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A este precio, no hay dólares para todos

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Un breve “repaso macroeconómico”. Como ustedes saben, el Gobierno no tenía reservas suficientes en el Banco Central como para atender los compromisos de deuda y mantener un stock de intervención que permitiera administrar el tipo de cambio y, por lo tanto, sostener la estabilidad macroeconómica. Decidió, en consecuencia, restringir la venta de dólares.

Las restricciones implicaron utilizar esos dólares para pagar deuda y atender importaciones imprescindibles en forma “cuotificada”. Además, el Gobierno tenía déficit fiscal financiado desde el Banco Central, emitiendo pesos. Los tenedores de dichos pesos para protegerse de la inflación demandaron dólares. Como el Banco Central no se los vendía, fueron a buscarlos al mercado “libre”, incrementando la brecha entre el precio libre y el precio oficial. Una brecha creciente, al generar expectativas de devaluación también genera inestabilidad nominal (la tasa de inflación se acelera por la devaluación esperada) y agrava la falta de dólares, dado que se demoran exportaciones y se adelantan importaciones.

En síntesis, el Gobierno tenía un problema de falta de dólares (que atacó con el racionamiento) y un problema de déficit fiscal (que arregló emitiendo pesos). Esto generó un aumento del precio del dólar libre, de la brecha cambiaria, y agravó el problema de falta de dólares.

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Fue así que, en enero tuvo que devaluar, para reducir las expectativas de devaluación y la brecha cambiaria. Tuvo, además, que retirar los pesos excedentes del mercado, colocando deuda del Banco Central a mayor tasa de interés, para reducir la presión sobre el dólar libre y la brecha. Todo esto permitió fijar el precio del dólar y recomponer algo las reservas.

Sin embargo, esa recomposición de las reservas no alcanza para liberar el racionamiento de dólares, al menos al precio actual, de manera que el Gobierno debió elegir a quién darle los dólares. Obviamente, priorizó los dólares a pagos de deuda y a importaciones de energía, negándoselos al resto de la economía.

Por lo tanto, están contentos los tenedores de deuda argentina (a menos que la Corte de Estados Unidos arruine la fiesta en el corto plazo) mientras que están “protestando”, todos los demás que, como no tienen acceso libre a los dólares oficiales, o tienen que pagarlo 40% más caros, o tienen que reducir su actividad para importar sólo la cantidad que “sobra” después de pagar deuda y energía. Obviamente, al importar menos, o pagarlos más caros, hay menor nivel de actividad (en la Argentina, salvo el sector agropecuario y el minero, todos son importadores netos) y esa menor actividad se refleja en las ventas y el empleo formal.

Mientras tanto, como el déficit fiscal persiste, el Banco Central tiene que seguir absorbiendo los pesos que sobran con deuda de corto plazo y, como necesita los dólares, cada vez que la brecha se estira, mueve el tipo de cambio oficial para reducirla. Pero al moverse el tipo de cambio, tanto el oficial como el libre, la tasa de inflación no se reduce sustancialmente dado que todos los productos y servicios, al final del día, tienen componente importado.

Y, como el déficit fiscal persiste, también se mantiene elevada la expectativa de mayor inflación y devaluación futuras.

Salir de esta “trampa” requiere “liberar” el mercado cambiario, es decir cambiar el racionamiento, por un precio del dólar en donde la demanda y la oferta se equilibren. O conseguir un préstamo de dólares que vayan directamente a las reservas. La primera alternativa obliga a dejar de tener déficit fiscal financiado con emisión, porque si no, el precio que “equilibra” el mercado de dólares es creciente permanentemente.

El Gobierno no ha mostrado intención de ir por este camino.

La alternativa del endeudamiento externo, por su parte, necesita de acreedores dispuestos a prestar los montos necesarios, a tasas pagables. Algo difícil en un escenario de incertidumbre en torno a los holdouts y con elevado déficit fiscal.

En este contexto, entonces, y más allá de las buenas intenciones, el escenario de corto plazo sigue siendo el de permanecer en la trampa, en esta combinación de bajo nivel de actividad y elevada inflación, con tenedores de deuda relativamente “contentos” y con el resto, que no accede a dólares oficiales, “protestando”.