El monstruo que habita
El sueño es recurrente: comienza en una sala redonda, enorme y vacía. Solo las paredes están revestidas al estilo racionalista de la Bauhaus. Luego la pared se abre camino a un jardín zen, pacífico en apariencia. Con cascadas y recipientes orientales a los costados. A primera vista, todo es belleza, paz y tranquilidad, hasta que uno apunta el detalle y ve las cabezas que vierten el agua: son dragones feroces y grotescos. La última escena cambia: caminando por un laberinto que se hace cada vez más extenso y brutal, no solo a lo ancho sino también a lo alto. Vistas desde arriba, las estructuras repetidas se convierten en pánico; la quietud, en zozobra y angustiada desesperanza.
Al despertar todo se aclara, pero queda impregnado en el cuerpo el sabor de una idea extraña: de que hemos estado confundiendo al monstruo que se esconde detrás de su estética. La sensación me persigue todo el día. Porque hoy atravesamos una etapa en nuestra historia argentina en donde lo explícito se impone como necesidad en lo cotidiano: ya sea en el insulto directo, la procacidad audiovisual o la exposición del cuerpo pornográfico, no existe abstracción posible. El mundo de las ideas se aborrece, al entenderse como un camino sin salida, como el eufemismo que nos lleva siempre a los mismos lugares infelices. Entonces, como sociedad, estamos probando con la ruta de la manifestación concreta y descarnada. Como si fuéramos exorcistas, dispuestos a vociferar las plegarias ante quien sea, para librarnos del demonio del fracaso tercermundista. Ya sea en las redes sociales, un nuevo streaming o la vieja televisión, alzamos las manos uno y otro bando para decir las verdades crudas, a pelo.
La pregunta que late y nadie hace: si en nuestro ritual de exaltación social, estamos mirando al maligno correcto.
Joseph Goebbels fue uno de los artífices de la mitología nacionalsocialista de Adolf Hitler. Y uno de los creadores de la propaganda moderna. Sabía muy bien que para que “la gente” aceptara las realidades complejas, había que simplificarlas muchísimo. Es por eso que la designación de un “enemigo único” siempre funcionó muy bien: la casta, el periodista ensobrado, el golpista, el mandril, el gorila, el militonto, el termo.
Sucede que comprender el complejo entramado psicohistórico y político-económico que nos ha llevado a la quiebra como sociedad es mucho más difícil de explicar y de aceptar. Tal vez porque todos somos parte del éxito y del fracaso también. Por eso las ideas de Goebbels son tranquilizadoras: en la medida en que puedo descansar en un enemigo más simple, tengo la solución a la mano y la conciencia en paz. Porque el problema es externo y lo puedo definir. Pero el demonio sigue escondido, ahí suelto.
Si lo vemos, es aquí donde empezamos a entender el real desafío que nos atraviesa. La verdadera violencia no habita en los insultos desde el estrado y las respuestas en Twitter. Es mucho más serena, casi pacífica. Está enmascarada en los pequeños aumentos en los productos o los grandes desbalances en los servicios que aplican unilateralmente los formadores de precios: colegios, alimentos, expensas, servicios de salud. El que usted quiera elegir corre por delante de una inflación técnicamente quieta. Sin insultos, sin declaraciones violentas. Con la sutileza propia de la dinámica microeconómica.
El monstruo habita en los problemas de siempre, hoy naturalizados. Vive en la desconfianza de un pueblo que no se reconoce aún como tal, salvo en la gesta deportiva. En las estructuras materiales resistentes al cambio y la adaptación. En la zona de confort de una sociedad que no está dispuesta a pagar el costo de competir realmente y de ser artífice real de su propio destino. Al final de cuentas, sería mucho mejor que una sola persona fuera la causa de todos los males. La meteríamos presa y todos los problemas se solucionarían mientras tuiteamos cómodos desde el sillón.
Que no se confunda: el crimen y la corrupción siempre deben ser castigados. La invitación: asumir el compromiso de que todo cambió, si es que deseamos el cambio verdadero. Y aceptar raudamente todos los esfuerzos que individualmente eso significa. Porque cada tanto, por la mañana, el diablo sale de la botella y nos mira directamente a los ojos.…
*Secretario general de la Universidad del Sur de Buenos Aires.
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