Todo cuerpo animado o inanimado expuesto a la luz proyecta sombra. Es una ley natural inviolable. Donde hay luz, hay sombra. Este fenómeno de la física fue trasladado por el médico psiquiatra, psicólogo y pensador suizo Carl Jung (1875-1961) a la experiencia humana. Mostramos a la luz nuestra personalidad, palabra que deriva de persona, nombre de la máscara que ocultaba el rostro de los actores en el teatro de la Grecia antigua. Es decir, el personaje que construimos para nuestra relación con el mundo, el modo en que deseamos que nos vean. Y terminamos creyendo que eso somos. Pero detrás de la máscara se extiende la sombra. Es un sótano en el que escondemos inconscientemente todo lo que negamos, rechazamos o excluimos de nosotros mismos. Sin embargo, ocultarlo no significa hacerlo desaparecer. Sigue existiendo. Solo que, al resultarnos insoportable, no lo vemos como propio. Lo proyectamos en otros. Mi mezquindad, mi egoísmo, mi violencia, mis temores, mi aspecto manipulador, mi arista discriminadora y hasta mis rasgos psicopáticos no son míos, son del otro. Los denuncio en él e incluso puedo escracharlo, considerándome con pleno derecho a ello. Ocurre a diario en todos los niveles de la vida, en los medios y permanentemente en esas cloacas en que se convierten a menudo las redes sociales.
Mientras no se acepte la propia sombra, en tanto no se la explore, aun con lo doloroso que eso pueda resultar, será difícil alcanzar armonía de mente y de alma, un conocimiento de nosotros mismos que nos permita sanear y comprender nuestros vínculos, vislumbrar el sentido de nuestras vidas. Seremos actores que recitan un guion, pero no alcanzan a compenetrarse con su propio ser ni con la vastedad de la existencia. Bajo la luz de la superficie la sombra inexplorada creará constantes tensiones, dolores, temores, rencores, resentimientos, enfrentamientos, angustia. Angustia existencial. Atravesar la sombra para llegar al sí mismo (la esencia primordial de cada persona) es un viaje heroico al cabo del cual, cuando se lo emprende, en palabras de Jung “el sí mismo derrota inevitablemente al ego (la personalidad)”. En sus Trabajos selectos lo explica así: “El encuentro con uno mismo es, al principio, el encuentro con nuestra propia sombra. La sombra es el estrecho pasaje, la ventana angosta cuya dolorosa construcción resulta inevitable para quien aspire a llegar a la fuente más profunda”.
Así como la individual, existe también la sombra colectiva. Es la que proyectan los grupos humanos (familias, etnias, nacionalidades, religiones, equipos, diferentes tipos de asociaciones y organismos, sociedades enteras). La matriz de ambas sombras es la misma. Ser receptáculos de lo negado como propio, de lo no aceptado, de lo rechazado, de lo reprimido y exiliado. En su descripción de la sombra colectiva presentada en la colección de ensayos Encuentro con la sombra los psicoterapeutas junguianos Connie Zweig y Jim Abrams la señalan como un fenómeno de masas que lleva a sociedades enteras a una suerte de “participación mística” en la que se identifican con un objeto, una persona o una idea hasta dejar de lado cualquier tipo de consideración moral. La identificación colectiva con esa ideología, ese líder o ese ídolo, apuntan Zweig y Abrams, “da cauce a los miedos y sentimientos de inferioridad de toda una sociedad”. A menudo, agregan, esta situación asume formas fanáticas y da lugar a intolerancia, persecuciones y búsqueda de chivos expiatorios. “Cuando tiene lugar una epidemia mental de tales proporciones nos hallamos indefensos ante las calamidades que provoca”, señalan estos autores. “Y los pocos que no quedan atrapados en ese fenómeno masivo corren el peligro de convertirse en víctimas de él”.
En los últimos días la sociedad argentina fue afectada por una abrumadora sobredosis de Maradona que se manifestó sin límites en las conversaciones, en las actitudes, en los medios, en las redes sociales. El ídolo al que se consideraba inmortal murió. Era humano. Un humano con extraordinarios e inigualables dones para un deporte, el fútbol. El dolor legítimo de millones de personas y el oportunismo de políticos, gobernantes, empresarios, comunicadores y hasta algún pensador habitualmente ecuánime pusieron todo el acento en la luz. Y negaron la sombra con intolerancia feroz hacia quienes la señalaron. Pero así como no se puede negar la ley de gravedad solo porque nos impide flotar libremente en el aire, tampoco se puede negar la sombra que acompaña a la luz como la muerte acompaña a la vida. No se trata solo de la sombra del ídolo, sino de lo que ella dice de la sombra de la sociedad. Hasta que esta no se interne en esa oscuridad, seguirá haciéndose, con fingida ingenuidad, preguntas del tipo: “¿Qué nos pasa a los argentinos?”. La respuesta está en la sombra, no en los chivos expiatorios. Buscarlos para los males de la sociedad, como para la muerte de Maradona, es seguir oscureciendo la sombra. En su trabajo Aion escribió Jung: “El blanco y el negro, la luz y la oscuridad, el bien y el mal, etcétera, son opuestos equivalentes que siempre se implican mutuamente”.
*Escritor y periodista.