A los franceses también les pasó –como a muchos-, y lo cuenta Marc Bettinelli en uno de los videos más vistos del periódico Le Monde (versión subtitulada y abreviada en esta nota). Allí el francés de Saint Etienne dispara sin anestesia: “el coronavirus es el resultado de nuestro modo de vida; el de todos. Si nuestros hábitos de vida no cambian, otras 320 mil enfermedades transmitidas por animales podrían llegar hasta nosotros”.
En un trabajo publicado en Nature, bajo el título “Claves globales y correlativas en el surgimiento de enfermedades zoonóticas”, unos científicos aseguran que los esfuerzos para reducir enfermedades nuevas se focalizan en la cuarentena, drogas y el desarrollo de vacunas. Todo eso ya no sirve, porque llega tarde. Hay que trabajar desde el origen.
“Las demoras en la detección y respuesta para los patógenos nuevos, combinados con la urbanización y la conectividad global creciente resultará en enfermedades que causen una mortalidad que atraviese fronteras nacionales, culturales y políticas y termine en desproporcionados daños económicos”.
Un análisis profético, si se piensa que fue escrito en 2017. El mismo informe intenta sacudir conciencias y alertar que la única manera de evitar futuras pandemias es hacer foco en identificar las causas y prevenirlas para que esas plagas no se expandan provocando desastres socioeconómicos.
Ese trabajo está en internet, al alcance de todos y cuesta creer que el Director de la Organización Mundial de la Salud, Donald Trump, Emmanuel Macron, Angela Merkel y el fugado Rey Juan Carlos no lo conocieran –o al menos sus asesores-.
Los líderes mundiales cargan con la mayor de las culpas. Pero nosotros también somos responsables del Ebola, el HIV, el SARS y el Covid-19.
Marc Bettinelli, entrevistó vía zoom a David Quammen, un escritor estadounidense especializado en ciencia y viajes, autor del libro “Derrame: infecciones animales y la próxima pandemia humana” (2012), que tanto Scientific American como el periódico The New York Times distinguieron como “El libro notable del año”.
Tras haber entrevistado a numerosos especialistas en enfermedades infecciosas, Quammen anticipó el riesgo de lo que hoy es el coronavirus, ocho años antes de que sucediera: “Los expertos en este tipo de enfermedades me decían: esta pandemia será causada por un virus que viene de un animal, probablemente salvaje”. Inmediatamente, Quammen disuelve la responsabilidad exclusiva de China –que sólo es uno de los numerosos países en donde se comercializan animales salvajes-: “Hay que buscar responsabilidades en el tráfico del virus”.
A medida que nos desarrollamos, usurpamos cada vez más los territorios que están reservados a la vida salvaje. Y eso causa enormes problemas. En tan solo 25 años, la superficie forestal del planeta se dividió por dos en relación a la cantidad de habitantes. Los animales quedaron más comprimidos en un espacio más reducido. Aunque se acostumbraron, esa proximidad entre ellos facilitó la transmisión de patógenos, es decir de zoonosis: “enfermedad infecciosa de los animales vertebrados transmisible al ser humano”, dice el diccionario. Y en el siglo XX las vimos aparecer cada vez más; por ejemplo el VIH, originalmente transmitido por un mono.
¿Pero cómo llegan a los humanos esos virus que se encuentran relegados al mundo salvaje, sobre todo en las zonas tropicales? Por un lado, en su afán de descubrir geografías recónditas los viajeros van hasta ellos. Por el otro, esos patógenos llegan a los humanos a través de especies vinculantes, puentes: murciélagos, serpientes, pangolines, mosquitos, mapaches, koalas, cerdos, etc. Especies que comen de todo y se adaptan a cualquier ambiente.
En este punto, Bettinelli recuerda el caso del virus Nipah, identificado por primera vez en Malasia, en 1998, donde murieron 105 personas, 300 más contrajeron encefalitis y se debieron sacrificar un millón de cerdos para evitar la propagación de la enfermedad.
Detrás de este caso está la deforestación; perder bosques para entregar ese suelo a la ganadería o la agricultura. En Malasia, se montó un mega criadero de cerdos rodeado de bosques donde habitaban murciélagos que comían frutas. El viento, los murciélagos, las tormentas llevaron hasta los cerdos pedacitos de frutas con restos de saliva y heces de los roedores y se contagiaron. Sus cuidadores también se contagiaron de los cerdos. Y la enfermedad se propagó. ¿Qué hacían tantos cerdos en medio de un país musulmán donde casi no se come cerdo? Se criaban para exportar su carne.
En esta historia no son los murciélagos el problema, como tampoco lo es el pangolín en el coronavirus. Las elecciones humanas de desarrollo económico favorecen la zoonosis.
Congo es otro ejemplo. Están talando y cavando bosques en búsqueda de coltan, una roca que contiene dos minerales (colombita y tantalita, col-tan) que se utilizan para fabricar aparatos electrónicos. El coltán se encuentra oculto en cuevas pequeñas y de difícil acceso, un trabajo sucio para el que generalmente se contratan menores. Se cree que en Congo hay unas cinco mil minas (el 80% de la producción mundial de coltán), pero sólo 140 tienen la bandera verde de la OMS y el gobierno para extraer los minerales (son legales, seguras, no propician la explotación infantil, ni están manejadas por grupos armados dedicados a la venta ilegal que financia la compra de armas) . Sin embargo, se cree que todas son activas.
Y nosotros seguimos cambiando nuestros teléfonos inteligentes y nuestras computadores. Nunca fuimos tan virtuales como ahora y nunca más materialistas.
Durante las excavaciones, los trabajadores se alimentan de animales de monte, portadores de varios virus que asolan Africa. Se calcula que mueren dos africanos por cada kilogramo de coltán que se arranca del bosque. Ese viejo estudio publicado por Nature en 2008 concluía que las enfermedades zoonóticas son el costo oculto del desarrollo humano.
Así estallan las epidemias, pero nosotros, los humanos, las propagamos. En el mercado de Wuchan se vendían pangolines, monos y murciélagos junto a gatos y perros. Los animales domésticos y los salvajes son dos mundos que sanitariamente no deberían cruzarse.
Hoy, según algunos científicos, existen 320.000 virus en los mamíferos que no conocemos bien. Es probable que el contacto con ellos nos exponga a nuevas pandemias difíciles de prevenir, pero que ciertamente podrían ser catastróficas.
CP