero, además de espacios de memoria, y la apertura de los archivos secretos de la Iglesia.
La portavoz de la SNAP cuestiona la asimetría en comparación con Estados Unidos, donde la creación de redes contra el abuso sexual clerical ha avanzado bastante desde que el periódico Boston Globe reveló varios escándalos en el país en 2002. “Las víctimas no deberían recibir un trato desigual. Es decir, el catolicismo debe ser universal. El Vaticano no puede controlar las leyes de Estados Unidos, Perú o Italia. Pero sí puede controlar la ley de su Iglesia. Por lo tanto, no deberían tratar mejor a una víctima en Estados Unidos que a una víctima en América Latina”. Y aunque la Santa Sede posee directrices internas, como el Vademécum, activistas denuncian la distancia entre las normas y su aplicación real, especialmente en América Latina.
El hecho de que América Latina sea el continente católico más grande del mundo afecta mucho cuánto se logra desmontar la estructura clerical y cómo se manejan asuntos más complejos,explica Suzana Regina Moreira, máster en Teología por la Pontificia Universidad Católica (PUC) de Río de Janeiro y doctoranda en la misma institución. “Cuando empezó a explotar más la cuestión de los abusos sexuales durante el pontificado del papa Francisco, con las implementaciones que él intentó llevar a cabo en varios países de América Latina, el proceso para tomar estas directrices y aplicarlas a nivel nacional fue muy lento. Tuvimos a Chile, que fue uno de los casos más graves, también Argentina. En Brasil, está siendo un proceso extremadamente lento”.
El informe “Justicia para los sobrevivientes de abuso sexual de niños en la Iglesia católica en América Latina”, producido por la Child Rights International Network (CRIN) en 2019, muestra que, a pesar de ser el continente más católico del mundo, América Latina registra las tasas más bajas de denuncias de abuso sexual clerical. “Hay un silenciamiento muy fuerte de las víctimas, de las familias de las víctimas, especialmente cuando son menores, porque cuando se trata de un sacerdote o, peor aún, si es un obispo, a veces la propia familia prefiere que el niño no denuncie”, explica Moreira. Entre las razones del silenciamiento estaría la gran centralidad de la figura de sacerdotes, obispos, pastores y monseñores como la única representación posible de Cristo en la Tierra.
Para Moreira, esto es reflejo de un proceso histórico de colonización en el que los misioneros fueron los principales agentes de evangelización. “Cuando miramos, por ejemplo, a Estados Unidos, siempre fue una religión minoritaria. No tuvo ese aspecto tan colonizador como aquí”, explica.
Ausencia de datos en Brasil y el doble estándar. En Brasil, el escenario de abusos y violaciones cometidos por clérigos es nebuloso. El país con la mayor población católica del mundo carece de datos sistematizados, canales transparentes para denuncias y políticas claras de responsabilidad. La comparación con otros países es notable: en Estados Unidos, fiscales estatales han producido informes con más de mil nombres de sacerdotes acusados, basados en investigaciones profundas. En Brasil, ni siquiera se ha intentado algo parecido.
“No se puede ni decir que está en una etapa embrionaria. Simplemente, no existe”, afirma el periodista Giampaolo Braga. En colaboración con el también periodista Fábio Gusmão, produjo una investigación de tres años que expuso un escenario alarmante de negligencia, falta de transparencia y ausencia de políticas públicas y eclesiásticas efectivas, y que dio origen al libro Pedofilia en la Iglesia, publicado en 2023.
Durante la investigación, los autores intentaron contactar diversas instancias de la Iglesia católica, incluso el Vaticano, en busca de respuestas y datos. Tras dos años de intentos frustrados, la respuesta oficial fue protocolar y remitió a los periodistas a una comisión nacional: el Núcleo Lux Mundi, creado por la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB) en 2019, con el objetivo de implementar las directrices del motu proprio Vos Estis Lux Mundi del papa Francisco. Sin embargo, lo que encontraron fue desalentador.
Según Braga, “no había ninguna estructura de acogida para las víctimas ni de exigencia a las diócesis. Era solo una comisión de orientación, de buenas prácticas. Todo estaba aún en el plano de la voluntad, sin nada efectivo realizado”. La mayoría de las diócesis ni siquiera publica los nombres de sacerdotes suspendidos o expulsados por abuso.
La organización Adultxs por los Derechos de la Infancia, creada en 2012, denominó la diferencia en el tratamiento entre el Norte y Sur Global de “doble estándar”. Los países del Norte Global, como Estados Unidos y naciones europeas, han implementado comisiones de investigación, investigaciones públicas y sistemas de indemnización para las víctimas, reflejando un enfoque más proactivo en el tratamiento de los abusos.
Es decir, además del dolor individual, hay un patrón sistémico: el trato desigual entre víctimas del Norte Global y América Latina. En países como Estados Unidos, Alemania e Irlanda, las comisiones de investigación, las investigaciones públicas y las indemnizaciones comenzaron a surgir tras la presión social. En América Latina, el caso de Sebastián es una excepción: el silencio sigue siendo la regla.
*Desde el Vaticano.
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