Me la paso todo el día, una y otra vez, sin cesar, escuchando una canción de Adriana Calcanhotto. Y mientras hago eso, no dejo tampoco de pensar en Brasil, estoy seguro que mi próximo viaje allí será inolvidable. Entre tanto, vuelven recuerdos de otros viajes, en especial uno a Paraty, a un festival literario. ¿Cuándo fue? ¿Hace 6 ó 7 años? ¿Tal vez más? No lo sé. La buena memoria no me ha sido dada. Recuerdo, sí, que Paraty es un pueblito maravilloso y que yo la pasé bárbaro. Encontré un bar, frente a la marina, tan lindo de día como de noche, en donde pasé la mayor parte del tiempo. Entre las actividades oficiales, había una invitación a un concierto de Gal Costa, al aire libre, frente a la librería Travessa que, en verdad, era un inmenso gazebo armado para la ocasión. Yo no tenía muchas ganas de ir. Primero, porque prefería quedarme en el bar, en donde estaba leyendo a Manuel Bandeira (“Uns tomam éter, outros cocaína/.Eu já tomei tristeza, hoje tomo alegría”). Segundo, porque hacía mucho que no escuchaba a Gal Costa, y me parecía que ya no valía la pena. Me había enterado que, tiempo antes, estaba cantando en cruceros de lujo, como alguien ya en decadencia. Pero mi viejo amigo J.V. que también estaba invitado al festival, hombre serio y formal (propiedades que tampoco me han sido dadas), dijo que no podíamos desairar una invitación oficial. Así que iniciamos una amable negociación, en el que mi propuesta (“Bueno, escuchamos dos o tres canciones y después no rajamos”) fue aprobada con un sí pronunciado a regañadientes. Pues asistimos al recital pero, en vez de ocupar el lugar que nos había sido asignado -en una especie de corralito justo frente al escenario- nos quedamos por el fondo, cerca de la salida, sitio perfecto para cumplir con lo planificado. Se apagaron las luces y salió Gal Costa, sola, sin nadie más, y dijo que esta noche iba a cantar todas canciones de su disco nuevo, Recanto Escuro. Evidentemente tampoco muy entusiasmado, J.V. se puso a mirar el celular (creo que dijo que había perdido señal) y yo, que no uso celular, pensé en a qué hora cerraría Travessa; tal vez podríamos hacer una última visita antes de ir a cenar y de volver a Buenos Aires, temprano al día siguiente. Salieron los músicos y, como era esperable, Gal Costa se puso a cantar. Y de repente, inesperadamente, en un minuto me di cuenta de que estaba frente a algo extraordinario. Porque Recanto Escuro es un disco extraordinario. Extraordinario por la forma en que Gal Costa se reinventa, cuando ya nadie –o casi nadie– esperaba algo de ella. Tal vez eso sea un artista: el que encuentra lo nuevo cuando ya nadie espera nada. Recanto Escuro, escrito por Caetano Veloso, producido por Moreno Veloso -su mano se ve en cada detalle- es una vuelta de tuerca en que lo mejor de la música popular brasileña (es decir… ¡Gal Costa!) se deja influenciar por el Trip-Hop, por la electrónica, por las máquinas de ritmos y sonidos sampleados. Y el resultado que, bien podría haber sido catastrófico (como el tango electrónico, qué horror) al contario, es notable. La voz de Costa se vuelve grave, oscura, cavernosa. Luego, al instante, empujando un poco (J.V. es aún más alto que yo) llegamos al corralito al lado del escenario, donde nos quedamos hasta el final. A la salida, pasé por Travessa y compré el CD, que escucho hasta el día de hoy.