Según la Iglesia católica, el papa es infalible cuando enseña sobre temas de fe o moral. Sin embargo, cuando habla de economía, parece cometer errores, al igual que el resto de nosotros.
Esta semana, el papa Francisco se dirigió a una audiencia en una conferencia en el Vaticano que contó con la asistencia de la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, y varios ministros de Finanzas. Pidió al mundo rico que ayude a los países en desarrollo a lograr la sostenibilidad de la deuda a través de medidas como la reestructuración de la deuda. "Deben recordar su responsabilidad de ayudar a los países más pobres", dijo.
Francisco no es el primer papa en abogar por esta propuesta para las naciones más desfavorecidas del mundo. Justo antes de las celebraciones del año 2000, Juan Pablo II respaldó una campaña similar a la que se unieron músicos como Bono y Bob Geldof. El hecho de que Francisco ahora sienta la necesidad de renovar ese recurso muestra que el esfuerzo anterior inspirado por el Vaticano en el alivio de la deuda no generó una solución a largo plazo. Para ayudar adecuadamente a los países más pobres del mundo, uno tiene que ayudarlos a mejorar la calidad de sus instituciones; eso es más importante que cancelar su deuda.
Francisco le pidió al FMI que las deudas no se paguen con "sacrificios insoportables"
En los últimos 25 años, el mundo rico ha reunido dos paquetes importantes para ayudar a los países pobres a reducir su deuda. En 1996, el Banco Mundial y el FMI encabezaron la iniciativa “Países Pobres muy Endeudados” (PPME) para eliminar la insostenible deuda acumulada en los años setenta y ochenta. A mediados de la década de 2000, varias instituciones multilaterales, incluidos el FMI y el Banco Mundial, complementaron este programa con la "Iniciativa Multilateral para el Alivio de la Deuda". Este plan era más ambicioso, ya que ofrecía un alivio total de la deuda elegible para esos países que habían completado el programa PPME. En conjunto, los dos mecanismos han suministrado cerca de US$99.000 millones en ayuda a 36 países con un alto nivel de endeudamiento, según estimaciones del Banco Mundial.
Pronunciarse a favor de este tipo de programas tiene sentido de cierta manera. Si los países pobres tienen que gastar la mayor parte de su dinero para pagar sus préstamos, no tienen margen para realizar inversiones productivas. A su vez, esto genera un crecimiento económico mediocre, lo que dificulta aún más el pago de la deuda. La condonación de la deuda debería, en principio, permitir que los países pobres utilicen su dinero de manera más útil. Deberían poder endeudarse nuevamente en los mercados internacionales de capital y gastar este dinero para construir carreteras y puentes o para impartir educación.
En la práctica, las cosas no han sido así. Nicolas Depetris Chauvin, catedrático de la Haute École de Gestion en Ginebra, y Aart Kraay, ahora economista jefe interino del Banco Mundial, analizaron el impacto del esfuerzo combinado de alivio de la deuda desde 1989 hasta 2003. Descubren que estas medidas no han aumentado el crecimiento, las tasas de inversión o la calidad de las políticas e instituciones entre los países receptores. "La evidencia aquí presentada sugiere que hay cierto escepticismo con respecto a los posibles beneficios de un mayor alivio de la deuda a gran escala", concluyen.
¿Por qué la condonación de deudas no ha podido ayudar a las naciones más pobres del mundo? Una razón es que el sobreendeudamiento puede no haber sido una gran parte del problema después de todo. Serkan Arslanalp, un economista del FMI, y Peter Blair Henry, de la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York, descubrieron que los países que se beneficiaron de programas como el PPME ya habían estado recibiendo entradas de capital financiero superiores a sus pagos de deuda. "Dado que los países más pobres del mundo no sufren sobreendeudamiento, es poco probable que el alivio de la deuda estimule la inversión y el crecimiento", escribieron los dos economistas. Acordaron que el principal obstáculo para su desarrollo era la deficiencia de las instituciones básicas.
Se podría argumentar, como lo hace el Vaticano, que es simplemente inmoral recaudar dinero de países donde gran parte de la población vive en la pobreza extrema. Pero incluso si está de acuerdo, cualquier esfuerzo de alivio de la deuda debe ir acompañado de reformas que garanticen que los países no vuelvan a caer en la misma trampa. El programa PPME exigió algunos cambios institucionales pero, evidentemente, estos fueron insuficientes. Ante la falta de avances en áreas como los derechos de propiedad y el estado de derecho, una nueva ronda de condonación de deudas puede resultar, una vez más, inútil para el desarrollo a largo plazo. Y dado que cada dólar de este tipo de ayuda no se gasta en otras naciones menos endeudadas, también existen dudas de carácter ético al respecto.
El papa Francisco tiene razón al recordar a los ministros de Finanzas del mundo la difícil situación de los países pobres. Pero se necesita algo más que una nueva ronda de alivio general de la deuda.