Día 649: La subjetividad libertaria del narco
El asesinato de las tres jóvenes en Florencio Varela, atribuido a una “venganza narco”, revela cómo las redes criminales se expandieron en los barrios populares hasta reemplazar funciones del Estado. La tragedia ya no puede verse como un episodio aislado, sino como el síntoma de un proceso más profundo.
El triple crimen narco de Florencio Varela, que estremece y conmueve a la sociedad argentina, no solo nos dejó una marca de dolor y espanto. También nos obliga a mirar de frente las consecuencias de años de empobrecimiento “latinoamericanzando” a la Argentina y corriéndola de su característica de país de clase media y plenamente alfabetizado.
El triple crimen vuelve a poner el foco en los cuerpos de las mujeres como territorio de disputa, explotación y violencia. Se ha debatido mucho en las redes acerca de si es pertinente o no analizar el hecho desde una perspectiva de género.
Es claro que el ensañamiento, las mutilaciones y el aberrante hecho de que se transmitiera el crimen por un canal cerrado de Tik Tok, configura una escena macabra, que parece sacada de una película de terror, o a lo sumo del accionar de cárteles que actúan en otras latitudes. Algo que era impensado en nuestro país.
Es evidente que hubo un ensañamiento particular por el hecho de que las víctimas fueran mujeres. A modo de copete viene a cuento la famosa novela colombiana. “Sin tetas no hay paraíso” y los casos de fama mundial de femicidios en Ciudad Juárez en México atravesada por el narcotráfico.
En una entrevista previa al crimen a una de las víctimas que se difundió en los medios, una de las chicas confiesa que le gustaría dejar de prostituirse. Esa frase, simple pero demoledora, abre una puerta a una realidad que suele quedar oculta: la mayoría de las decisiones que la sociedad califica de “libres” están atravesadas por la necesidad.
Cuando el hambre, la pobreza o la desesperación empujan, el margen de elección se achica hasta casi desaparecer. La prostitución, lejos de ser siempre una práctica voluntaria, se convierte para muchas mujeres en un recurso de supervivencia más que en una elección consciente, incluso aunque parezca que se ha elegido libremente.
“Me gustaría poder dejar esto” revela que detrás de la prostitución no hay solo elección, sino una necesidad que aprieta hasta borrar los límites de la libertad. Hay una frase que se le atribuye al ex secretario general de la CGT en los 80, Saúl Ubaldini, quien sostenía “el hambre no espera”. Vale contrastar con Javier Milei diciendo en el debate que realizamos con Juan Grabois que las personas tienen la libertad de decir morirse de hambre.
"No es un problema de capacidad. Si tenés que elegir entre no comer y ser explotado durante 18 horas, o 14 horas o diez horas, yo elegiría ser explotado. Pero esa no es mi voluntad", planteó Grabois. El actual presidente contestó: "¿Cómo que no? También podés elegir morirte de hambre y morirte".
En los barrios más empobrecidos, la pobreza convierte el cuerpo femenino en mercancía: para sobrevivir, para alimentar hijos, para escapar del hambre. Esto se agrava cuando el Estado se retira, las redes criminales avanzan y encuentran en la desesperación de las jóvenes el recurso perfecto para expandir su poder.
Ayer se conoció el nuevo índice de pobreza del Indec que vuelve a exhibir una reducción significativa. Aquí también ayer expusimos en el informe de nuestro editor Matías Rodríguez Ghrimoldi sobre la realidad en los barrios populares explicando que no hay estallido social porque el crecimiento del mercado de narcotráfico generó empleos ilegales en esos lugares que se utilizan como bases y logística de distribución la venta de droga en todo el resto del país.
De ninguna manera estamos justificando la elección de la ilegalidad sea con narcotráfico o prostitución, y vale mencionar con razón que la crítica que se le hace a las madres de las chicas asesinadas por no alejarlas de esa forma de obtener ingresos no fue igual a las madres de los soldaditos de narco menudeo, un sesgo de machismo en nuestro debate.
Milei durante la campaña defendió la “libertad” de vender los órganos, más adelante profundizaremos con sus propias declaraciones, pero otro ejemplo controversial y que ofrece ejemplos elocuentes es el caso de la subrogación de vientre llegando al próximo reciente de una madre “contratante" que llegó a arrepentirse. La mujer que había alquilado su vientre no podía mantenerlo y el niño terminó en adopción, dejando en evidencia que, cuando no hay legislación clara, los más vulnerables -el bebé, la mujer gestante- quedan atrapados en un limbo jurídico.
El caso ocurrió en Córdoba y expuso un vacío legal en nuestro país: una mujer francesa que había aportado sus óvulos y contratado a una gestante local desistió del vínculo con el bebé al nacer prematuro y con problemas de salud, dejando al recién nacido desamparado. La criatura fue atendida en un sanatorio local, donde la gestante intentó quedarse con él, pero finalmente quedó bajo el cuidado de una familia de guarda con fines de adopción.
La situación derivó en una investigación judicial por presunta trata de personas, involucrando a una agencia de subrogación porteña y allanamientos en clínicas de fertilidad, aunque aún no hay imputados. El caso puso de relieve que en Argentina la subrogación no está regulada por la Ley N° 26.862 ni por el Código Civil y Comercial, aunque no está prohibida, y debe realizarse de manera altruista.
Las investigaciones señalan que algunas clínicas podrían haber explotado la vulnerabilidad de mujeres gestantes mediante engaños y pagos, mientras los abogados y psicólogos implicados habrían ocultado detalles económicos y certificaciones psicológicas falsas. Las autoridades consideran que la captación y explotación de estas mujeres podría constituir trata de personas agravada por fraude, abuso de autoridad y la participación de varias personas en la maniobra. Es claro que en la mayoría de los casos hay una retribución económica en el intercambio.
Este tipo de casos, así como la prostitución y el narcotráfico se relacionan mucho: jóvenes que se convierten en “soldaditos” o mujeres que son empujadas a este tipo de actividades porque no ven otra salida. En ambos casos, la necesidad se convierte en motor de decisiones que ponen en riesgo la vida, la libertad y el cuerpo. No es casual que estas prácticas florezcan allí donde el Estado los empleos no abundan, los que existen son con salarios que no alcanzan y las redes de contención social se desmantelan.
El asesinato de las tres jóvenes, atribuido a una “venganza narco”, revela con crudeza cómo las redes criminales se expandieron en los barrios populares hasta convertirse en actores con capacidad de reemplazar funciones que antes eran responsabilidad de las instituciones. La tragedia ya no puede verse como un episodio aislado, sino como el síntoma de un proceso más profundo.
Sin embargo, para el Gobierno no existe esta dimensión de género en el crimen de Florencio Varela. La ministra de Seguridad, la inefable Patricia Bullrich, declaró: “Querer poner esto detrás de una bandera no tiene sentido. Las muertes de mujeres bajaron entre 2023 y 2024”.
“Femicidio” es el asesinato de una mujer sólo por el hecho de ser mujer. Por lo general los victimarios son la pareja o ex pareja de la víctima. Se ha debatido mucho sobre si el término es pertinente en este caso. De hecho, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, no lo utilizó, aunque sí resaltó el componente de género en el triple crimen.
La casa de Florencio Varela donde mataron a las tres jóvenes.
Pero a modo ilustrativo, vamos a abordar un concepto que algunas teóricas del movimiento de mujeres han elaborado: “narcofemicidio”. Sayak Valencia, filósofa y teórica mexicana, ha analizado cómo el narcotráfico se inserta en las estructuras de poder patriarcales, utilizando la violencia como herramienta de control social. En su obra “Capitalismo Gore”, destaca cómo las mujeres son víctimas de una violencia que no solo es física, sino también simbólica, al ser utilizadas como símbolos de poder y control por parte de las organizaciones criminales.
Los narcofemicidios territoriales son asesinatos de mujeres que ocurren en contextos donde el narcotráfico no solo opera como negocio, sino como poder que disputa y controla el territorio. Las víctimas no son elegidas al azar: su muerte advierte a la comunidad que la banda que domina la zona tiene capacidad de decidir sobre la vida y la muerte, especialmente de los cuerpos femeninos, que se convierten en escenario de venganza o disciplinamiento.
Este tipo de crímenes combina el femicidio, por su dimensión de violencia de género, con la lógica mafiosa del narcotráfico. Las mujeres son asesinadas no sólo por ser mujeres, sino porque su cuerpo sirve para reforzar jerarquías, saldar deudas o enviar señales a rivales. La crueldad de estos actos, muchas veces con torturas o exhibición pública, busca doblegar a familiares, vecinos y otras mujeres de la comunidad, dejándoles en claro que no hay refugio posible fuera del control narco. Es una violencia que no se agota en el hecho, sino que continúa en el miedo que paraliza y en el silencio que garantiza la impunidad.
No es casual que el concepto de “narcofemicidio” haya surgido en México, donde el narcotráfico es un flagelo histórico y presente de manera permanente. Pero que esto ocurra en nuestro país enciende todas las alarmas. Es un hecho que corre el horizonte de lo pensado posible, y a la vez impacta por su grado de crueldad.
Es claro que el narcotráfico no surge de un día para el otro, se fue incubando y desarrollando durante años. Pero es cierto que una ideología como la de Milei, que opina que mientras menos estado, mejor, agrava el problema en lugar de solucionarlo. El Presidente considera que la crisis económica no está relacionada con el narcotráfico, y que se debe abordar el problema sólo desde las políticas de seguridad.
"No me importa de dónde salen los dólares. Los contrabandistas son héroes, entre Estado y la mafia me quedo con la mafia", expresó. Vale aclarar que el fragmento es de una entrevista en la que Milei era cuestionado por su blanqueo de capitales, que abría las puertas a que ingreses negocios ilegales.
En las antípodas de este pensamiento están los curas villeros, quienes sacaron un comunicado tras el triple crimen, en el que piden: "un Estado presente, inteligente y efectivo" y denuncian "una fuerte desconexión entre la política y la realidad de nuestra gente". Alertaron además que "hace décadas que el narcotráfico se enseñoreó en nuestras comunidades y barriadas", responsabilizando a la retirada de políticas públicas por la “descomposición de la comunidad” en parroquias, clubes y centros de salud.
El comunicado subrayó la urgencia de políticas de urbanización y recuperación comunitaria, criticando "la insuficiencia de los comedores, planes sociales eliminados, oficinas del Estado corridas, obras en los barrios populares abandonadas", como signos de la indefensión actual.
Asimismo, señalaron que la violencia narco no es solo un problema de seguridad, sino una consecuencia de décadas de abandono estructural. En este sentido, pidieron que la respuesta no se limite a operativos policiales, sino que incluya trabajo social, oportunidades educativas y empleo para los jóvenes que hoy quedan expuestos a las redes delictivas.
Finalmente, los curas advirtieron que la crisis no podrá resolverse sin la articulación entre Estado, Iglesia y organizaciones comunitarias. Destacaron que la urbanización de los barrios y la recuperación de espacios de encuentro son esenciales para reconstruir el tejido social y frenar el avance del narcotráfico que “se enseñoreó” en las barriadas.
La emergencia social que describen los sacerdotes se nutre de decisiones políticas que, bajo distintas gestiones y colores partidarios, coincidieron en un mismo resultado: menos presencia estatal. Esa tierra arrasada es, en palabras de los curas, el campo arado para el crecimiento del narcotráfico.
También en el informe de Matías Rodríguez Ghrimoldi, se advirtió además que distintos referentes de movimientos sociales consultados aseguran que, a pesar de la crisis económica actual, no hay condiciones para un estallido social porque “el dinero de la droga circula y funciona como amortiguador de la conflictividad”.
La droga no solo genera ingresos: presta dinero a tasas usureras, impone favores y regula la vida barrial. Líderes vecinales admiten que, incluso cuando la policía desarticula una banda, “otro líder rápidamente toma su lugar”, lo que convierte cualquier operativo en un alivio apenas momentáneo. Esto demuestra que no es un problema de seguridad, porque se detiene al jefe narco pero aparece otro.
El avance del narcotráfico también se refleja en la fisonomía de las villas: viviendas de losa, escaleras caracol y un estatus que marca la diferencia entre quienes participan del negocio y el resto. Mientras tanto, el Gobierno eliminó 32 Casas de Atención y Acompañamiento Comunitario (CAAC) gestionadas por Sedronar, dejando a miles de jóvenes sin espacios de contención. Un relevamiento del Centro de Investigación y Acción Social (CIAS) y Fundar confirmó la dimensión del problema: el 51% de los jóvenes del AMBA reconoce que la mayoría de sus amigos consume drogas y un 43% dice conocer a alguien que vende, con edades de inicio entre los 13 y los 16 años.
El 51% de los jóvenes del AMBA reconoce que la mayoría de sus amigos consume drogas.
Pero además hay algo más alarmante: las redes que operan en el Gran Buenos Aires ya no son locales. El ministro de Seguridad bonaerense, Javier Alonso, a quien entrevistamos ayer en este mismo programa, denunció la presencia de grupos extranjeros y señaló a organizaciones brasileñas y mexicanas como protagonistas del negocio.
En La Matanza, por ejemplo, se detectó la influencia de jóvenes con ingresos rápidos, familias con crédito informal y comedores abastecidos reemplazan las antiguas redes de ayuda estatal, allí hoy un joven que decide ser soldadito cobra 500 mil pesos por semana. del Primer Comando Capital (PCC), banda nacida en Brasil que ya tiene integrantes documentados en Argentina.
La masacre de Florencio Varela, que Alonso, el ministro de Seguridad bonaerense, definió como una “venganza narco”, expone hasta qué punto estas estructuras transnacionales se insertaron en el entramado social y encontraron en la ausencia estatal el terreno ideal para crecer. No hablamos solo del Conurbano, sino también de barrios de la Ciudad de Buenos Aires.
Pero hay otro elemento que nos interesa abordar en esta columna y que caracteriza el enfoque que tenemos siempre desde este programa. La masacre de Florencio Varela también invita a reflexionar sobre un debate ideológico de mayor alcance. En los últimos años, discursos que promueven un Estado mínimo, hablamos del libertarianismo y la escuela austríaca de economía, ganaron visibilidad en la política argentina gracias a la promoción del Presidente y sus allegados.
Si bien estas ideas dicen reivindicar la libertad individual y la reducción de impuestos, en contextos de alta desigualdad y fragilidad institucional pueden traducirse en menos controles, menos prevención y más espacio para que actores criminales llenen el vacío. La idea de que el mercado debe ser el único regulador es peligrosísima, porque abre la puerta a ideas aberrantes, como la legalización de la venta de órganos o bebés. "Mi primera propiedad es mi cuerpo. ¿Por qué no voy a poder disponer de mi cuerpo?", sostuvo Milei sobre la venta de órganos.
Murray Rothbard, un referente clave de esta ideología y cuyo nombre fue utilizado para bautizar a uno de los perros de Milei, sostiene que “el Estado es la organización del robo sistematizado y legalizado”. En otro de sus textos, explica que “en un mundo libertario, el sistema de castigo criminal nunca pondría el énfasis, como ahora, en que la sociedad encarcele al delincuente; el énfasis estaría necesariamente en obligar al criminal a restituir a la víctima su daño”. Este enfoque, más contractualista todo es posible en la medida que las partes lo convengan sin tener en cuenta la noción de disparidad entre comprador y vendedor de determinados bienes y en determinadas situaciones.
El propio Presidente hablo su preferencia entre la mafia y el Estado, en el mismo sentido teórico de lo que plantea Rothbard. “Entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia. La mafia compite, y el Estado no compite”, dijo. Debería avergonzarnos tener una persona que da declaraciones como estas del presidente.
En condiciones de liberalismo extremo o anarco-capitalismo, como proponen algunos austríacos radicales, entre ellos Hans-Hermann Hoppe, funciones estatales fundamentales —justicia, policía, sistema penitenciario— podrían privatizarse o depender de contratos voluntarios. En tales escenarios, donde todo es transaccionable, el cuerpo, los órganos, la vida, la ley del más fuerte, el darwinismo social, hacen que el delito sea otra forma de comercio donde se regula costo-beneficio: el riesgo que se asume por el beneficio económico que se obtiene y si la relación da positivo para lo segundo es una decisión “incorrecta”.
En esa subjetividad libertaria el narcotraficante es un entrepreneur, un emprendedor más exitoso que otros porque asume más riesgos, lo mismo que sucede en el mercado legal con los inversores: más riesgo, más utilidad demandada. Y un elemento más: el libertarianismo de Milei embellece y romantiza los modos del crimen organizado y su representación en la cultura popular.
Son muchas las películas y series de mafias que gozan de gran popularidad entre el público: como el clásicos de Francis Ford Coppola, “El Padrino”, la serie “Los Soprano”, sobre la mafia italiana en la época de las cámaras en la vía pública, o la más moderna, “Peaky Blinders”, sobre la mafia irlandesa a comienzos del siglo XX, de donde muchos seguidores del libertarianismo imitan modos, vestimenta o estética.
Esta banalización es peligrosa, porque construye una narrativa en la que el crimen organizado se presenta como un modelo alternativo de éxito y poder, despojando a las mafias de su dimensión destructiva y violenta. Al estetizar al mafioso como un personaje carismático y audaz, se corre el riesgo de convertirlo en un referente aspiracional, especialmente para jóvenes en contextos de vulnerabilidad social. Este fenómeno no es exclusivo de la ficción; en plataformas como TikTok, etiquetas como #NarcoTikTok han proliferado, mostrando una estética de lujo y poder asociada al narcotráfico, lo que contribuye a la normalización de estos comportamientos en la cultura
En lugar de ser vista como una amenaza estructural que corroe instituciones y comunidades, la mafia se convierte, mediante la estetización, en un objeto de fascinación. Esta visión superficial puede dificultar la comprensión de los mecanismos de control social y económico que las organizaciones mafiosas ejercen, así como su impacto en la democracia y el Estado de derecho. Por lo tanto, es crucial promover una representación crítica y realista del crimen organizado, que permita a la sociedad reconocer y enfrentar sus efectos destructivos.
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Escuchemos, en palabras del propio Milei, su idolatría por el famoso mafioso norteamericano, Al Capone, cuyos negocios se desarrollaron durante la Ley Seca en Estados Unidos, en la década del 30. “Uno de mis grandes héroes es Al Capone. Los contrabandistas son héroes”, aseguró el mandatario. Así como pasó con la guerra de Malvinas, la dictadura, y la frase "Si quieren venir, que vengan", esto también nos avergonzará algún día.
La tragedia del triple crimen narco de Florencio Varela expone con crudeza la intersección entre la violencia de género, la pobreza estructural y la expansión del narcotráfico en los barrios populares. Las víctimas, mujeres jóvenes atrapadas en la prostitución por necesidad, muestran cómo la ausencia de políticas públicas eficaces convierte sus cuerpos en territorio de explotación y control, revelando que muchas decisiones que parecen libres son en realidad imposiciones de la desesperación.
Este hecho obliga a repensar incluso la noción de libertad individual en contextos de desigualdad profunda entre ellas, la de las mujeres, y no debería dejar de llamarnos la atención que los votantes libertarios se encuentren en mayor proporción en los hombres jóvenes.
La expansión del narcotráfico en ausencia de un Estado presente y activo se ve facilitada por ideologías que promueven un mínimo papel estatal, como el libertarianismo extremo. La reducción de controles, la debilidad institucional y la priorización del mercado sobre la justicia y la protección social generan un terreno fértil para que las mafias ocupen espacios de poder, legitimidad y servicios en las comunidades más vulnerables. Esta dinámica convierte al crimen organizado en un actor capaz de sustituir funciones estatales, con consecuencias profundas sobre la cohesión social y la seguridad ciudadana.
Esta tragedia nos confronta con preguntas incómodas sobre nuestra sociedad: ¿qué tan lejos queremos que llegue la indiferencia del Estado antes de que la violencia se normalice? ¿Qué valores estamos transmitiendo cuando la supervivencia se impone sobre la dignidad y la vida de las mujeres más vulnerables?
Reflexionar sobre estas cuestiones es una responsabilidad colectiva de toda la sociedad, pero en particular de nosotros como comunicadores: solo reconociendo las raíces estructurales de la desigualdad y la impunidad podremos imaginar soluciones que rompan el ciclo de violencia y permitan construir comunidades más seguras, justas y humanas.
Producción de texto e imágenes: Facundo Maceira
TV cp
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