Juntos, pero separados

Una casa me separa: compromiso emocional y autonomía en parejas que no comparten techo

La convivencia en pareja no es necesariamente una aspiración para quienes viven solos en las grandes ciudades. En nuestro país, según datos oficiales, casi un 25% de los hogares son unipersonales.

Dos casas. Cada vez están más de moda las parejas que no comparten gastos, ni las rutinas del día a día. Foto: cedoc

Vivir solo es un estilo de vida muchas veces elegido y deseado. La disminución del tamaño promedio de los hogares, particularmente desde la década de 1980, y un consiguiente aumento de los hogares unipersonales, han puesto en evidencia la conformación del modelo de pareja LAT, o Living Apart Together (“Juntos, en casas separadas”) como una alternativa a la convivencia tradicional bajo un mismo techo.

En la investigación de mi libro Vivir solo. Experiencias de residentes de hogares unipersonales de la Ciudad de Buenos Aires (2023), de la Editorial Imaginante, queda claro que estas formas de construir sexoafectividad aparecen mayormente en adultos –independientemente del género– y adultos mayores varones que se han separado, divorciado e incluso enviudado y que, en la reconstrucción de lazos afectivos, optan por un modelo de “dos casas”, es decir, de generación de compromisos afectivos y estables donde no esté mediando la vivienda, los gastos comunes y las rutinas del día a día.

La Ciudad de Buenos Aires es la jurisdicción que históricamente detenta el mayor porcentaje de hogares unipersonales, con más de un 39% según los últimos datos proporcionados en el Censo Nacional. Dentro de estilos de vida urbanos, hay un grupo de residentes que desarrollan relaciones sentimentales con dinámicas juveniles, de ir y venir, un punto de equilibrio entre la autonomía, la libertad y la independencia del espacio físico y, por otra parte, del encuentro, del placer y el disfrute que genera compartir momentos e instantes.

Sin socavar la pasión, el erotismo, las salidas y los paseos, esta es una postal cotidiana de quienes no comparten la vida entre cuatro paredes, extraída del libro antes mencionado:

“Yo siempre digo que a mí me gusta pasar a buscar a mi chica, me encanta pasar a buscarla, pasar por ella. (…) Salimos en general los fines de semana, yo me quedo a dormir en lo de ella, en su casa, algún día de semana también, y después estamos en contacto en el día, no mucho, mucho, pero bien. Siento que estamos bastante bien (…), Ella no tiene hijos. Y no, no está en los planes tener hijos, yo he dicho que hasta acá llegué”. (Varón, 56 años).

Los vínculos LAT aparecen entonces como una alternativa a los modelos de pareja de antaño que los residentes han tenido, sobre todo luego de rupturas de matrimonio o acontecimientos no deseados que irrumpen la “linealidad”, en el sentido del tiempo en la construcción de subjetividades, valores y expectativas. Otro testimonio:

“El modelo de pareja que yo tuve cuando estuve casada, bueno, nos conocimos de chicos, era otra ingenuidad, es otro momento de la vida donde uno es más incondicional hacia el otro. Hoy ya no soy tan incondicional con alguien (…). Antes vos querías para toda la vida y te casabas con la ilusión de que iba a ser para toda la vida, hoy sabés que difícilmente es para toda la vida”. (Mujer, 53 años).

La mirada “a corto plazo” no se traduce en la ausencia de vínculos afectivos, amorosos y sexuales. La individualización tiene muy mala prensa y desde el sentido común es asociada comúnmente al egoísmo. Los modelos LAT permiten capitalizar las experiencias vividas, resignificar la historia y los vínculos para la búsqueda del bienestar: vivir solo y decidir con quién, cuándo y de qué manera interactuar. En mi investigación, particularmente las mujeres adultas, sobre todo separadas o divorciadas, imponen determinados condicionamientos para el desarrollo de un vínculo afectivo en esta etapa de su vida: primero, que este no sea buscado, sino que sea un emergente, una relación no planificada de antemano. Luego, que esa relación no se traduzca en situaciones conflictivas, disensos, planteos, reproches y celos. Buscan estar y acompañarse solamente para sumar.

“Estoy abierta a estar sola y abierta a estar acompañada. Igual, lo que me parece una condición sine qua non es el bienestar. Estar con alguien es para estar bien, o sea… No me imagino una relación conflictiva, no me imagino una relación para estar mal. Me imagino una relación para estar bien. No volvería a convivir, eso sí lo tengo muy claro”. (Mujer, 53 años).

“Es un hermoso estado estar en pareja, compartir, aspiro a un compañero, un compañero de vida, de ruta, de camino, pero relajado, cada uno con su espacio”. (Mujer, 60 años).

Desde luego, el amor supone ilusión, placer, compañerismo. Lo mejor de cada uno junto al otro. Optar por la no convivencia brinda, desde estas perspectivas, contención. Sentido del cuidado propio y ajeno. El amor es tranquilidad, es comunión, aprendizaje. Vivir en casas separadas no supone la falta de afecto. Construir vínculos sanos, de respeto, comunicación y confianza implica –eso sí– hacer de nosotros un nosotros, nuestro hogar.              

*Doctora en Sociología. Autora del libro Vivir solo. Experiencia de residentes de hogares unipersonales de la Ciudad de Buenos Aires.