La pandemia del covid-19 no ha tenido lugar
Cumplidos cinco años de las fechas en las cuales estuve internado en el Hospital público Fernández y me salvé de morir de covid-19, de las fechas en las cuales cerca de 130 mil personas no tuvieron la misma suerte, me vienen a la mente algunas imágenes, pocas certezas, bastantes inquietudes. La primera de estas es que no estén apareciendo demasiados recuerdos o reflexiones sobre aquellos tiempos. Apenas alguna que otra nota periodística en el mes de marzo, para el quinto aniversario de la llegada de la enfermedad y el comienzo de la cuarentena, y después poco y nada. Como si no quisiéramos acordarnos, ni que nos recuerden el tema. Y sin embargo todos sabemos que la pandemia partió la historia en dos, la del planeta y en muchos casos la de nuestras vidas; que el mundo es otro desde entonces, que en muchos de nosotros perduran secuelas de la enfermedad, que otros perdimos a nuestros seres queridos, que fenómenos actuales como la masiva digitalización de la vida cotidiana, el avance de las nuevas derechas, la indiferencia ante el colapso ecológico, la reelección de Trump y la elección de Milei oscuramente, de modos que no sabemos y quizás no queremos saber, tienen que ver con la pandemia.
Una de mis inquietudes más intensas, cuando comenzó, vino de advertir que no teníamos ni idea de qué hacer con ella. No estábamos preparados, no solo sanitariamente, sino emotiva y mentalmente: no teníamos una tradición de la cual agarrarnos; transitar una epidemia no formaba parte de la experiencia transmitida socialmente, educativamente o por tradición familiar, a pesar de que algunos de nuestros abuelos habrán vivido la todavía más mortífera gripe española. En nuestro país se ha venido construyendo tozudamente, a pesar de la oposición o la indiferencia de algunos gobiernos y poderes, una memoria sobre la dictadura, otra sobre la guerra de Malvinas, no somos muchos los que parecemos interesados en construir una memoria de la pandemia.
En marzo de 2020, encerrado en mi casa como casi todos nosotros, empecé a trabajar en un libro que sería publicado eventualmente hacia fines de 2022 con el título Siete ensayos sobre la peste, una suerte de historia cultural de la vivencia de las epidemias tal como fue plasmada en la literatura, el cine y las artes plásticas. En sus páginas finales hacía la reflexión siguiente: “Creo que una de las mayores carencias que hemos sufrido en estos extraños tiempos fue la ausencia de una memoria viva sobre las epidemias y las reacciones que suscitan: en parte porque las suponíamos propias de un pasado remoto, pero sobre todo porque nos resultaban inconcebibles en cualquier futuro que pudiera sucedernos. Uno de los propósitos de este libro es contribuir a que la próxima, ahora que parecemos haber entendido que tarde o temprano la habrá sin duda, no nos agarre tan desprevenidos.” Recurrí a la literatura y a sus parientes narrativos, el teatro y el cine por su capacidad de abarcar a la vez las múltiples dimensiones de un fenómeno tan complejo, desde la naturaleza del patógeno y las formas del contagio a su repercusión en la sociedad y a la psicología más íntima de los afectados, incluyendo sus sueños, fantasías y delirios, tanto individuales como colectivos.
Una de las obras que más me ayudó a tomarle la temperatura al problema fue el Diario del año de la peste (1722) de Daniel Defoe, uno de cuyos rasgos distintivos es la ecuanimidad de su protagonista y narrador, H.F., que reserva su condena apenas para quienes medraban con la peste – curanderos, predicadores, ladrones – o se desentendieron de sus deberes, como el rey y la corte, que huyeron a ponerse a resguardo en sus palacios; mientras que pondera a los médicos, a las autoridades locales que se quedaron a cumplir con su deber a riesgo de sus propias vidas, y sobre todo a la gente común, que logró sobrellevar la devastación de la epidemia sin descender al caos y el sálvese quien pueda de tantas películas catastrofistas. H. F. destaca sobre todo las instancias de colaboración y solidaridad; y aun cuando admite que las autoridades se equivocaban a veces y tomaban medidas demasiado drásticas, concede que estaban obrando según las luces de que disponían, según el modelo de funcionamiento burocrático que les es propio y al que se aferran con aun mayor firmeza en tiempos de crisis, antes que por malevolencia, indiferencia o estulticia.
Esa piedad y ecuanimidad está ajena a los recuerdos que predominan hoy día. Tendemos a pensar que porque ahora conocemos la etiología de la enfermedad y sabemos qué medidas son las adecuadas y cuáles eran inútiles o contraproducentes, en aquel momento médicos y autoridades también deberían haberlo sabido. Desde que existe memoria sobre las epidemias, empezando con la Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides, el aislamiento siempre ha sido la medida elemental que se toma “por default”; hasta tanto se sepa más sobre la enfermedad y su etiología, es la más prudente.
Pero a apenas dos meses y días del inicio de la cuarentena apareció una carta-denuncia, “La democracia está en peligro”, firmada por trescientas personalidades, una sobreactuación irresponsable y vergonzosa que alimentaba hipótesis conspirativas, insinuaba absurdas continuidades con la última dictadura (“En nombre de la salud pública, una versión aggiornada de la ‘seguridad nacional’”), acuñando el insidioso término “infectadura” y llegando a parangonar “la hora del Estado” anunciada por el entonces presidente con “la hora de la espada” con que Lugones llamó al primer golpe militar de nuestra historia democrática. Y a principios de 2021 Javier Milei y sus seguidores difundieron el video Pandenomics en que descalificaba una a una a todas las medidas del gobierno (“El desastre tiene que ver con la mentira que es el Estado”) y afirmaba falsamente que nuestro país estaba entre el 10 % con peores índices del mundo, cuando lo cierto es que fue, después de Chile, el país con menos muertos por habitante de la región.
La deducción pudo haber sido que pocas cosas como las pandemias demuestran que no alcanza con la responsabilidad individual, ni mucho con el funcionamiento del libre mercado. Como señala el historiador Alejandro Horowicz en El kirchnerismo desarmado: “Fue la colaboración internacional la que logró que apareciera una vacuna a tal velocidad, no la competencia entre capitales; fue el uso irrestricto de los fondos públicos, no fueron las inversiones privadas […]. Así, el sistema científico global elaboró vacunas diferentes en tiempo récord, y quedó claro que, sin salud pública, la privada no sirve, y que una pandemia sólo puede enfrentarse articulando ambas.”
Lamentablemente, las trabas del Congreso a la adquisición de vacunas Pfizer, el escándalo del vacunatorio paralelo, la excesiva (lo sabemos hoy) extensión del aislamiento y, sobre todo, la foto del presidente festejando el cumpleaños de su esposa en plena cuarentena lograron dinamitar la confianza, no solo en su persona y su gobierno, sino en la idea misma de un estado cuidadoso y protector, convirtiéndose, si no en la causa, sin duda en uno de los factores que llevaron al inconcebible triunfo de Javier Milei en las elecciones presidenciales. La estupidez, la irresponsabilidad y la absoluta desconsideración de Alberto Fernández hacia todos los que le habíamos creído y confiado en él colaboraron con el oportunismo y la mala fe de Patricia Bullrich, Javier Milei y otros como ellos para dar vuelta nuestro sentido común y las enseñanzas de la historia.
Este quinto aniversario de la pandemia podría ser una buena oportunidad para recordar a las víctimas y para honrar a los científicos que dieron un ejemplo de colaboración internacional; a los médicos, el personal sanitario, de seguridad y logística que arriesgaban sus vidas y muchas veces se vieron sometidos a la discriminación y el maltrato por parte de sus propios vecinos. Pero difícilmente sea una tarea que vaya a encarar un gobierno que desfinancia los hospitales, degrada la salud pública y se burla de valores como la solidaridad, el cuidado y el sacrificio. Tampoco hay, justo es decir, demasiadas propuestas o reclamos de los demás partidos, o del común de la gente. La pandemia sucedió, pero por ahora no tuvo, ni parece tener, lugar.
*Escritor.
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