Sobre una bobina de papel, el director de PERFIL, sus hijos Agustino y Alan, y su padre Alberto, el 9 de mayo de 1998, frente a los primeros ejemplares de este diario. |
Son la ocho de la noche del viernes 9. Dentro de cuatro horas esta contratapa comenzará a estar impresa. Demoré hasta el límite para empezar a escribirla. Para que salga sin pensar. Y sin pesar.
Varias veces escribí contrarreloj estas contratapas. Salen cosas diferentes cuando se improvisa. Raras. Uno se pregunta: ¿dónde estaba esto antes? Corrido por el tiempo, el acto de teclear crea pensamiento.
Hoy debo querer escribir así porque cuando pensé con más anticipación, peor me fue. Cuando más me preparé y más quise que algo saliera bien, peor salió.
Ya veo por dónde se encaminan estas líneas acerca del mayor fracaso de mi vida. Hace diez años, el diario PERFIL nació por primera vez. Nunca antes, y nunca después, me enamoré de una publicación como aquella vez. Tanto quise que ese diario fuera “perfecto”, que lo convertí en irrealizable. Y ya que no habrá columna que pueda escribir y que “esté a la altura” de aquel diario, la única forma de hacer esta contratapa es dejar que se escriba sola.
Lo mismo hice hace casi tres años, al relanzar PERFIL. Cerré los ojos. No volví a hacer números cero, estudios de mercado, campañas de publicidad. Lo hice con lo que pude, y no aspiré ni me frustré tras lo inalcanzable. Y salió mejor.
No estoy proponiendo el hacer sin pensar, sino desde la experiencia personal llamando a la reflexión sobre los excesos del pensamiento.
Fue una gran lección de vida. Como la Torre de Babel, el Cielo no se alcanza de esa manera. Hubo dificultades objetivas, como las que se detallan en el suplemento especial de esta edición. Con ellas, alcanza para comprender por qué aquel diario PERFIL no podía continuar. Pero la historia no está completa con ellas.
La búsqueda del ideal no lleva a buen puerto. Nunca.
Recuerdo que desde el 5 de enero de 1998, el primer día en que comenzamos con la redacción, hasta el 31 de julio, la última edición de PERFIL, yo trabajé todos días, de lunes a domingos, de diez de la mañana a una. Quince horas durante más de doscientos días, sin uno de descanso.
Al cuarto día de estar ya el diario en los kioscos, el 12 de mayo, imprevistamente mi padre fue internado en la Clínica Favaloro por un problema cardíaco que derivó en una angioplastia. No quiso que me lo dijeran hasta que terminara el cierre. Recuerdo mi enojo con Héctor D’Amico, por entonces director de la revista Noticias, el único al que mi padre le avisó con expresas instrucciones de que recién me lo informara a medianoche. No me puedo olvidar de la cara de él, quien siempre quiso que la Editorial Perfil tuviese un diario, en la cama, con cara de susto, preguntándome qué había puesto de tapa. Era demasiado. Ese día aprendí para siempre que autor y obra no deben fusionarse simbióticamente.
En las últimas semanas de aquel PERFIL de 1998, el esfuerzo resultó tan superior a las fortalezas que comencé a ver el sol negro.
Jorge Sigal, uno de los editores jefes de aquel diario, me hizo la semana pasada un reportaje para el suplemento sobre los 10 años del primer PERFIL. Para refrescar la memoria, unos días antes revisé papeles, fotos y diarios de la época. La consecuencia fue que una de esas noches no pude dormir bien. 1998 fue el año más triste de mi vida.
Más allá de algunos recuerdos penosos, el trabajo historiográfico que hicieron Sigal y Hugo Asch para la crónica de ese suplemento, y Javier Calvo como editor de todos esos materiales, valió la pena. Se podría decir que nos debíamos ese repaso de lo que para el periodismo terminó siendo un caso de estudio que motivó varias decenas de tesis de graduación en las carreras de comunicación.
Esta historia tiene un final muy feliz, que es este diario actual, con tan distinta suerte del original y sin el cual el de hoy nunca hubiera sido posible. Pero me doy cuenta de que con esta columna estoy dejando al lector con un sabor amargo. Me hubiera gustado que fuera de otra manera, pero es lo que me salió.