Límites, rupturas y continuidades en la sociedad de la furia
La manipulación política de las peores pasiones no es nueva, pero sí lo es la forma actual en que el odio se desplaza horizontalmente, “hacia quienes se encuentren a nuestro lado”, dice el autor. A qué se refiere.
La singularidad de la sociedad argentina actual y de otras es que se han transformado en sociedades de la furia: esos lugares donde somos incentivados, habilitados y legitimados desde las más altas esferas del poder, a odiarnos entre nosotros, a nuestros pares, a actuar con violencia frente a la menor diferencia, sin reparar en las consecuencias que ese comportamiento egoísta pueda teneren la realidad de otras personas o en el vínculo que nos une.
Por supuesto, la manipulación política de las pasiones más bajas de amplios sectores sociales no es una novedad en sí misma. La izquierda y la derecha han utilizado esa estrategia en la sociedad industrial del siglo XX, donde se llamaba a odiar verticalmente a quienes se encontraban arriba (los oligarcas) o abajo (las "cabecitas negras") en la escala social. Lo verdaderamente novedoso y distintivo de la forma actual es que el odio se intenta orientar horizontalmente, hacia quienes se encuentren a nuestro lado.
Otra característica saliente en las sociedades de la furia, es que “lo más importante de todo soy yo”, que puedo lograr cualquier cosa que me proponga, lo que quiera, libremente, sin importarme nada. Claramente este tipo de configuración social tiene límites estructurales que merecen ser analizados.
Sus dos pilares fundamentales, el individualismo mágico y sistemático por un lado, y el odio horizontal entre grupos, sectores y clases por otro, pierden capacidad como articuladores de la acción social, como organizadores de las nuevas identidades, como condición subjetiva dominante y como nuevas formas de relación.
Ocurre que el orden social en el que vivimos no es el resultado de acciones individuales que se articulan armoniosamente, ni de su sumatoria, aunque ésta arroje un número superior al de las partes sumadas.
Milei y Caputo, dígannos cuántos millones de argentinos sobramos
La realidad social es mucho más compleja que cualquier suma matemática e incluye determinaciones históricas, circunstancias ajenas a la voluntad de cualquier grupo o persona, como el desarrollo de las fuerzas productivas, el grado de equidad de las relaciones que se logren establecer, los recursos materiales y simbólicos que puedan movilizarse, la estructura de clases, las tradiciones culturales, la división social del trabajo, su distribución, la conciencia que de sí tengan los grupos y otros elementos similares.
Pero más que compleja, la realidad social es, principalmente, de una naturaleza diferente a la individual: se mueve con otras reglas, la constituyen otras leyes, utiliza otros métodos, presenta otra lógica, tiene otras causas y genera otros efectos. No puede ser modificada por la acción individual. Un hecho social es por definición colectivo, sólo puede ser modificado por otro hecho social. Este es el primer límite estructural: la acción individual no impacta en la realidad social, no la modifica. La única forma de influir en ella es colectivamente.
Por eso, los verdaderos problemas sociales, las urgencias impostergables que todos conocemos, no las puede arreglar ninguna persona o grupo individual, se solucionan en un proyecto colectivo necesariamente.
Gracias a Juan Salvo y debido a la lamentable desaparición física de líderes sociales como el Papa Francisco, o el ex presidente de Uruguay, José “Pepe” Mujica, la idea de que frente a las circunstancias más adversas que puedan imaginarse, es posible actuar colectivamente y vencer a un enemigo significativamente superior, hoy ocupa el centro del debate político, lo que rompe desde adentro a la sociedad de la furia, la desarticula y de este modo genera las condiciones para un cambio de humor social.
La mala noticia es que ese proyecto colectivo, sea el que sea, no ha llegado aún. El telón de fondo de este incipiente cambio de humor social continúa siendo la fragmentación del campo popular y la degradación de los lazos de solidaridad.
Sin embargo, el despertar de la memoria colectiva¸ no se reduce a un hecho meramente simbólico ni se trata de recordar experiencias del pasado o adaptarlas mecánicamente a las circunstancias históricas del presente.
Este resurgir inquietante, por ejemplo, la sextuplicación en 13 días de las consultas por niños apropiados durante la última dictadura militar, sobrepasa lo meramente simbólico y puede llegar a tener consecuencias concretas en la vida de muchas personas.
Nadie se salva solo y la realidad no siempre es del material del que está hecha, a veces es de lo que significa.
*Sociólogo / Consultor
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