Si Diego Maradona volviera a ser el técnico de la Selección, habría un motivo de alegría: que Julio Grondona no sería más el presidente ni Carlos Bilardo el mánager. No es esto algo que Diego haya pedido. Todo lo contrario: en el reportaje que le hizo Fernando Niembro el viernes de la semana pasada –el único en exclusiva que Maradona dio después de la célebre conferencia de prensa en El Mangrullo– el Diez le tiró un centro a Don Julio, dio a entender que volvería solo, sin sus ayudantes, y prescindió de mencionar a Bilardo. Señalaba más arriba que Grondona y Bilardo no estarían porque ni Grondona ni Bilardo quieren que Diego pase siquiera por la vereda de la calle Viamonte al 1300.
Son tiempos en los que se le falta el respeto a Maradona de una manera cruel. Parece mentira leer en las redes sociales o escuchar en programas de radio a gente que pide que se quede en Rusia y que no venga más, o que “es un muy mal técnico”, o que “como jugador fue el mejor, como DT el peor”, o que “es mala persona”. Me cuesta creer que muchos de estos tipos sean los mismos que gritaron a morir el gol a los ingleses o hicieron fuerza para que se curara cuando estuvo internado en la Suizo Argentina peleando por su vida. Es difícil creer que no reparen en que el amor por la Selección que tiene Maradona es superior al de cualquiera. Lo demostró como futbolista y como entrenador. Basta con recordar su cara de felicidad en cada reportaje o en cada aparición desde la concentración de Pretoria. Siempre con la sonrisa ancha, la carcajada fácil y un entusiasmo que generaba envidia. Esto solo debería evitar las enormes faltas de respeto de hinchas desagradecidos que hasta ponían el básquet y el hóckey femenino por delante de Maradona. “Debería aprender de Las Leonas y los basquetbolistas, que aman a la camiseta”, sugieren otros desde el umbral del ridículo. ¿Quién debe aprender de Las Leonas o el básquet? ¿Maradona? En todo caso, observando a cada uno de los deportistas y su manera de representar al deporte argentino (y no a “la Argentina”), uno cae en la cuenta de que aprendieron a querer a los colores viendo a Maradona.
Diego no puede volver a ser el técnico de la Selección. Su llegada generaría disgustos varios. Partamos de la certeza de que Julio Grondona no lo quiere en el cargo. Ya fue publicado en esta columna el 17 de julio pasado: la oferta fue hecha sin incluir a los colaboradores para que Maradona respondiera negativamente. Fue lo que ocurrió, de hecho. Esta nueva aparición de Diego candidateándose no es fácil de entender, salvo por el amor de Diego por la Selección y, seguramente, cebado por el apoyo de Néstor Kirchner en la famosa reunión de ambos en Olivos. Desde la razón y por la manera en que fue (y es) destratado por oportunistas personajes mediáticos y por camaleónicos hinchas que sólo quieren sangre (sobre todo, la de él), sólo debería interrumpir su pacífica estadía en su casa de Ezeiza por la oferta de algún equipo importante o para jugar partidos a beneficio.
Es complicado decir en estas líneas si Maradona tiene o no condiciones para ocupar el cargo de entrenador nacional. El, que es quien mejor jugó al fútbol en la historia de la humanidad, sabe, entiende el juego. Por supuesto, eso no lo hace un gran entrenador. Marcelo Bielsa, por ejemplo, está un par de escalones por encima de Diego en una imaginaria escala de entrenadores, por más que jugó sólo tres partidos en la Primera de Newell’s.
El Mundial ’86 fue consagratorio para el Maradona jugador. El del 2010 fue condenatorio –al menos por ahora– para su futuro como entrenador. El 0-4 con Alemania no fue un resultado cualquiera, sino la culminación de errores tácticos que terminaron en ese score bochornoso. No fue exagerada la diferencia, es la que había entre ese equipo alemán y ese equipo argentino en ese partido. Su principal defecto como entrenador es lo que él piensa que es una virtud: su condición de jugadorista. Está muy bien que le dé a Messi un ambiente óptimo y que hable de Tevez o de cualquiera como si ellos (y no él) fueran Maradona. A eso hay que agregarle fundamentos tácticos y estratégicos sólidos. Si el partido se jugara de nuevo, con los mismos esquemas y las mismas ideas de los técnicos, el resultado sería el mismo o parecido.
Podría sonar injusto condenar para siempre a un técnico –a Maradona o a cualquiera– por un partido. Es cierto también que no leyó bien la dinámica que estaba tomando el funcionamiento del equipo ni lo mal que había jugado contra México a pesar del 3-1. Uno tiene la esperanza de que la autocrítica que no hizo públicamente la haya hecho puertas adentro.
Modestamente, lo primero que debe hacer es recomenzar en serio su historia como entrenador, dejar de pensar sólo en la Selección como opción de trabajo. Johan Cruyff y Alfredo Di Stéfano (campeón con River y Boca) demostraron que los fenómenos del fútbol también pueden ser excelentes entrenadores. Y Maradona conoce los fundamentos del juego como nadie porque inventó muchos de ellos.
Como primera medida, necesita, debe, diferenciarse del jugador. Le vendría bien más serenidad para analizar las situaciones de los partidos, las propias y las de los rivales. Otro error en el Mundial fue subirse a la ola triunfalista llovida desde los medios y por los hinchas que ahora lo tratan como si fuera el peor de todos.
Maradona también necesitaría un cambio fundamental de hombres y de nombres en los principales cargos de la AFA vinculados con la Selección argentina. Precisaría que se fueran los que están ahora, que dicen quererlo y no lo quieren, y que llegue gente que lo quiera, lo respete y le dé el lugar que merece por su historia, que es la mejor historia.