Psicología y elecciones

¿Tiene la historia un valor pedagógico?

Quizá enseña, pero no impide la repetición. Más aun, quizá ella misma, desde sus acontecimientos pasados, empuja a la repetición. ¿Aprendemos de la historia?

Fantasma del “riesgo Kuka”. “Es posible que un sector piense que la economía destrozada por el mileísmo hubiese empeorado si no ganaba LLA”. Foto: cedoc

Hace unos días recordé una propaganda nazi que analicé hace más de una década y que decía que la culpa de la crisis económica era de los ciclistas y de los judíos. Parte de la sociedad, desconcertada, se preguntaba por qué los ciclistas, al tiempo que naturalizaba la presunta culpabilidad de los judíos.

Me pregunté, pues, a qué se debía esa evocación y, primero, pensé en el clima de época, el esprit du temps que se respira en estas y otras latitudes. Sin embargo, aunque no ajeno a dicho contexto, advertí que había un detonante singular. Se trató de una conversación que sostuve con Jorge Fontevecchia en ocasión de una entrevista que tuvo la generosidad de hacerme, en la cual hablamos sobre la irracionalidad de Trump y Milei.

Fue un diálogo muy estimulante y la lucidez de mi interlocutor permitió que el encuentro se constituyera como un trabajo de construcción compartida de pensamiento. Fue en ese momento, entonces, que Fontevecchia sintetizó del siguiente modo lo que decíamos en nuestro intercambio: se podría decir que el poder consiste en ser irracional mientras se logra que los demás se comporten como si fuera racional.

Tal vez no esté citando textual lo que él afirmó, pero creo no deformar la esencia de lo que dijo, y a la luz del recuerdo que más tarde despertó en mi memoria, puedo agregar algo a dicha idea. Estos gobernantes déspotas pervierten el antagonismo inevitable de la política y, en consecuencia, transforman al rival en un enemigo a suprimir y, a su vez, desarrollan argumentos absurdos, como el de los ciclistas. En suma, la operación que realizan condensa sadismo e irracionalidad.

Como en todo diagnóstico, estas afirmaciones pueden ser discutibles y, sobre todo, es materia de debate el conjunto de factores que nos condujeron a la situación actual. En efecto, podemos considerar una oposición frágil en su capacidad de representación y de concitar el entusiasmo, los efectos de la pandemia y del desarrollo de las redes sociales y de la inteligencia artificial, así como en una trayectoria más extensa, la sumatoria de diversos traumas sociales (dictadura, hiperinflación, desempleo, corralito, endeudamiento). El panorama se torna más complejo si, además, asumimos que cada disciplina aporta su propia perspectiva, con la consiguiente complejidad de armonizarlas. En todo este conjunto, quizá aun no sepamos bien cómo han decantado en la subjetividad colectiva las transformaciones en el mundo del trabajo y, en consecuencia, la relación con el dinero. Solo a modo de ejemplo, citemos un asunto complejo: ya desde hace unos años, y de manera inédita, hay una masa significativa de trabajadores formales pobres. Y, a su vez, un interrogante: si hoy se decretara un corralito, ¿la reacción social sería similar a la de 2001 o no existiría?

Hay, pues, una pregunta inquietante: ¿tiene la historia un valor pedagógico? Esto es, ¿aprendemos de ella? Quizá la historia enseña, pero no evita, no impide, la repetición. Más aun, quizá la historia misma, desde sus acontecimientos pasados, empuja a la repetición. O tal vez, como cuando se hablaba de un niño “maleducado”, alguna madre respondía: “Es bien educado, pero mal aprendido”. No por nada Freud se mostraba escéptico en cuanto al poder de la pedagogía sobre las pulsiones humanas.

La teoría psicoanalítica de la historia puede verse en el ensayo de Freud sobre Moisés, que comprende con detalle el retorno de lo que, lejos de haber sido superado, permaneció en las latencias, así como también identifica en los cismas del presente la vuelta de antiguos divorcios.

De hecho, un temblor nos asalta al releer las tesis de Theodor W. Adorno sobre el fascismo: “El agitador fascista es habitualmente un vendedor magistral de sus propios defectos psicológicos (…). Los agitadores fascistas son tomados en serio porque corren el riesgo de quedar en ridículo. La manipulación racional de lo irracional es una prerrogativa de los totalitarismos”.

Ante este cuadro de situación podemos responder con severas críticas; no obstante, por esa vía quedamos sin salida si apenas denunciamos la contradicción que surge de tomar lo irracional como racional, o lo ridículo por serio. Posiblemente, debamos encontrar una explicación sobre cómo se unen los términos, sobre todo en el presente: ¿cómo es hoy el sujeto histórico que dice repudiar la corrupción y las dificultades económicas preexistentes, y sigue apoyando a Milei, pese a que su situación material ha empeorado y a las denuncias que enfrenta ($Libra, Espert, Andis)?

Como explicó Adorno en su hora, no es “pese a” sino “a causa de”.

Mi hipótesis, entonces, es que el Gobierno explotó la imagen de derrotado, encontró la potencia que en parte de la población tiene el goce en la autodenigración. Esto es, exhibiéndose al borde del fracaso en las semanas previas a la elección, logró que un gran sector de la sociedad se identificara con un roto y, a su vez, atizó el fantasma del “riesgo kuka”, esto es, que ese mismo sector piense que la economía destrozada por el mileísmo se iría al demonio si no ganaba el mileísmo.

En suma, más que suponer, entonces, una escisión entre el voto y la realidad, aunque resulte paradojal, tenemos que descubrir el nexo causal entre dicha realidad y el voto.

Volvamos, por fin, a nuestra pregunta previa: ¿cumple la historia una función pedagógica? La respuesta no es una sola, aunque podemos afirmar que sí puede realizar esa función y, para ello, se trata no solo de saber qué pasó, sino de aprender qué es lo que puede (volver a) pasar.

*Doctor en Psicología. Psicoanalista.