Son el resultado de una altísima autoestima propia de aquel a quien siempre le fue todo bien y sólo puede imaginar su futuro como una cadena de éxitos, sobreestimando sus recursos y subestimando la complejidad de los problemas a resolver.
A quien nunca le faltó nada le faltó la falta, una carencia que tiene sus costos
Haber nacido siendo el primogénito del hombre más rico del país, además del más dotado entre sus hermanos, pudo haber influido en la construcción de una subjetividad confiada en la predeterminación. Para aquel a quien nunca le faltó nada, por más esfuerzos de buena fe que realice en colocarse en el lugar de los demás, siempre habrá una distancia entre aquello que se aprende intelectualmente y lo que la vida enseña a través de la experiencia. En términos psicoanalíticos a Macri lo único que le faltó fue la falta.Pero esa convicción en su propio éxito también le sirvió para ilusionar a los demás con la existencia de capacidades totalmente sobredimensionadas (“si sacó a Boca campeón...”, “si es tan rico...”). El gráfico que acompaña esta columna muestra el índice de confianza de la sociedad en su gobierno y la del consumidor en su propia capacidad de consumir. A lo largo de los años, ambas líneas fueron en la misma dirección y, salvo raras excepciones, la confianza del consumidor fue siempre mayor que la confianza en el gobierno. Pero esto cambió radicalmente a partir de que Macri fuera electo presidente, cuando la confianza del consumidor en su propio consumo se desplomó pero, al revés y paradójicamente, la confianza en el gobierno aumentó considerablemente, haciendo en el gráfico una equis nunca vista. Ese sería el efecto Macri: su autoconfianza derrama en parte de la sociedad como confianza.
El gráfico revela que también después de cada elección el ciudadano imagina un ajuste y baja su confianza, como sucedió en diciembre de 2007, en diciembre de 2011 e incluso en diciembre de 2013, después de Massa derrotar al kirchnerismo, sepultando la idea de un eventual tercer mandato de Cristina Kirchner. Pero nunca la confianza en el gobierno subió como ahora.
En bici por el Central Park. La foto del beso de Juliana Awada a Macri ante su discurso en las Naciones Unidas como remake del beso en su debate con Scioli y la foto de Macri en bicicleta en Nueva York esta semana como remake de la bicicleteada en su anterior a viaje a China, además de ser una puesta preparada de la comunicación presidencial, exhiben una actitud relajada frente al devenir de un presidente que dispone de tiempo para lo lúdico, actitud que en Macri es genuina.
Y ese carácter despreocupado –que contribuyó a que Bergoglio lo considerada un frívolo– es también el que le permitió a Macri no haber tenido temor para animarse a lidiar con problemas que exceden las capacidades del más preparado y que sólo a un optimista mayúsculo le permitiría dormir de noche. Porque se es presidente cuatro u ocho años pero luego se es ex presidente veinte años, y gobernar (junto con ser, enseñar y ser padre, decía Freud) es una tarea en la que siempre, aunque sea parcialmente, se fracasa. Aun teniendo éxito, porque la demanda es infinita y se corre la vara ante cada logro, como el deseo que nunca se satisface porque siempre se transforma en deseo de otra cosa.
También a la Argentina le faltó la falta en los años cuando una cosecha arreglaba todo
Al hacer su balance de los primeros nueve meses del Gobierno en el programa de Joaquín Morales Solá, Beatriz Sarlo dijo sobre Macri: “Tenían expectativas desmesuradas sobre los resultados que podían obtenerse. Lo que me resulta extraño es que ellos no cambien la seguridad con que se mantienen, sobre todo con la seguridad que el Presidente mantiene su discurso (...) que es de un optimismo tan netamente del nacionalismo argento”.Quizás eso le permita a Macri sintonizar con el inconsciente colectivo argentino, en el que habita un destino de grandeza tan bien representado en el fútbol, exitista y superficial, que poco tiene que ver con el nacionalismo sensato que no omite el realismo.
A la Argentina como nación también le faltó la falta ya que durante gran parte del siglo pasado, con una buena cosecha –como la que habrá el próximo año– se solucionaba cualquier desajuste económico. El problema es que el país actual tiene el doble de población que hace cincuenta años y ya con el campo solo no alcanza para salvar a todos.