Rosendo Fraga: "Milei no es la excepcionalidad, es un capítulo más"
El analista político sostiene que la irrupción del líder libertario no rompe con la historia política argentina, sino que se inserta en etapas históricas más amplias. Según Fraga, “empieza a parecerse a las crisis de Argentina, que combinan incertidumbre política y económica, con una fuerza dominante: el peronismo”.
El analista político Rosendo Fraga afirma que “el presidente Javier Milei no es la excepcionalidad, es un capítulo más”, señalando que su irrupción se enmarca dentro de dinámicas históricas recurrentes. A juicio de sus palabras en el programa Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190), esto refleja que, a pesar de su perfil disruptivo, el libertario enfrenta límites institucionales y políticos que condicionan su accionar, imponiéndole restricciones tanto en la gestión como en la construcción de consensos con otros actores del escenario político.
Estudioso de la política y la historia, Rosengo Fraga es periodista, analista político e historiador, además de abogado egresado de la Universidad Católica Argentina (UCA). A lo largo de su carrera, también se desempeñó como profesor de derecho laboral en la facultad, docente en el doctorado de sociología en la Universidad Argentina de la Empresa (UADE) y profesor de historia argentina en el Colegio Militar de la Nación (CMN).
¿Es realmente Milei quien cambió el mapa político o, en realidad, estamos ante el fin de lo viejo? Más bien, se trata de una reconfiguración del mapa político que aún no ha comenzado y que está a punto de iniciarse.
Lo que está corroborado para mí el domingo es que sigue siendo un eje de la política argentina, más allá de sus cambios. Del otro lado, lo que siempre tuvimos estos 80 años es un no peronismo o antiperonismo con distintas expresiones. Si hubiéramos conversado hace un año, yo decía: mejor olvidar la historia que conozco y sobre la que he escrito, así como la experiencia y el conocimiento de la gente en la política, porque lo que viene es diferente como los cambios disruptivos de las ultraderechas en países occidentales. Hoy, al mirar el pasado, empieza a parecerse a las crisis cíclicas de Argentina, que combinan incertidumbre política y económica, con una fuerza dominante: el peronismo.
A partir de esto, creo que Milei tiene que asumirlo. No es una excepcionalidad; es un capítulo más en una historia política bastante complicada. Que no sea excepcional, sino parte del mismo capítulo político.
Cada vez ese ciclo, en su velocidad y retroalimentación, funciona como un péndulo: cuanto más se lleva hacia un extremo, más se conduce al otro. Estamos llegando a un proceso final en el cual el paroxismo indica que llega un momento en que se agota o puede continuar indefinidamente.
Eso depende de su capacidad de aceptar la realidad y transformar. Hace tres años y medio, cuando empezó en política, lo decía: “Yo soy Trump, Bolsonaro y el partido VOX de España en la Argentina”. Pero Trump tiene mayoría en la Corte, de seis a tres; en el Senado; en la Cámara de Representantes; y también en varios gobernadores. Trump puede actuar así porque controla el sistema político institucional. Acá, Milei es todo lo contrario.
Así bien, esto lo obliga: no tiene la situación política como para hacer lo mismo que hacen las ultraderechas en Occidente. Esto es lo primero que tiene que asumir. Tiene un control, ¿no es cierto?, de la situación política mucho más débil. Primero, el jueves ve toda la ley de los ATN aprobada por el Congreso, y ahí creo que comete un gran error, porque no significa un peso más: cambia la forma de distribución y la hace automática, sin negociar caso por caso ni el monto. Y acá creo que es el tema ideal para coincidir con los gobernadores, aunque no creo que exista una actitud conciliadora.
¿Con cuántos gobernadores validados tiene Milei, faltando exactamente 40 días para la elección? Tres. Compite contra todos los gobernadores. Supongo yo que vendrá un cierto impasse, y que la campaña electoral va a dominar nuevamente el escenario político. Pero, desde el punto de vista institucional, con una economía complicada, es una situación sobre la cual hay que reflexionar políticamente. Sin acuerdos políticos, será muy difícil encausar la economía.
Cuando digo medio en broma “80 años de Clarín con 80 años de peronismo”, podemos señalar que esas ocho décadas representan también un periodo que nuestra contemporaneidad nos permite observar, al menos en gran medida. El peronismo realizó varios intentos de transformarse en un partido tradicional, podríamos decir socialdemócrata. La iniciativa más relevante fue la de Cafiero, que terminó perdiendo frente a Menem, representando más una concepción movimientista y sentimental. ¿Crees que la irrupción de Kicillof puede terminar cumpliendo aquello que quiso hacer Antonio, de hacer un partido más científico?
El tema es que, para el peronismo, eso es lo difícil de entender, sobre todo para quien lo mira desde afuera de Argentina: la ideología es secundaria. Así puede pasar el mismo Perón de izquierda a derecha, tener un proyecto neoconservador con Menem, uno de centroizquierda con firmeza, y otro más populista clásico; y es así: va cambiando la misma gente. Acá está: el tema es que es una estructura política que, más que la ideología, busca el poder. Interesa el poder, y esa creo que es la génesis del partido, que no ha perdido. Interesar el poder antes que la ideología: girar al centroizquierda, lo hago; para estar, tengo que girar al centroderecha, lo hago. Cambio la persona necesaria, pero la estructura, generalmente gobernadores, intendentes y sindicatos, sigue siendo la misma.
Esa explicación hecha desde la oferta es correcta, el peronismo posee la flexibilidad de adaptar la ideología a las necesidades de cada época. Sin embargo, hay algo constante desde la perspectiva de la oferta: el poder. Lo que caracteriza a la corriente como conducción es ajustar la ideología necesaria para sostener el control político. Desde el punto de vista de la demanda, ¿cuál es el elemento invariable del peronista, sino del votante? Podríamos decir que, así como la ideología es secundaria en la oferta, en la demanda lo que unifica ese sentimiento es la estética; lo determinante es más la forma que la doctrina.
Sí, pero hay también una constante social: el voto de los sectores vulnerables permanece predominantemente con el peronismo. Existe, además, un electorado más cambiante: la clase media baja puede variar su voto, pero los sectores populares continúan respaldándolo. Al analizar la geografía electoral de Buenos Aires, esto se evidenció el domingo.
Esto se explica porque del otro lado siempre surgen alternativas que movilizan a sectores medios, pero no logran penetrar en los populares; lo que tiene más que ver con la cultura y la tradición política que con la ideología en sí.
Respecto a Kicillof, podría ser un presidente similar a los de la socialdemocracia europea de hace 30 o 40 años, o un presidente peronista, refiriéndonos nuevamente a la estética, dado que la ideología pasa a un segundo plano.
Considero que Axel Kicillof tiene capacidad para modificar la estética, pero no está claro si puede cambiarla de manera definitiva. Para alcanzar el poder, adaptará su estilo según lo requiera. Esto no significa que sea un cambio permanente; podría ser otra etapa temporal dentro del fenómeno político particular del peronismo. Comparado con otros líderes de la región, como Getúlio Vargas en Brasil y el varguismo, la permanencia y pragmatismo resultan llamativos.
Al mencionar Vargas, y dado tu interés en Brasil, no puedo dejar de preguntarte sobre la condena de Jair Bolsonaro: ¿resuena de alguna manera en Argentina? Primero, porque la justicia brasileña podría estar marcando un precedente similar al hito latinoamericano de la justicia argentina en los juicios a los excomandantes. Segundo, por lo que expresó en un tuit la vicepresidenta argentina, Victoria Villarruel, sobre la cantidad de presidentes latinoamericanos que enfrentan causas judiciales, lo que sugiere que no solo Cristina Kirchner podría verse afectada, sino también Milei por las denuncias de corrupción en su contra.
Si hacemos un paralelo con la condena de Bolsonaro, esto ya no es solo un asunto latinoamericano: se trata de un fenómeno que atraviesa toda la política occidental. La justicia se ha convertido en un campo de disputa política. No solo Donald Trump en Estados Unidos fue un ejemplo evidente, también Nicolás Sarkozy en Francia y varios casos en México muestran este patrón. Lo que ha cambiado es que movimientos antes asociados a la derecha ahora enfrentan límites judiciales, lo que evidencia una justicia globalmente más atenta al contexto político.
Brasil constituye un capítulo relevante, pero sirve también para ilustrar un fenómeno que el peronismo manejó hábilmente: actores que no podían competir logran influir ganando espacios, como podría ser el gobernador de São Paulo.
Así, toda la política occidental enfrenta una crisis. Hace 15 o 20 años, la interpretación de estos eventos sería más sencilla; hoy, la justicia se ha transformado en un actor decisivo no solo en Argentina o América Latina, sino en todo Occidente. En Estados Unidos, por ejemplo, Trump tiene margen para políticas de extrema derecha porque cuenta con el apoyo de la Corte, algo que no existía antes. Lo de Brasil es relevante, pero el panorama limita su impacto fuera del país.
mb/mu
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