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LA GUERRA DE LOS DEBILES

A Clarín le falta un De Angeli

Con el kirchnerismo ya perdieron credibilidad hasta los medicamentos. En lugar de producir misericordia, los afectados por el cáncer, o por la plaga del sida, produjeron la oportunidad de encarar negocios magníficamente tenebrosos. Placebos carísimos, para el enfermo estafado. Que se aferraba, científicamente, al tronco de la vida.

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Con el kirchnerismo ya perdieron credibilidad hasta los medicamentos. En lugar de producir misericordia, los afectados por el cáncer, o por la plaga del sida, produjeron la oportunidad de encarar negocios magníficamente tenebrosos. Placebos carísimos, para el enfermo estafado. Que se aferraba, científicamente, al tronco de la vida.
La problemática trasciende, en su patética banalidad. Deslegitima la campaña electoral de La Elegida. Hacia la presidencia, hoy moralmente devastada. Por responsabilidad, casi exclusiva, de El Elegidor.
Los aportantes estaban vinculados a la voluptuosa monstruosidad. Con los fondos salpicados por la sospecha, lo que aportaron, en realidad, fueron los argumentos que justifican la “artillería pesada”. Que apunta, con estricta perversidad, hacia los pilares del Gobierno debilitado. Por la concatenación de los desastres seriales que aluden a las corruptelas, que se registran entre las polvaredas de la guerra privada. Con los contendientes débiles que merecen –los dos– perder. Kirchner y Clarín.
Diariamente, los escasos desinformados pueden, gracias a Clarín, sorprenderse. La guerra contiene violencia verbal. El recurso recuperado del periodismo despliega –según La Elegida– “artillería pesada”. La pólvora puede llevárselos puestos. Brotan los aviones plácidamente dudosos. Los enriquecimientos dolosamente ilimitados. Los empresarios precipitadamente influyentes, presentados como testaferros. O como meros socios (de alguien incapacitado para tener socios).
Brotan los sobreprecios estremecedores que jalonaron las ceremonias orgiásticas de la obra pública.
De haberlo tratado Clarín, a Kirchner, en el pasado inmediato, con el diez por ciento de la dureza crítica de la actualidad, jamás se hubiera producido la ocupación global del vacío. El ascenso irresistible del débil que provocó la engañosa sensación de hegemonía. La tentación viable de imponerse. De instalarse como un temible mandamás. Un santacrucificador implacable.
La batalla positivamente generó aquello que Sergio De Cecco, el olvidado dramaturgo, llamaba “el gran deschave”. Porque Clarín deschava, demoradamente, la desnudez berreta del Rey Venal.
Sin embargo, las denuncias explícitas de Clarín contienen el despreciable efecto búmeran. Porque autodeschavan, por acumulación, la enorme complacencia del ayer.
Así sobreviva a la ofensiva alucinante de Kirchner, para Clarín, en adelante, nunca será lo mismo. Persiste, pero tajeado. Recortado. Deschavado. Pulverizado en la materia fundamental para el ejercicio del periodismo. La credibilidad.
A través del conflicto Kirchner-Clarín, se asiste al grotesco de la Guerra de los Débiles. Aunque los abundantes distraídos, aún, los crean fuertes. Tristezas de lo poco que hay. Conste que Kirchner no es, a propósito, ningún tirano. Ni siquiera es El Dictador Hegemónico.
A lo sumo, cuando mucho, de creerle a Clarín, es  “apenas un delincuente”. Como aquel título clásico, en blanco y negro, que inmortalizara a Oscar Vallicelli.
Conste que Clarín, tampoco, es ningún monopolio temible.
Es apenas un supermercado comunicacional que, a través del ejercicio selectivo de la información, persigue la gestación de negocios, crecientemente redituables. Meros subproductos comerciales.
Pero Clarín –albricias– tiene algo de suerte. Porque ocurre que a Kirchner no lo quiere más nadie. Si la sociedad, aún indiferente, descubre, de pronto, que a Kirchner, perder esta guerra, lo afecta, va a inclinarse, probablemente, a favor del supermercado.
Pero necesita, imperiosamente, que se proyecte un relator. Una especie de De Angeli. Que represente la emoción. El valor ausente en la batalla.
De todos modos, resultan admirables, en Kirchner, las demostraciones de fuerza. En pleno esplendor de la debilidad. Por ejemplo amaga, en defensa propia, con la próxima candidatura presidencial.
Para desorientar a la indolencia de la oposición, le basta con el amague. Que se lo comen, todos, muy pronto. Hasta transformarlo en una candidatura real.

*Extraído de jorgeasisdigital.com.

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