En la Argentina, todo el mundo dice pastafrola, pero en algunas recetas que se publican se lee pastaflora. Los argentinos dicen concientizar y politicólogo, pero algunos diarios escriben concienciar y politólogo. Los argentinos miran videos, pero las ediciones digitales de algunos medios les ofrecen vídeos. Cuando en la Argentina se corre una maratón, ciertas crónicas la reseñan como un maratón. Parece que algunos diarios quieren ser más papistas que el Papa y escriben a contramano de los hablantes. “Y lo peor de todo, sin necesidad.”
La secuencia de los hechos suele ser la siguiente. En la Argentina se usa una determinada forma, por ejemplo la palabra concientizar. Es una palabra relativamente nueva, pero la gente la conoce y el que no la conoce la entiende porque está perfectamente construida, así que a nadie se le ocurre que tal vez no se use en todo el mundo hispanohablante. Pero un día alguien descubre que no está en el diccionario (en realidad, ahora sí está, pero hace unos años, no demasiados, no estaba) y con el mismo significado está, en cambio, concienciar. Esa persona quiere hablar y escribir bien, pero no tiene una buena formación lingüística y posiblemente adhiera a la errónea creencia de que las palabras que no figuran en el diccionario no existen o son incorrectas. Tal vez intuya que concienciar se usa en España, y quizá llegue a la también errónea conclusión de que por eso es correcta, mientras que concientizar es incorrecta porque sólo se usa en la Argentina (o en Hispanoamérica). Entonces, reniega del bárbaro americanismo y se impone usar en adelante únicamente la palabra española, que él cree más castiza.
Si esa persona es un periodista, sus lectores se encontrarán con una palabra para muchos desconocida. Algunos la entenderán y seguirán adelante con la lectura. Otros pensarán que quizá sea una errata. Tal vez la busquen en el diccionario y se lleven la misma sorpresa, con la posibilidad de que reaccionen de la misma manera que el autor. Pero si la persona que hace el descubrimiento es uno de los que imponen las normas en el diario, va a pretender que toda la redacción abandone concientizar por concienciar. Entonces, los lectores se verán invadidos por concienciar y es posible que muchos se “contagien”. Si es por incorporar una palabra nueva, bienvenida sea, pero no si la nueva adquisición significa perder una forma de la propia área lingüística.
Pero la secuencia de los hechos no termina ahí. Generalmente, con el tiempo, la Academia incorpora el americanismo en su diccionario. Entonces, o bien los conversos no se enteran y siguen con la forma española, o bien se enteran y creen que ahora ese americanismo es aceptable porque está en el diccionario.
En el origen de esta locura hay varios errores de concepto, que a veces alimentamos los que queremos defender las palabras atacadas. Como sabemos que ciertas personas, como los que todavía siguen censurando la forma presidenta, no escuchan razones, muchas veces, en lugar de gastar esfuerzos en dar una larga explicación, nos limitamos a citar el Diccionario de la Real Academia Española. Esas personas, entonces, interpretan que estamos apelando a un principio de autoridad, que les estamos diciendo que la palabra es correcta porque está en el diccionario. Es lícito citar el DRAE para demostrar que una palabra es correcta porque se supone que la Academia no recoge formas incorrectas, pero es un error creer, a la inversa, que si una palabra no está en el DRAE es incorrecta. Precisamente porque la Academia no recoge formas incorrectas, una palabra debe ser correcta antes de ser incorporada, es decir que necesariamente hay un tiempo en que una palabra correcta no está en el diccionario. Esto es lo que algunos no entienden. Y no lo entienden porque tienen muy arraigado el error de creer que la lengua la hacen, por decreto, las academias.
Los dueños del idioma somos todos los hablantes y somos nosotros, españoles y americanos, los que lo hacemos.
No es potestad, sino obligación, de la Academia recoger las formas que la comunidad acepta. Sin embargo, eso no siempre sucede, pero no podemos achacar la culpa a los académicos españoles. Ellos dependen de las academias “hermanas” para informarse sobre lo que se usa en América. Si las academias americanas no pasan esa información, seguiremos con un diccionario hecho sobre todo de españolismos y nunca faltará algún desavisado que crea que esas formas son las únicas legítimas.
*Profesora en letras y periodista
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