En medio de una escalada constante del dólar para el economista Juan José Llach, para “desdolarizar a los argentinos” hay que desarmar el déficit fiscal. En tiempos de ajuste propone que los sectores que se benefician con la devaluación hagan un aporte extra al fisco.
Ex secretario de Programación Económica en el ministerio de Economía del ‘91 al ‘96, Llach dirige el Centro de Gobierno, Empresa, Sociedad y Economía del IAE, la escuela de negocios de la Universidad Austral y marca que habría que reforzar la AUH con una canasta alimentaria que baje impuestos a los productos más nutritivos. Propone “cambiar las retenciones por un impuesto a la tierra y un subsidio al consumo de alimentos”.
-¿Qué se necesita para salir del cuadro de crisis y comenzar a pensar en un crecimiento de largo plazo?
-La mayoría de los países latinoamericanos han optado por una economía de baja inflación, atracción de inversiones y endeudamiento limitado, lo que supone corregir el déficit fiscal. Sin estas tres cosas, la Argentina va a seguir siendo una economía anormal. Tenemos ya 73 años de inflación. Hemos logrado derrotar a cualquier plan de estabilización, sea ortodoxo o heterodoxo. Eso es producto de un déficit fiscal casi crónico.
La consecuencia es una enfermedad bastante grave para una economía: ser bimonetaria. Tenemos el dólar y el peso de facto. La gente de sectores medios hacia arriba ahorra o invierte en dólares, no en pesos. Y el sistema financiero argentino no llega al 15% del PBI en pesos. Cuando hay déficit fiscal, lo que hay que hacer es un ajustazo salvaje como decían los partidarios del shock, o recurrir al financiamiento, que en su mayoría es en dólares. Otro problema de la economía bimonetaria es que cuando el mercado te devalúa como pasó este año a partir de abril, hay más riesgo de que eso se vaya a los precios. Para corregirlo hay que desarmar la principal causa, que no es la única, que es el déficit fiscal.
-Está de acuerdo en el énfasis que pone el Gobierno sobre el ajuste, entonces.
-No había alternativa. El Gobierno tomó el único camino posible, con el riesgo del gradualismo. Pero a partir de decisiones equivocadas como la del 28 de diciembre del año pasado, cuando el Gobierno interviene en el Banco Central, tuvo que cambiar a un gradualismo 2.0, más acelerado.
-¿Fue acertado recurrir a un préstamo del FMI?
-En buena hora se le ocurre recurrir al Fondo. Sin el Fondo estaríamos muchísimo peor y logró un apoyo inédito, no sólo por el monto sino por el apoyo de Estados Unidos, China, Europa, Rusia. Es una condición necesaria pero no es suficiente para crecer. Para crecer sostenidamente hacen falta muchas cosas. Algunas se están haciendo y otras que faltan.
-¿Cuáles son esas medidas que faltan?
-Hay un tema de equidad en los costos del ajuste. Los sectores de ingresos medios y altos se beneficiaron con la devaluación, como el campo o los sectores exportadores, pero también los argentinos pudientes, que tienen ahorros en dólares y que no sufrieron tanto el impacto de la devaluación. Habría que construir un esfuerzo adicional de estos sectores ya sea sobre el patrimonio o por ingresos, y destinarla a quienes están más expuestos a los costos de la devaluación. Propuse reforzar la Asignación Universal por Hijo (AUH) y transformarla en un programa nutricional, con descuentos especiales en los alimentos más nutritivos. Afortunadamente la desnutrición como tal en la Argentina es relativamente baja pero la malnutrición es muy elevada. Un paquete de este tipo ayudaría mucho a un punto central que es la alimentación. Como nosotros exportamos alimentos, cuando hay devaluaciones se encarecen.
Por otro lado, hay que volver a tener planes de desarrollo. El Estado puede hacer muchas cosas como infraestructura o defensa de la competencia pero también dar señales de hacia dónde vamos en materia de estructura productiva. ¿Qué estructura productiva va a tener el Gran Buenos Aires dentro de 15 años? Allí se concentra más de la mitad de las personas en situación de pobreza. El Gobierno está aportando con las mesas sectoriales pero debería ser un cuadro más claro, más concreto.
-¿Cree que hay sectores que no son viables porque están expuestos a la producción de otros países?
-No diría que hay sectores inviables pero sí que hay sectores que usan mucha mano de obra relativamente poco calificada a los que competencia con Asia, que muchas veces es desleal, se les hace muy difícil. Los sectores sensibles tendrían que tener contratos de protección. La protección no puede ser para toda la vida porque después se paga la producción a cualquier precio y eso recae en el consumidor. Deberían firmarse contratos de protección con las empresas a cambio de inversiones e innovación, para que en un plazo determinado de tiempo estén en mejores condiciones para competir.
-¿Hay que mantener un mercado interno fuerte o enfocarse en la exportación? ¿Cómo debería ser el modelo de consumo interno?
-Esta discusión está presente hace 70 años y es hora de tratar de superarla. Hubo muchos vaivenes entre exportación y mercado interno. Un desarrollo industrial para un lado u otro necesita continuidad en el tiempo. Sectores urbanos como servicios y construcción van a ser demandantes de empleo a futuro. En la industria hay que ponerse los pantalones largos y no pretender protección para toda la vida a costa del consumidor. Un mercado interno protegido es estancamiento porque somos muy buenos para gastar dólares pero muy malos para conseguirlos. No hay ningún lugar en el mundo donde la gente viaje tanto al exterior.
-¿Cómo se puede contener la inflación? Cuánto responde a oligopolios y a cubrirse de la devaluación?
-Lo primero que hay que hacer es cortar la fuente del incendio. Y eso es bajar el déficit fiscal. Para mi el gradualismo era riesgoso pero era mejor. Es más difícil en épocas recesivas cortar el déficit pero hoy no queda otro camino. Vamos a poder cambiar el traslado a precios en la medida en que baje el déficit. Es muy necesaria la defensa de la competencia, incluso en grandes países del capitalismo, como Estados Unidos, donde se toma muy en serio porque los monopolios hacen muy mal a la distribución del ingreso.
-El Gobierno ve el endeudamiento es un puente hasta que mejoren los ingresos por exportaciones o inversión. ¿Coincide con esta estrategia?
-Dada la herencia, con déficit fiscal y gasto público improductivo, y una fuerte presión tributaria, la situación era difícil de manejar. El mundo cambió en el medio y te quedaste sin financiamiento. Por eso el ajuste. Un test importante va a ser el Presupuesto. Desde afuera están mirando cumplimiento del déficit fiscal y el segundo punto, que también es una señal política, es si el Congreso lo aprueba en los términos necesarios. Un 1,3% es la mitad de la meta de este año y se necesita un punto más de PBI. El mundo va a seguir volátil y si es clima es normal, la Argentina va a tener una cosecha récord. La pelea entre Donald Trump y la Reserva Federal puede ayudar a que haya más inflación en Estados Unidos y al no subir tan rápido las tasas, puede ser una ayuda para los emergentes. El año que viene, en un contexto de crecimiento, podría ser más fácil bajar el déficit. La inflación, que es un desastre, ayuda a mejorar los ingresos fiscales.
-¿Cómo se puede evitar la pérdida de reservas? ¿Recurriría a un desdoblamiento?
-No, la Argentina le tiene miedo a la flotación cambiaria pero en un contexto de reducción de déficit a la larga lo que hay que hacer es desdolarizar la mente de los argentinos. La condición imprescindible para eso, para pensar en pesos, es que baje la inflación. Y recorrer la ruta del UVA, que ahora sufrió un shock. Es el camino que Chile emprendió hace 50 años y tardó en arrancar pero ha permitido que haya un sistema financiero en pesos chilenos y créditos frecuentes y abundantes a 25 años de plazo, todo con indexación.
-¿Hay margen para buscar algún ingreso extra, como pausar la baja de retenciones?
-Hace 33 años publicamos un trabajo donde proponíamos cambiar las retenciones por un impuesto a la tierra y un subsidio al consumo de alimentos. Eso sigue siendo válido. El penúltimo número de The Economist se lo dedicó al impuesto inmobiliario. Y la Argentina cobra una miseria de inmobiliario, es el 0,4% del PBI mientras que en Brasil o Uruguay es el 0,7% y en países como Canadá, Estados Unidos y Australia recaudan seis veces más.
Pero la Argentina necesita imperiosamente bajar los impuestos distorsivos. Por más que le demos al tipo de cambio, con retenciones, ingresos brutos, créditos y débitos bancarios, impuesto inflacionario, la Argentina recauda 10,5% del PBI en impuestos que impactan en la competitividad y productividad. Si queremos exportar más hay que profundizar y acelerar la reforma impositiva, como con la creación de cupos para que se pueda aplicar la rebaja impositiva a cambio de inversiones. Volver a las retenciones es muy equivocado y riesgoso porque es el único que tiene masa crítica y que puede reaccionar rápidamente.