Por qué aumentó la depresión en las últimas décadas
En la entrevista con Juan Pablo Rendo, psiquiatra de Modra, se destacó que los suicidios, más frecuentes entre adolescentes y adultos mayores, reflejan la creciente incidencia de cuadros depresivos. Además, destacó las dificultades de acceso a la salud mental y las complejidades de los tratamientos en Argentina.
En Argentina, los suicidios reflejan el aumento de cuadros depresivos en la población, especialmente entre adolescentes y adultos mayores. Así lo explicó el psiquiatra Juan Pablo Rendo, del equipo multidisciplinario de Modra, en Modo Fontevecchia, por Net TV y Radio Perfil (AM 1190) “nueve de cada diez suicidios corresponden a personas con alguna patología psiquiátrica”, y esta situación se ve agravada por las dificultades de acceso a la salud mental y la complejidad de los tratamientos.
El médico Juan Pablo Rendo, egresado de la Universidad de Buenos Aires (UBA), realizó su residencia en psiquiatría en el Hospital Italiano de Buenos Aires, donde se desempeñó como jefe de residentes y coordinador de tratamientos clínicos en la sala de internación. Además, es magíster en Psiconeurofarmacología por la Universidad Favaloro.
¿Qué es Modra, la psiquiatría dedicada a tratamientos psiquiátricos complejos y de difícil abordaje?
El grupo multidisciplinario surge como un grupo de psiquiatras y profesionales de la salud que comparten principios orientados a una psiquiatría honesta. Todos nos especializamos y fuimos formándonos en un hospital de alta complejidad, y adoptamos una manera de entender la psiquiatría que respeta la evidencia médica, pero también considera lo particular de cada persona: su contexto, valores y preferencias. Al mismo tiempo, buscamos diseñar tratamientos y diagnósticos precisos, que apunten al bienestar y se consensúen con el paciente.
Algunos tratamientos farmacológicos implican efectos adversos posibles, y deben abordarse con transparencia para mejorar desafíos complejos de nuestra especialidad, como la respuesta. Nuestros principios se basan en una psiquiatría que reconoce sus límites, respaldada en la evidencia y con un trabajo humano, comprometido con cada paciente.
Aquel concepto de Freud sobre el “análisis terminable e interminable” planteaba que existían límites respecto a lo que llamamos cura, frente a una idea más comercial de los psicofármacos como herramienta universal, aplicada a todo tipo de pacientes. Entiendo que lo que ustedes plantean es que los psicofármacos son, efectivamente, útiles, pero su eficacia depende de cada caso, paciente por paciente, tal como señalaba el neurólogo austriaco.
Es pertinente hacer una distinción importante: una cosa es la neurosis, un proceso neurótico donde la psicoterapia es fundamental. Nosotros valoramos mucho sus beneficios, ya que muchas veces los tratamientos se prolongan por el interés de cada persona de descubrirse, entenderse, conectarse con sus verdaderos deseos, resolver temores limitantes y salir de ciclos repetitivos. Otra cosa son los trastornos psiquiátricos, en los cuales el trabajo suele ser conjunto, y la medicación puede aliviar, reducir el sufrimiento e incluso servir como palanca para potenciar el trabajo psicoterapéutico.
Antes se pensaba que al eliminar el síntoma no se resolvía el problema. Hoy, en cambio, existe una mirada más integral sobre la colaboración entre psiquiatras y psicólogos, que cuando se logra de manera efectiva, mejora notablemente la evolución de los pacientes. Nosotros tratamos de salirnos del debate tradicional entre psicoterapia y medicación e insistimos en que, según la evidencia médica, la combinación adecuada de ambas puede generar mejores resultados.
Recuerdo un libro de Estados Unidos ¡Más de Platon, menos de prozac!, cuando este era el psicofármaco del momento. Al mismo tiempo había alguna novela que relataba que un político exitoso ponía al antidepresivo en el agua corriente en Londres para que la gente fuera feliz y lo votase. Me gustaría, dado tu especialidad y tu magíster en neurofarmacología, un análisis respecto de cómo con la farmacología a veces se universaliza a todos, como si se pudiera “curar a todos”, y cuál es el abuso que existe en su uso, no solo en trastornos psiquiátricos.
Es una buena pregunta. Yo no creo que, incluso en mi práctica y según lo que dice la ciencia, todo ser humano que tome Prozac vaya a estar de repente saltando en una pata y viendo el mundo de color rosa. Lo que nos pasa, lo que nos interpela y nos angustia, por más que uno tome el antidepresivo, en la mayoría de los casos sigue siendo lo mismo.
Ahora, en Modra insistimos en que muchas veces los fármacos tienen limitantes, y otras veces no funcionan porque el diagnóstico es incorrecto. Por eso tratamos de usar la medicación de manera criteriosa, respetando y valorando sus beneficios, pero también reconociendo sus límites. Hoy por hoy, todo lo que tiene que ver con la psiquiatría tiene grandes restricciones: las respuestas no siempre son al 100%, y en algunas patologías, la medicación apenas tiene efecto. Entenderse y conocerse a uno mismo, desde un enfoque filosófico, es fundamental. Porque la vida incluye tristezas, angustias y ansiedades, y hay que aprender a manejarlas; no todo se resuelve con una pastilla.
Miraba estadísticas, por ejemplo, a nivel mundial, sobre el aumento de suicidios. Es decir, más allá de las enfermedades complejas y de difícil tratamiento, te pregunto por la población en general: en las últimas décadas, quizá por la pérdida de calidad de vida o por la insatisfacción que se percibe en las sociedades —que incluso ha llevado al surgimiento de extremos políticos—, ¿hay una tendencia creciente a la depresión? ¿Es esto un problema para la psiquiatría, quizás el mayor desafío para la salud pública global?
Entender la depresión como una de las principales causas de discapacidad en el mundo implica reconocer que existe un problema, y el desenlace dramático del suicidio —más frecuente en pacientes con una patología psiquiátrica, se estima que nueve de cada diez suicidios corresponden a personas con diagnóstico— evidencia la necesidad de políticas.
Ahora, en relación al suicidio, muchas veces no hay datos confiables, y en los últimos años no existe una tasa clara que permita analizar la situación con precisión. Si revisamos los últimos 30 años, sí se observan cambios en la pirámide del suicidio: aumento en ciertos grupos y redistribución de quiénes lo cometen, concentrándose hoy más en adolescentes y adultos mayores. Antes de entender o analizar qué sucede, hay que identificar dónde ocurre con mayor frecuencia y cómo está la situación en Argentina para poder distribuir los recursos de manera efectiva.
En el país, las provincias del norte y del sur muestran mayor incidencia, aunque no hay una explicación totalmente clara. Una teoría fuerte apunta al acceso a la salud mental, que sigue siendo complejo y desigual. Esto impacta directamente en que personas con menos recursos tengan mayor dificultad para recibir atención médica, lo que a menudo genera una evolución más compleja o un deterioro en su situación. Por eso es fundamental conocer mejor las tasas de incidencia y mejorar el acceso a la salud, un desafío complejo en Argentina y otros países similares.
En la tercera tópica de Freud planteaba los límites de la “cura” o de cierta normalización; lo que en política se dice que quienes son electos presidentes o jefes de gobierno suelen estar fuera de la campana de Carl Friedrich Gauss, mostrando alguna forma de anormalidad. En Argentina, como en otros casos —por ejemplo Trump—, surge la pregunta sobre si estas personalidades pueden ser “normalizadas”. Por tu experiencia, ¿podemos esperar que personas con ese grado de excentricidad cambien, o son rasgos definitivos de su personalidad?
Te diría que es difícil. En el caso de lo que podríamos considerar un trastorno de personalidad o personalidades con psicopatología, lo primero es tener conciencia de lo que uno hace, del sufrimiento propio y del sufrimiento que genera en otros. Luego, en un segundo paso, aunque difícil, está la intención de mejorar, lo que implica un tratamiento personal y un cambio de posición subjetiva. Son procesos largos que requieren el deseo genuino de mejorar.
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Si alguien tiene una personalidad complicada y aleja a todos, eso genera angustia y puede motivar a buscar ayuda para sentirse mejor; los vínculos sociales sostienen y benefician. En cambio, si alguien cree que todos los demás están equivocados y no reconoce fallas propias, es improbable que cambie. Existen personalidades con grandes dificultades para la empatía y para percibir el dolor del otro; en estos casos, el cambio es muy difícil. Muchas personas cambian por los golpes de la vida o del sistema judicial, pero lo fundamental es la reflexión: ¿qué me está pasando y por qué? Sin la intención de cambio, es un proceso muy complejo.
MV / EM
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